Que en los últimos tiempos suele ser el río – una hermosura a pesar de su escaso caudal en estas frías fechas invernales- y la huerta – otra hermosura, a pesar de la terca manía de los agricultores por pegarle fuego a todo- mientras saludo a diestra y a siniestra a lugareños, conocidos, phantasmas más o menos queridos, reminiscentes ternemente (con perverancia y con ternura a la vez) en mi memoria, y hasta perfectos desconocidos (sic), a los que sin embargo reconozco como semejantes, y a los que la urbanidad, y más aún la urbanidad rural, hecha de humanidad, cordialidad y cercanía, manda ofrecer el saludo, así que el adiós, buenos días, jalona invariablemente mi cruce con ellos o con ellas, mientras deambulo entre desnudos frutales recién podados, poniéndoles pies de plomo a las peligrosas pistas de patinaje sobre hielo en que la helada convierte las plataformas, pasarelas y puentes de madera del Paseo Ribereño en estos días de invierno, al tiempo que esquivando zurullos y diarreicas plastas caninas, otra que parece inevitable servidumbre “ciezanesca”, ¡qué le vamos a hacer!, y disculpen que me siga reiterando en las cagadas, que no son precisamente mías, aunque algunas dejo caer de vez en cuando.

En cada huerto, al principio de cada parcela, su higuera. Algo que me llevó a reparar en la curiosa recurrencia de la disposición física de la higuera, ubicada casi siempre, o a la vera de un camino, en plan silvestre, regalando su sabroso fruto al paseante, o bien a la entrada de cada huertecillo, como dando la bienvenida e invitando a reponer fuerzas a los que pasen por allí. Gratis et amore, servicial que es la higuera, o ficus (higo en latín), y generosos que son casi siempre los hortelanos, aunque sea sin querer queriendo, cual subraya el cantar recogido por Juan García Abellán en su libro “Murcia entre bocado y trago”, que dice así:

En el cielo manda Dios

y en el convento los frailes.

En Murcia el Gobernador

y en los higos los zagales

He llegado incluso en varias ocasiones a preguntarles a personas que tenían huertos en la zona del Fatego (zona que frecuento cotidianamente) sobre cuál era la razón para esa ubicación adelantada o preferente de la higuera en sus huertos. Ninguno ha sabido darme explicación cumplida, y de mis indagaciones al respecto sólo he podido sacar en claro que, tradicionalmente, en la huerta de Murcia, la higuera, al igual que la morera, se plantaban en la puerta de las casas, con el objeto de que en verano dieran sombra y frescor al portal y, en otoño e invierno, cuando se encuentran sin hoja, dejen pasar el agradable y tibio sol invernal. Será esa la explicación, será, pero, lo sea o no, la higuera es un árbol generoso que, generosamente, y con tácito permiso de los propietarios, ofrece su fruto al caminante, hasta en dos cosechas al año, que primero son brevas y después higos, verdales o de otras diferentes, dulcísimas y exquisitas variedades. Los higos además presentan dos sexos, los hermafroditas y los femeninos, que bien considerados son hasta tres por la ambivalencia del primero. Las avispas de los higos habitan en los hermafroditas, y cuando estos maduran se aparean, saliendo las hembras a la búsqueda de frutos inmaduros. Penetran por el ostiolo y ponen sus huevos en los ovarios de las pequeñas flores en el interior del higo. También reparten el polen que habían recogido antes de salir del higo donde nacieron, polinizando así las flores femeninas. Después mueren en el interior del higo, de hecho yo me he encontrado alguna vez con una avispa muerta dentro de un higo, que funciona así como sarcófago para la avispa. Así que los higos son para las avispas cuna y sepultura.

Pues en esas andaba yo, pajareando “mi alma colmenera” por la higuera y sobre la higuera, literalmente enmimismado, en la inopia o en el limbo de los justos al que no sé si la Iglesia aún le reconoce consistencia, o existencia siquiera, cuando me encontré, a la altura de la recuperada playa fluvial cercana al Puente del Argaz, con Bruno (que lo es, como su nombre), un todavía joven ciezano, hasta hace unos pocos años habilidoso y fino pintor de todo lo que se le pidiese que pintara, y actualmente empleado en el remozado Tanatorio de Cieza, ese negocio de la muerte segura del que todos somos clientes potenciales. Acompañaba a Bruno su perrita, nada bruna y sí blanquísima a rabiar, Nila, a la que, como tantos ciezanos y ciezanas, había sacado a pasear. Saludé a Bruno y me interesé por su vida y la de su perrita, que había sustituido en su corazón a un perrito, Nilo, al que se lo llevó la puta muerte. Continué después mi recorrido, ya próximo a concluir; seguí en la higuera contando higueras (el sagrado árbol de la iluminación para los hindúes y símbolo de la fertilidad para los romanos, que siempre sostuvieron que la loba dio de mamar a Rómulo y Remo bajo una higuera, y por eso lo consideraron un árbol sagrado).

En Murcia se conoce a los higos con mil y una denominaciones, según variedades y clases, todas ellas evocadoras de algunas de sus características: higo de piel de toro, higos pajareros, higo de boca de muerto, verdales…macocas…Pensé (sin saber muy bien por qué) que eso no lo sabía el maquinista del tren Alvia que el jueves, 17 de Enero, lejos de parar en la estación de ferrocarril de Cieza, como reclamábamos las aproximadamente cincuenta personas allí congregadas, hizo pasar la mole impresionante, despectiva y altanera del convoy acelerando a todo trapo al pasar por la estación. Claro que, eso sí, después nos quedamos a gusto, nos desahogamos bien desahogados…y lo pusimos verde…