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Viernes, 04 de Octubre del 2024
Sunday, 23 January 2022

Mi deuda

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Carmen María Villalba Carmen María Villalba

Carmen María Villalba.

No hay dos personas hechas con el mismo molde, pero hay quienes todavía no lo saben y asumen un cargo que no les corresponden: clasificarnos por nuestra estatura y grosor.

Se lo voy a explicar de otro modo. Estoy segura de que si se nos plantea el reto, a usted y a mí, de pasar una mañana cocinando juntos, a pesar de elegir ingredientes idénticos, el resultado va a ser muy diferente. Pongo mis manos en el fuego, y con determinación afirmo, de que no coincidiremos en sabor, en color, en textura y, ni mucho menos, en la forma. Algo así somos las personas. Estamos compuestos por los mismos ingredientes pero bajo un patrón único y en esa singularidad está la belleza de cada uno de nosotros. En la variedad está la vida.

 

Hace un par de días un gimnasio de Sevilla sirvió la polémica con su plato estrella: “Operación Feria 2022. Aún estás a tiempo”. El centro del foco está puesto en una mujer que no puede enfundarse el vestido de flamenco. Me temo que uno de los objetivos principales que seguían sus creadores era alimentar las redes sociales para dar de qué hablar. Lo han conseguido pero, ¿bajo qué precio? Aquí no todo vale. Esta publicidad pone en relieve la presión social a la que se someten muchas mujeres cuestionándose su cuerpo día tras día. Construye una ideología de que el gimnasio es un castigo para compensar los pecados, el templo dónde cultivar nuestro cuerpo. Y lo que es mucho peor, puede generar conductas que pongan en peligro la salud física y mental. Hacer deporte es una práctica que mejora nuestro estilo de vida y que va mucho más allá de seguir patrones y de la clasificación de tallas. El cuerpo no es una máquina rota que necesita arreglarse a base de dietas y muchas horas en el gimnasio. Dejar de avergonzarse de la capa que nos recubre y nos dar calor, es estar un paso más cerca del amor propio, la llave que libera un espacio de salud mental.

 

Tengo la suerte de que en mi casa me enseñaron a sentirme segura en mi propia piel, a quererme con todo. Con el tamaño de mi cuerpo. Con acné. Con estrías. Con cicatrices. Con todo lo que en redes sociales no se ve. Sin filtros. Sin embargo, reconozco sentirme fuera de mercado en esta sociedad en la que los cánones de belleza están tan marcados. Nunca me ha gustado opinar del cuerpo de otra persona si ésta no me lo ha pedido. Recuerdo como en un viaje de estudios una profesora me dijo: “¿Has perdido peso, verdad?”. Tenía razón. En otra ocasión, tras meses sin ver a un familiar se apresuró a decirme que estaba más “reparada”, que es otra forma de decir que a mi báscula se suman el par de kilos que había perdido, más otro par. Ninguno de los dos comentarios me gustaron. Sé que no lo hicieron con maldad y la repercusión que tuvieron en mí fue mínima, pero no siempre ocurre lo mismo. Cada vez soy más consciente de que un complejo se crea en cuestión de segundos y deshacerse de él a veces cuesta, literalmente, la vida. No quiero que se me olvide el poder que tienen las palabras. Ahora ando aprendiendo a medirlas, para saldar, de algún modo, la deuda que tengo por haber juzgado cuerpos que no son el mío.

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