Todos secundaríamos estas palabras de Giner de los Ríos, todos, absolutamente todos, pero, con una modificación en cuanto al tiempo y al lugar. Nosotros, generalmente, no hablamos del otoño, hablamos del verano; los veranos que se fueron, los que vendrán y el que tenemos. Ahora bien, primero, la despedida.
La canícula del mes de julio nos advierten que un nuevo verano ha llegado a nuestra vida. Nada puede frenarlo más que el propio paso del tiempo. Es momento de soñar, vibrar, pensar, ilusionarse, enamorarse y entristecerse. El verano es esa batidora donde caben todos los sentimientos que el ser humano es capaz de vivir.
Verano es la ruptura con el tiempo pasado, es el cerrar la puerta, de manera definitiva, a un año para un sector determinado de la sociedad como son los escolares y los docentes, además de los luchadores, los soñadores y los que llenan las colas del paro, jóvenes y no tan jóvenes. El verano tiene ese algo que nos emociona. Todos creamos listas interminables de lo que vamos a hacer en verano, de lo que queremos vivir y de lo que queremos descansar. Todos lo hacemos, pero luego, cuando suena el trueno gordo del 31 de agosto, nos echamos las manos a la cabeza tras darnos cuenta de que aquello, simplemente, fue tinta que se escurrió en un papel, quizás de reciclaje. El verano es un tiempo fuera del tiempo, como diría aquel magnífico pregonero cofrade; el verano es el punto de partida para aquellas cosas que están por venir, para las fotos más majas de Instagram, para la colección impérenme de recuerdos, la lectura sosegada de EL ANDA, cuando lo había, el paseo por la playa cogido de la mano del amor de tu vida o del despertar con ese aroma a churros que ha ido dejando por el piso de alquiler en la playa la bolsa que tu padre ha dejado encima de la mesa de la cocina. Verano es todo eso, y más cosas, por supuesto que sí. Cada uno tenemos una concepción diferente del verano; a mí me desestabiliza y, tras un año en el paro, que quieren que les diga, me sabe igual que si estuviera en mayo, octubre o febrero; sin embargo, cada persona tiene una concepción diferente de lo que va a vivir y del verano que vivirá. Ahora bien, antes del verano llegará el momento de la despedida. El vuelo de los vencejos, en círculos concéntricos; su piar al amanecer de cada día; sus nidos llenando las esquinas olvidadas de los edificios y su sonido constante al atardecer nos anuncian la llegada de la obligada despedida. Todos tenemos ese amigo, amiga, pareja o conocido que coge sus maletas y se va de viaje o se alquila un piso en la playa, primera línea de playa a ser posible. Sus despedidas suenan a recochineo, algo así como: ‘’ ahí te quedas, chato’’. Este no será siempre el caso, porque también habrá despedidas que emplacen a visitas obligadas, baños en los campos a la luz de la luna, comidas con una buena jarra de vino con melocotones, ciezanos, por supuesto; reuniones en chanclas, sombrero playero y bañador puesto. Es el momento de despedirnos, pero también de celebrar lo bueno que nos ha traído el año, desde septiembre a junio, y, si no ha habido algo bueno, es el momento de parar, evaluar y coger impulso para arrasar.
Despídete, zampa un par de besos y sueña. Es el momento ideal para hacerlo, porque el verano es la búsqueda de todo aquello que nos hace felices. No lo desperdicies, que corre más que las carretillas del Sábado de Gloria.
Os espero en quince días. Mientras sigo observando la vida.
