El calendario está lleno de ‘Días De’: día del beso robado, día mundial de saltarse la dieta, día de llevar a tu mascota al trabajo, día de brindar por la soledad, día de, día de… y así eternamente. Días que se marcan en la agenda con una intención reivindicativa, o eso dicen. Yo formo parte del club de esas personas que casi no sabe en qué día vive, de las que llega el lunes a trabajar y en la misma puerta descubre que es festivo, por lo que se pueden imaginar cuánto ignoro estos días.
Si soy sincera con ustedes, he de decir que, como todo en la vida, siempre hay un pero que esconde lo más importante del discurso y aquí va el mío. Ignoro los días festivos pero explíquenme cómo es que no brindamos todos los días por el amor incondicional de una madre, quién pone toda su alma, sangre y energía en ti sin querer nada a cambio. Quién acuna mis miedos, me dedica todas sus batallas, encuentra todo lo que busco, entiende mis silencios y sabe de qué pie cojeo solo con mirarme.
Ese minuto cero en el que te haces un predictor y salen las dos rayitas te previene de que en tu interior está creciendo algo que depende de ti, y convertirá tu vida en una auténtica montaña rusa; momentos en los que estás en lo más alto y te crees imparable, y otros en los que la falta de sueño y el ritmo frenético que demanda tu bebé, provocan en ti un agotamiento que te hace incluso dudar de tu capacidad como madre.
En la maternidad no todo es de color de rosas pero (y recuerden que después de un pero viene lo importante), no deja de ser una de las aventuras más apasionantes de la vida. Ser madre es mucho más que cambiar pañales, calentar biberones y comprar potitos. Ser madre madre es dedicarte en cuerpo y alma a quien siempre formará parte de ti. Las preocupaciones se multiplican y aunque, en ocasiones, el cuidado de una misma pase a un segundo plano, díganme quién no lo haría. Existen tantas maternidades como madres en el mundo y cada hijo, más allá de llegar con un pan bajo el brazo, llega con su propia enciclopedia.
Arquitecta por crear con bases de yeso y cemento lo que hoy soy. Peluquera por desenredarme el pelo cada mañana a pesar de mis inagotables quejas, por ayudarme (aunque no lo sepa) a cortar de raíz con los malos tallos que a veces brotan de mi cabeza. Maga por fundar la pócima de la infinita paciencia, esa que tanto me falta. Minera por poder ver en mis ojos las dos piedras más brillantes del planeta desde el primer momento en que los abrí. Trabajadora. Generosa. Atenta. Hoy, como cada día, brindo por ti.
