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Viernes, 26 de Abril del 2024
Sunday, 22 July 2018

Un fin de semana decisivo

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Tino Mulas Tino Mulas

CLR/Tino Mulas.

Este fin de semana se celebra el congreso extraordinario del Partido Popular del que saldrá la nueva dirección nacional. Pero no sólo se trata de elegir al líder y a la ejecutiva del partido. Los resultados de este congreso pueden determinar la propia supervivencia del mismo.

Una supervivencia que se ha puesto en entredicho no hace mucho, cuando aún en el gobierno con mayoría minoritaria la fuga de votos hacia Ciudadanos se convirtió incluso en trasvase de militantes y cargos electos. Hasta tal punto llegó la cosa que algunos analistas políticos empezaban a hacer comparaciones con la extinta UCD, de la cual por cierto se nutrió en su momento la entonces Alianza Popular, hoy Partido Popular.

 

¿Cuál ha sido el motivo de esta dramática situación para el PP, una formación que lo ha sido todo en el panorama político nacional y que ahora intenta cerrar la crisis que le amenaza? Los motivos son variados. Si se escucha a los responsables del partido la inmensa mayoría da explicaciones tan peregrinas que dudo mucho que se las crean ellos mismos; y si se las creen, dudo mucho que sean capaces de solucionar la crisis. La culpa es de los demás (independentistas, socialistas, podemitas, ciudadanitas, todo el arco parlamentario), de la alianza contra su gobierno, de la persecución a la que se somete al partido por “unos cuantos/as aprovechados y corruptos”… Pocos, muy pocos de los dirigentes populares hacen una análisis más realista y autocrítico, pero casi nunca completo, ya que a cada autocrítica se une la acusación al resto del mundo mundial de ser responsable del delicado estado del partido.

 

Vistas desde fuera, y con algo más de distancia, las causas parecen otras. La principal, a mi modo de ver, es que el Partido Popular olvidó hace tiempo lo que era y lo que le daba una enorme fuerza electoral: ser un partido de centro derecha.

 

Y es que los sucesivos gobiernos de Mariano Rajoy han verificado un progresivo abandono del centro político en su labor gubernativa y han escorado de forma no ya visible, sino palmaria, hacia el conservadurismo más descarado; en resumen, hacia la derecha más descarnada. El éxito electoral del Partido Popular, como ya he dicho, se basaba en que a su derecha no existía ninguna formación de cierta entidad, pero al haber absorbido el centro lo que quedaba a su izquierda era ya izquierda-izquierda, ya que el PSOE había perdido el centro no por su giro a la izquierda, sino porque el centro ya estaba ocupado por el PP. O sea, que era fácil meter miedo al personal afirmando que “después de mí, el caos”.

 

Pues bien, en las democracias occidentales hay un axioma en política que no tiene vuelta de hoja: quien tiene el centro tiene el gobierno. Nuestras sociedades estructuradas alrededor de las clases medias no soportan los extremismos o los aventurerismos y tienen además unas bases ideológicas que mezclan elementos conservadores con otros progresistas pero que no desean cambios radicales. Eso es el centro político, en teoría (aunque no siempre en la práctica) la simbiosis de los elementos más positivos que ofrecen las ideologías de derechas y de izquierdas.

 

El centro está sostenido por las clases medias bajas y medias medias, que suman la mayoría de la población. Y el Partido Popular se había presentado desde siempre como el defensor y el referente ideológico de estos grupos sociales. Fueron estos grupos quienes dieron la victoria a Mariano Rajoy en 2011, con la esperanza de que el nuevo gobierno solucionara la crisis económica que tanto les afectaba e impidiese su descenso en la escala social. Pero su sorpresa fue mayúscula: Rajoy y sus ministros lo tuvieron claro desde el principio, cargando sobre los hombros de estos grupos sociales el peso de los recortes y de la crisis al tiempo que se recortaban también los derechos y las libertades. Y no de forma coyuntural, ya que una vez superada en buena medida ésta las políticas realizadas seguían beneficiando única y exclusivamente a las clases altas y a las empresas, mientras que las clases medias medias y medias bajas se desangraban y engrosaban en gran medida la clase baja.

 

Si yo no veo ningún beneficio, yo no voto a un partido. Y esto es lo que ocurrió: muchos millones de votantes del Partido Popular se vieron fuertemente perjudicados por la actuación de un gobierno al que habían llevado a la Moncloa para todo lo contrario. Al mismo tiempo los escándalos por corrupción se hacían ya rutinarios y hastiaban a muchísimos votantes del PP que habían creído durante un tiempo en la teoría de los casos aislados y de las ranas que muchos dirigentes populares usaban como disculpa a la avalancha de casos descubiertos. Y si a esto se le suma la existencia de un partido al que podríamos llamar espejo, Ciudadanos, con propuestas similares a las suyas, más juventud y frescura y no salpicado aún (todavía no ha tenido ocasión) por la corrupción, pues he aquí las condiciones para que una tormenta perfecta arrase a una formación política que ha llegado a gozar de un poder casi omnímodo en España.

 

Así está la cosa, y dos candidatos se disputan en un congreso extraordinario el mando del partido. Pablo Casado, en mi opinión, quiere hacer valer su juventud y recuperar la esencia del partido. Pero en sus palabras no hay prácticamente atisbo de autocrítica y sí de justificación, con los viejos clichés, de los viejos errores. Además la recuperación de la esencia de Casado se basa en la apelación constante al conservadurismo más rancio de la derecha de siempre en España; es decir, más de lo mismo, de lo que les ha llevado a la situación en la que se encuentra el partido. Sólo hay que ver algunos de los apoyos con los que cuenta su candidatura: Aznar, Cifuentes o Aguirre, personajes políticos más dignos del siglo XIX que del XXI.

 

La otra pretendiente al trono del Partido Popular es Soraya Sáenz de Santamaría. Es una persona con experiencia de gobierno, aunque con menos poder en la estructura del partido. No está salpicada por ningún escándalo de corrupción, al contrario que su rival, y sus propuestas se acercan mucho más al centro que a la derecha, lo que permitiría a un partido bajo su mando luchar con mayores garantías en las próximas citas electorales. Parece ser la suya una candidatura más renovadora, surgida de un análisis más riguroso de los motivos que han llevado al Partido Popular a la situación en la que se encuentra actualmente. Sin olvidar el hecho de ser mujer, un plus en la sociedad española actual.

 

Así está la cosa. Pero la cuestión es más complicada. No sólo se trata de ganar el congreso, de lograr el poder en el partido. Se trata sobre todo de presentar ante el país una propuesta política modernizada, limpia, más de centro y menos conservadora, porque ésa había sido la baza de los éxitos electorales del Partido Popular durante décadas y ése ha sido el patrimonio político dilapidado en los últimos años. Y es que España no sólo necesita, sino que merece tener en su panorama electoral un partido de centro derecha moderno, del siglo XXI, que abandone ya y para siempre las ideas políticas del conservadurismo hispano más retrógrado y dé al país, ya sea en el gobierno o en la oposición, el empujón de modernidad que aún no tiene en este lado del espectro político.

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