Hace, sin ir más lejos, veinte años, en Cieza no había apenas problemas de tráfico. Pero el periodo de bonanza económica que terminó en 2007 trajo consigo, entre otras cosas, un espectacular aumento del parque automovilístico. Al mismo tiempo se construían barrios enteros en la periferia, más alejados, aunque no mucho, del centro urbano. Como consecuencia, en Cieza comenzamos a vivir fenómenos desconocidos hasta entonces, pero habituales en las ciudades: congestión del tráfico, escasez de aparcamiento, aumento de los accidentes de circulación, etc.
Pero a estos fenómenos hay que añadirle un hecho lamentable: la falta de civismo de buena parte de los conductores, y de los peatones, de nuestra ciudad. Vayamos por partes.
Lo primero que llama la atención es el uso excesivo que se hace del automóvil en Cieza. Mucha, muchísima gente, coge el coche para ir a la vuelta de la esquina. Y no se trata de una frase hecha, ni muchísimo menos. Es literal. Aunque en nuestra ciudad no hay distancia que no se pueda recorrer cómodamente andando, parecería que nos encontrásemos en cualquier megaurbe del mundo, donde no se puede prescindir del transporte. Pero no: puedes recorrer el pueblo de cabo a cabo en apenas media hora, o tomar el transporte público. Aunque las malas costumbres son difíciles de quitar.
¿Y qué ocurre cuando, aunque sin necesidad, cogemos el coche para ir a cualquier lugar? Pues que tenemos que aparcar justo a la puerta de ese comercio, o cafetería, o casa de un amigo, o lo que sea. Y las más de las veces no hay sitio. Es entonces cuando muchos paisanos nuestros no tienen empacho alguno en conectar las luces de socorro y dejar el coche en medio de la calle, o tapando un vado, u ocupando una plaza de aparcamiento para minusválidos, un paso de cebra o una rampa para el paso de sillas de ruedas o carritos de bebé. Da igual que diez metros más allá haya varias plazas libres donde aparcar el coche sin molestar a nadie: hay que dejarlo justo a la puerta de nuestro destino. No nos importan las molestias y perjuicios que causemos, lo primero es nuestra comodidad.
Es más, cuando nos encontramos con uno de esos obstáculos y tocamos el claxon para que el o la amable conductor/infractor retire su vehículo, nos miran con mala cara, como si les molestase el hecho de que queramos entrar en nuestro garaje, por el que, por cierto, pagamos una tasa de vado para que su entrada permanezca despejada. Y no digamos si es la policía la que hace al infractor retirar el coche. La excusa es siempre la misma: llevo sólo un minuto aquí. Aunque servidor, y muchos otros y otras, hayamos visto el coche mal aparcado durante más de media hora y al infractor o infractora tomarse un café tranquilamente en la cafetería de enfrente. Y no se trata de un hecho aislado.
El no va más es cuando, en la misma calle, dos coches aparcan en doble fila, uno en cada sentido y a la misma altura, interrumpiendo así el tráfico casi por completo. Y tampoco se trata de un caso raro. Me pregunto qué les parecería a estas personas si tapiásemos la puerta de sus casas o garajes. Lo más probable es que pusiesen el grito en el cielo. Pero, curiosamente, no se les ocurre que a los demás les pueda parecer igualmente mal cuando no pueden sacar o meter su coche en el garaje o pasar con su carrito de bebé o su silla de ruedas por un paso de cebra. O, simplemente, circular. ¿Tanto cuesta buscar un sitio libre, donde se pueda aparcar sin molestar a nadie, y recorrer diez, quince, cincuenta metros a pie hasta nuestro destino?.
