Pero claro, aunque no lo veas, te enteras. Te enteras porque al día siguiente mucha gente habla del debate: que si éste dijo esto, que si aquél dijo aquello, que si gano uno, que si perdió otro… Además, los medios de comunicación te bombardean con encuestas, valoraciones, anécdotas y muchas otras cosas.
Pues voy a actuar de oído, en función de lo que oigo y leo (que no de lo que no vi). Parece ser que no hubo un ganador destacado. Cada medio de comunicación arrima el ascua a su sardina, pero sin demasiada convicción. En muchos de los medios, y en boca de mucha gente, se cuestiona el conocimiento de los candidatos en general de aspectos tan importantes como la recaudación de Hacienda o los datos del IRPF. También es general la sensación de que Rajoy se salvó de la catástrofe, aunque poco pudo hacer cuando todos los demás le hablaron de su tema más temido: la corrupción. Entre los demás, ataques a algunos y contemporización con otros, según los posibles pactos postelectorales que se vislumbran en el horizonte.
Hasta aquí. Todo normal. Pero a partir de aquí viene lo que, al menos a mí, más me preocupa: todo sigue igual, las líneas rojas siguen más o menos donde estaban en diciembre. Porque en eso coinciden tanto los medios como las personas que me han contado su opinión sobre el debate: no hay cambios.
Unos dicen que con éste yo no pacto. Otros aseguran que con éste sí, pero que estos temas (siempre los más importantes) no se pueden tocar. Otros excluyen a determinada figura política de un posible acuerdo. Otros se agarran a la poltrona sin dejar un resquicio por dónde meter la palanca. Aquéllos juran que están dispuestos al diálogo, pero ya veremos de qué y cómo se dialoga, si yo estoy por delante o por detrás de ti. Posturas, en definitiva, que podrían considerarse lógicas en un proceso electoral, y preparatorias de futuras coaliciones. Pero que, como ya hemos visto, más bien son todo lo contrario: don Tancredo soy, y de aquí no me muevo.
Estamos ya aburridos. La política tiene unos límites; pasados esos límites el pueblo se aburre, pasa de los políticos y de la política. Se dedica a sus cosas más inmediatas y no piensa en cómo mejorar el país. Y eso es muy malo, porque la democracia necesita participación de los ciudadanos, no una clase política que se aleje del pueblo y se enquiste como, sí señoras y señores, una casta endogámica que parece estar más preocupada por medrar que por defender y administrar la cosa pública en bien del país y de sus ciudadanos.
Hace seis meses, hace cuatro meses, hace tres meses, escribí artículos demasiado parecidos a éste. Y lamentablemente, aquí estamos otra vez, hablando sobre lo mismo, temiendo que vuelva a ocurrir lo mismo.
Ojalá me equivoque.
