Voy a la cocina a prepararme el desayuno y subo a la terraza con él. No me quiero quemar, así que me pongo protector solar. El otro día oí por las noticias que por la noche los rayos son más perjudiciales para la piel.
Sumerjo unas galletas caseras en mi taza de leche de oveja y busco las llaves del coche (siempre las suelo dejar en la estantería verde que está al lado de la radio, dentro de un botijo que me regaló la bisabuela de la tía de mi padrastro).
Me dirijo hacia el campo.
Me doy cuenta de que se me ha olvidado el perro y vuelvo a por él. Ahora sí que sí. Le pongo el cinturón y nos vamos.
El freno de manos indica la llegada. Abro la puerta y mmm... ¡qué bien huelen los árbo... .... ...
¡PIIII!
Las ocho de la mañana. Me levanto, desayuno, cojo el tranvía y a la oficina.