Pero donde la cuestión del tráfico se vuelve ya una actividad de riesgo es en los pasos de cebra y pasos de peatones en los semáforos. En los primeros se establece una auténtica guerra sicológica entre el peatón, que antes de dar un paso intenta averiguar las intenciones del conductor que se acerca, y de éste o ésta, que se aproxima al paso de cebra con ánimo de no parar, salvo que el peatón comience a cruzar. Hay también conductores que directamente aceleran para ser ellos los que pasen, otros que pasan sin parar y que hacen un gesto como de disculpa (oye, perdona, no he podido parar) y otros, también bastantes, que paran amablemente para que pase el peatón. Pero siempre se trata de un juego arriesgado en el que en demasiadas ocasiones se producen accidentes.
¿Y qué decir de los semáforos? El color ámbar no sólo no persuade a muchos automovilistas de ir reduciendo la velocidad, sino que parece que ejerce el efecto contrario: es ver este color en el semáforo y producirse una distensión en la pierna derecha que presiona el acelerador para conseguir más velocidad. Debe tratarse de un efecto sobre el sistema nervioso bastante generalizado, porque pasa muy a menudo. Igualmente los semáforos intermitentes para los automóviles y en verde para los peatones suelen tener un funcionamiento similar al que hemos visto en el caso de los pasos de cebra. Incluso he podido observar a conductores increpando a peatones que, con todo su derecho, atraviesan con su luz en verde por su correspondiente paso. De hecho, cada día somos más los peatones que miramos a ambos lados de la carretera aunque el semáforo nos indique que podemos cruzar con seguridad. Lo mismo ocurre con el color rojo, que al aparecer parece indicar al conductor: ¡Acelera, que aún te quedan cinco o seis segundos antes de que vengan coches en sentido contrario! Y todo ello, para encima tener que parar en el siguiente semáforo. Puede, no lo sé, que el problema se deba a que en Cieza tenemos un alto porcentaje de daltónicos, en especial entre los conductores y conductoras de vehículos a motor, que no distinguen el color rojo. O que en realidad lo que tengamos es un cierto déficit de civismo y de respeto a las normas de circulación, que se traduce en la vida diaria en una falta de respeto a los demás.
Un problema que se recrudece cada día que pasa es el de los conductores que hablan por teléfono o incluso utilizan programas de mensajería mientras conducen. La probabilidad de sufrir o causar un accidente se incrementa exponencialmente en estos casos, pero parece que no se aprende del ejemplo de los miles de siniestros causados por utilizar el móvil mientras se conduce. Como suele decirse, más vale un “por si acaso” que un “yo creía”. Máxime, cuando las consecuencias pueden ser trágicas.
¿Y los peatones? Pues los peatones tampoco nos salvamos de cometer todo tipo de imprudencias y de no respetar las normas de circulación. En algunos, incluso bastantes casos, con absoluto menosprecio de la propia vida. Cada día es más habitual ver a viandantes cruzar la calzada con toda tranquilidad por lugares no señalizados, sin importarles en absoluto el tráfico que haya. Es, en mi opinión, absolutamente alucinante ver cómo se arriesga la vida de esa manera. Supongo que quienes lo hacen pensarán que los automovilistas pararán sus vehículos para no atropellarlos, pero en muchas ocasiones no es posible detenerse a tiempo. Y después llegan los llantos y el crujir de dientes, demasiado tarde ya para solucionar algo que se podía haber evitado con un mínimo de civismo y de sentido común. Muchos peatones, además, corren riesgos innecesarios al atravesar la calzada, aunque lo hagan deprisa, por lugares no señalizados. Y lo que es aún más sorprendente, muchas veces teniendo a diez metros un paso de cebra o un semáforo.
Las normas de tráfico están para algo, para que todos, peatones y conductores, podamos utilizar la vía pública minimizando el riesgo de accidentes y maximizando la rapidez y facilidad de los desplazamientos. Cuando no las respetamos no sólo entorpecemos el tráfico, sino que ponemos en peligro nuestra propia salud, y también la de los demás. Por nuestro propio bien y por el de todos, debemos ser más responsables y respetuosos con las normas de circulación.
Nos evitaremos muchos disgustos. De verdad. Y Cieza, y todos los que en ella vivimos, saldremos ganando.