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Domingo, 19 de Mayo del 2024
Saturday, 20 July 2019

El Viaje (Final) a Ninguna Parte. FIESTAS

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

El verano es tiempo de fiesta y de fiestas, y las fiestas son territorio de lo nuevo, de lo insólito, de lo inusual, de lo extraordinario; a veces también de la desproporción y la desmesura.

Yo no vivo ninguna Feria desde hace años, y tampoco soy persona de muchas fiestas de esas de las que tocan, y a las que convocan a rebato, y con tambor y cornetín de órdenes. Las fiestas oficiales me ponen triste, y meto en el mismo saco la Navidad, los Reyes, el Carnaval, la Semana Santa, la Feria de Agosto, las romerías, y hasta los bautizos, las comuniones, los cumpleaños, las bodas o...los entierros, que también son una fiesta para mucha gente por la ocasión que proporcionan para entretenerse con las vidas o con las muertes de los demás, y cotillear, que eso es algo que se sigue llevando mucho, y si no que se lo digan a los habituales de los diferentes (pero siempre iguales y repetidos) “de luxes”.

 

Hace escasos días tuve ocasión de saludar, en el bar de la Estación de Autobuses de Cieza a uno de los principales promotores de una fiesta singular y minimalista (por lo mínimo del artilugio protagonista), la del lanzamiento de huesos de oliva, José María Martínez, “el Mosqui”, una fiesta venida a menos por falta de voluntad política en su mantenimiento y que proporcionó al pueblo de Cieza durante muchos años memorables jornadas agosteñas de notoriedad nacional e internacional, prácticamente a cambio sólo de unos tristes maravedíes. “El Mosqui” ni aspira ni suspira ya por recuperar el festejo, felizmente instalado como está en un trabajo que le proporciona una empresa consolidada y potente como es la ONCE, pero la nostalgia percibida en su mirada, me ha hecho volver la mía, de nuevo, sobre aquellos viernes santos de verano (últimos de cada mes de Agosto), con desfile de juveniles y a veces algo tambaleantes y gangosamente vociferantes, hermandades laicas de culto a Dionisios, en que se acabó convirtiéndose cada campeonato del mundo; por cierto que uno de los últimos encumbró como flamante campeón del mundo al actual secretario general del Partido Popular, Teodoro García Egea, “Teodorico el Grande”, qué grande eres, Teodorico, y más que lo serías si alguna vez me cogieras el teléfono, lo que pasa es que ya te has hecho grande de verdad e importante y bien sabido es que yo cada vez soy un poco más invisible.

 

Bien, el territorio de la fiesta es el territorio de Dionisios, dios del desenfreno, la borrachera, el placer desaforado y sin limites, y la desmesura. Así, la fiesta de los huesos de oliva no se concebía sin fresca y rubia cerveza, que corría a raudales por las calles de Cieza y hasta en los bebederos de los alrededores. Se hablaba de Cieza en todas partes y venía gente de casi todas partes, pero una mentalidad de laica moralina política digna de mejor causa, de puritanismo negador de lo que era, salvo algún que otro coma etílico, mera entrega al dionisíaco y báquico placer inocente de vivir la vida y divertirse sin más, y volver a casa (a veces, eso es cierto, tras pasar por el hospital) a dormirla.

 

Olivicas de Cieza, manjar de dioses meridionales que saben entenderlo, saborearlo y apreciarlo, sabor recio de tierra dura, alimento sabroso, nutritivo y completo con cuerpo y espesura suficientes para servir de plato único si se acompaña de pan, es decir, si se come pan de olivas o si se comen olivas con pan, las olivas de Cieza de las que ya no quedan muchas por estos predios antaño olivíferos, porque las oliveras se nos están yendo con las urbanizaciones y nuevas plantaciones, se hicieron más famosas que nunca con el ingenioso concurso ideado por la Asociación de Amigos de las Oliveras presidida por “el Mosqui” y su inseparable Mariano el del Horno, nostálgicos ellos, que durante muchos años desde mediada la década de los noventa, se devanaron los sesos para inventar nuevas propuestas festivas de vivencia intensa de la fiesta, de la juerga, como solo se saben vivir en este pueblo...bien regada con cerveza, y yo soy uno más de los que se apuntan a ese último placer sin necesidad de excusas, propuestas o pretextos para ello. Se sucedieron más de veinte campeonatos del mundo de lanzamiento de huesos de oliva con la boca y sin canute, canuto o cerbatana, y la actividad cogió solera y sabor, como el de las olivas protagonistas (con permiso de la cerveza, que también aportaba lo suyo). En cada campeonato de lanzamiento de huesos de oliva se batían records, no tanto de metros recorridos por los huesecillos escupidos- en apariencia livianos y en la práctica sorprendentemente grávidos a tenor de las dificultades para hacerlos volar- cuanto de barriles de cerveza consumidos por participantes y espectadores, que, en un clima de relajada alegría, pasaron con este concurso algunas de las mejores horas de cada feria y quizás de cada año.

 

No pretendo recuperar para la feria el campeonato del mundo de lanzamiento de huesos de oliva con la boca y sin canute, canuto o cerbatana, ni creo que tampoco “el Mosqui” quiera ya recuperarlo, pero fue un buen ejemplo de como lo que pudo ser una ocurrencia más o menos insólita o genialoide de un par de amiguetes, se convirtió en un acontecimiento festivo de alcance entonces impensable al que el paso de los años y el aditamento imprescindible de parafernalia organizativa no privó de su consustancial espontaneidad y sus potencialidades para el divertimento colectivo.

 

Eventos festivos tan conocidos y reconocidos internacionalmente como la Tomatina de Buñol (Valencia), por ejemplo, y otros muchos que tienen lugar en España y en el mundo, no tienen ni en su origen ni en su desenvolvimiento alicientes o ingredientes que comporten ventajas frente a la fiesta de los huesos de oliva de Cieza. De hecho parecen incluso más absurdos y discutibles: “la Tomatina”, arrancó no hace tanto, en 1945, tras una pelea entre jóvenes a tomatazo limpio. En Cieza no hay peleas, ni en su origen ni en su trayectoria, ni en su -quizá circunstancial realidad actual. En “la Tomatina” se desperdiciaban los tomates, mientras que en el huesódromo ciezano se comían las olivas antes de lanzar el hueso, es decir, que era un concurso que alimentaba. “La Tomatina” era y sigue siendo una batalla campal, o urbana, si se quiere. En el huesódromo ciezano todo era paz, aunque se tratara de una competición. Precisamente por eso, en “ la Tomatina” no había afán de superación, al menos entre los participantes, mientras el huesódromo ciezano tenía el estímulo del reto que suponía batir cada año la marca mítica que dejara establecida uno de sus más destacados campeones, Mariano Martínez Béjar. Siguiendo con el paralelismo con “la Tomatina”, los participantes acababan bañados en salsa de tomate, mientras que en Cieza espectadores y participantes acababan bien regados en rubia salsa de lúpulo y cebada. Las cosas se sabe como empiezan pero no como terminan, y aquí dudo de que se haya escrito el último capítulo. A mi las fiestas no me gustan, y esta no era una excepción, pero el concurso de lanzamiento de huesos de oliva empezó en Cieza como una ocurrencia y se convirtió en una tradición. Por ahora hay que decir que se lo cargó el Tripartito (con perdón...).

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