Idiota, del latín idiōta, y este a su vez del griego ἰδιώτης idiṓtēs. Tonto o corto de entendimiento. También, engreído sin fundamento para ello. Propio o característico de la persona idiota. Que padece de idiocia. O que carece de toda instrucción.
Pues…¿ustedes saben la cantidad de imbéciles e idiotas, o sea, lisa y llanamente, tontos integrales por metro cuadrado que hay en este país que, sólo de momento y por poco tiempo ya, se sigue llamando España? Innúmera y prolífera legión, en exponencial crecimiento y multiplicación descontrolada que para sí quisiera cualquier coronavirus chino de barrio o mercadillo. Pero es que, además, para mayor daño, estropicio y siniestro total, un porcentaje nada desdeñable de esos tontos integrales, ocupan puestos relevantes en la administración del Estado, llámense ayuntamientos, comunidades autónomas, consejo de ministros y ministras y hasta en el huevo feliz e inútil de la monárquica y gonádica Jefatura del Estado, por cuya desaparición tantos idiotas e imbéciles claman actualmente, como si eso fuera a resolver algo. Son empleados “malempleados” de la cosa pública, tienen puestos, bien pagados, de altísima responsabilidad, pero en realidad sólo están atentos a quitarse responsabilidades de encima ¿Tengo que citarles yo por sus nombres a algunos de esos conspicuos, genuinos, imbéciles e idiotas en estado puro, que pueblan las más altas instancias del poder en España? No, ¿verdad que no? Ustedes los conocen de sobra, empezando por los primeros y de más altura.
Y es que uno de los principales problemas de España, si no el principal, viene siendo que tenemos una clase política que está quizá demasiado a la altura bajuna del país, integrada por un número a todas luces excesivo de idiotas y de imbéciles. Que además de “tontos pa siempre” (sic), que eso no tiene remedio y es “de nacencia”, son pícaros y sinvergüenzas, claro está. De idiotas e imbéciles es traicionar nuestra naturaleza e ignorar nuestras señas propias de identidad, renunciando, sin resistencia ni resiliencia ninguna, a la presencia del latín y el griego en el currículum de la Educación Secundaria, tal y como recientemente denunciaba (voz que clama en el desierto) Jesús de la Villa, presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos. De ahí vendrá después la desaparición de un área que se ocupa, entre otras cosas, del origen de nuestra lengua -el latín-, del origen del 90% del vocabulario científico y técnico- el griego- y de una civilización sin la que es muy difícil (imposible más bien, lo que pasa es que les da igual) entender la literatura, el arte, el deporte, la filosofía e incluso los sistemas políticos de nuestros días -la cultura clásica-, y las Humanidades en su conjunto.
Sigo transcribiendo y asumiendo a Jesús de la Villa cuando dice que “la ley debería reconocer como fundamental que todos los estudiantes tengan al menos una vez en su vida un contacto con el mundo grecolatino –como ya sucede, por ejemplo, en Castilla y León-, haciendo Cultura Clásica y Latín materias obligatorias de la ESO. Y, desde luego, debe reconocerse que el latín y el griego constituyen el corazón de las enseñanzas humanísticas, por lo que deben ser obligatorias en el itinerario de Humanidades del Bachillerato. Es decir, lo mismo que se pide para las Matemáticas en el itinerario de Ciencias”. Así lo han entendido recientemente países cercanos. En Italia, en el Liceo Scientifico –el de Ciencias Experimentales– los estudiantes cursan cinco años de latín; Francia, Portugal y Grecia acaban de reintroducir el latín y el griego antiguo en sus planes educativos. Nuestro actual proyecto de ley va exactamente en la dirección opuesta. De imbéciles e idiotas. No aprendemos.
