Dice así mi guasapero contertulio sobre mi artículo titulado “Una historia de hoy…de ayer…de siempre”, publicado la semana pasada.
“Reconocemos (aunque no podamos apreciar el cambio al momento).la evolución de los seres vivos. La multitud de especies que hay actualmente sobre la Tierra y las que poblaron antaño nuestro planeta, no son sino la manifestación de unas pocas que en origen se fueron transformando en otras movidas por la lucha por la supervivencia, para evitar ser engullidas por otras más fuertes. Y eso también ha ocurrido en el ser humano, o, mejor dicho, en algunos seres humanos. Sin embargo, hay una gran mayoría, en el primer mundo, que ha desactivado las alertas tempranas que pueden indicarles en un momento dado que su vida está en peligro, haciéndoles creer que el mundo es un lugar seguro y que todos los seres humanos con la misma apariencia corporal que ellos, es decir, dos orejas, sendos ojos, manos, brazos, piernas y hasta cerebro, son los mismos allá donde uno se mueva en la Tierra, y que gozan además de los mismos pensamientos positivos de amor y bienaventuranza hacia el resto de los mortales que los que uno pueda albergar en su propio ser. Un policía experimentado en asuntos criminalísticos me decía que al cabo todo es una cuestión de suerte: “Si tienes la desgracia de cruzarte en el camino con uno de los muchos hijos de la gran puta que hay diseminados por el mundo, estás perdido”. Probablemente no exageraba; no tenemos más que ver y oír las noticias a diario para saber que nos acechan peligros insospechados a cada momento, y que la gente, joven, mayor, y hasta los mismos niños, la palma, muchas veces de manera premeditada y sin avisar. Nuestro cacareado Estado del Bienestar, inspirado por el consumismo, no es sino una tendencia, una moda interesada que los manipuladores de siempre han acabado imponiendo en nuestro tiempo para que la industria gane dinero a espuertas a costa de la ingenua peña, Se supone que no cabe ya en nuestra acomodada sociedad el pesimismo, el pensamiento negativo, la melancolía y, en definitiva, el escepticismo, cuando alguien nos quiere vender la moto. Pero resulta que la felicidad no está en los planes de la Naturaleza. Es más, no estar alerta ante el peligro nos hace vulnerables. Sin embargo, las redes antisociales nos transmiten hoy el mensaje de que hay que ser feliz al precio que sea, en esta suerte de “happycracia” fomentada por los resentidos de siempre, que, en definitiva, lo que pretenden es nuestro control y sumisión. Y aquí entran en este selecto grupo personajes como el que has descrito en el artículo de esta semana. Estos no practican las estupideces que les marca la “industria del pensamiento positivo”, que se estima que genera 11.000 millones de dólares al año, porque ellos son los que, con el ceño fruncido y una mala hostia que se la pisan, aspiran a mandar sobre todos los demás, al precio que sea. Hasta lo reconocen en público escribiendo manuales de supervivencia, o de resistencia, para que a nadie pueda quedarle ninguna duda sobre sus oscuros intereses. Pero esto no es nuevo. Arranca, como bien dices, del Renacimiento, de esa época en que el ser humano, gracias a la ciencia, se quitó de un plumazo el miedo a Dios y ocupó su lugar (curiosamente, la ciencia ha llegado a demostrar por qué no podemos ser felices). Y hubo muchos filósofos que marcaron el camino a estos cabecillas que tantas desgracias han causado a la humanidad por sus desbocadas ansias de poder. Y aunque algunos estudiosos han venido en llamar a la década de los noventa del siglo pasado como “el fin de la historia”, en clara alusión al final de la Guerra Fría, materializado en la caída del Muro de Berlín, con la consiguiente desaparición de la Unión Soviética y la preeminencia en el mundo de las democracias liberales frente al empuje del comunismo, y cuya encarnizada lucha ideológica contra el fascismo había desembocado en la Segunda Guerra Mundial, lo cierto y verdad es que estos perros no mutan, aunque lleven otro collar en la actualidad, y continúan escribiendo páginas oscuras en la historia. Solo tenemos que echar un vistazo a algunos dirigentes actuales del mundo. “Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada”, decía Edmund Burke, filósofo y político conservador británico que floreció en el Siglo XVIII. Y también que el dinero es el sustituto técnico de Dios, que es lo que al fin y al cabo mueve a la especie humana y en particular a esta subespecie de sapiens. Así que, a pesar de que comparto siempre tu sabia opinión, en esta ocasión pienso que las ansias de poder en las que se ha embebido el protagonista de tu historia, lejos de ser las que haya podido diseñar el programador de un vulgar videojuego, tienen sus raíces en uno de los pensadores más influyentes de la historia que floreció precisamente en el Renacimiento: Niccolo di Bernardo dei Machiavelli, más conocido en el mundo hispano por Maquiavelo. Buen fin de semana, Bartolomé. Un abrazo.
Querido amigo, te responderé con una parábola contemporánea y una reflexión. Ahí va la parábola: “Sherlock Holmes y el doctor Watson se van de acampada. En plena noche Sherlock le pregunta al doctor: ¿qué ves, Watson? Veo miles de estrellas, tal vez galaxias. Veo que Saturno está en Leo. Qué magnífica obra de Dios. Sherlock, ¿usted qué ve? …Pues…que nos han robado la tienda”. Y ahora la reflexión: ¿Cómo es posible que Francia, culpable de la II Guerra Mundial y de casi todo lo que pasa en África actualmente, pase desapercibida y parezca no existir?
Todo es truco, mentira, juego de manos e interesado ilusionismo.
