Hace escasos meses se presentaba un artesonado en talla de madera para una capilla de Tobarra, salido de sus gubias, en esa dedicación para con el arte sacro que le ha deparado importantes encargos procedentes de cofradías cartageneras, Pinatar, Alhama y otros sitios.
Ahora, acaba de salir de unos laboratorios de Milán un perfume que llevará su imagen, y que será presentado el próximo enero en ciudades como Madrid, Milán, Estambul, Ankara, El Cairo, Nueva York y Los Ángeles. Es la extraña alquimia de un personaje llamado Juan Bautista Fernández, que sabe combinar perfectamente la creación escultórica en la soledad de su taller, para después mezclarse en los mayores saraos de gente "vip" de cualquier país y posar entre los seres carismáticos ávidos de glamour, donde artistas, abogados televisivos, empresarios de primera fila, aristócratas filantrópicos, herederos de grandes fortunas, periodistas de alto rango, encopetadas marquesas, el popular "padre Ángel", peluqueros y diseñadores de lo más fashion y todo tipo de criaturas que navegan en el proceloso mar de las vanidades.
"Faraón", que así se llama el perfume que Bautista ha dado alma, tiene un aroma persistente donde el almizcle se posiciona como elemento esencial, siendo acompañado por unas notas florales, delicadas y sutilmente mezcladas, entre las que sobresale un singular toque de lirio ahumado. Una fragancia sensual que tiene un final ligeramente dulce, cuando jazmín y vainilla se funden. El perfume contiene pequeñas briznas de pimienta, tan utilizadas en el antiguo Egipto. Un perfume, que a buen seguro triunfará, y deja en el aire el sentido homenaje que Bautista rinde a Manuel Fernández, su tío paterno, que en los años sesenta soñara con la gloria del toreo, ejerciendo como novillero, siendo acartelado con el sobrenombre de el "Faraón".
Quiso el azar que en esa época aterrizara en Cieza una comitiva de gentes del cine, en busca de exteriores para una filmación, entre los cuales se encontraba el actor mexicano Anthony Quínn. Manuel hizo de cicerone, mostrando rincones de Cieza, y de manera casual como sucede con los enamoramientos, se enamoró de una de las componentes de aquél grupo; dejó capotes, estoques y muletas yéndose a Londres con la supuesta dama, iniciándose en lo que sería su nueva pasión: la escultura. De Londres, y apadrinado por el prestigioso Henry Moore se fue hasta Nueva York, consolidándose como un reputado artista.
