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Jueves, 25 de Abril del 2024
Friday, 10 December 2021

El VIAJE (más final aún) a Ninguna Parte. Amparín sí tiene quien le escriba…

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Pie de foto: Dos de mis primas hermanas, primas, casi hermanas, entre ellas. María Jesús Carrillo, Susi, a la izquierda. Amparín González Marcos, que se nos fue al cielo el 3 de Diciembre, a la derecha Pie de foto: Dos de mis primas hermanas, primas, casi hermanas, entre ellas. María Jesús Carrillo, Susi, a la izquierda. Amparín González Marcos, que se nos fue al cielo el 3 de Diciembre, a la derecha

CLR/Bartolomé Marcos.

Yo, su primo hermano.

Es 4 de diciembre de 2021, sábado. Escribo estas palabras de recuerdo -emocionado, porque la quería- cuando el cuerpo, presente, de Amparo González Marcos, yace en una sala del tanatorio de Cieza a la espera de darle sepultura. Amparín, como todos la llamábamos cariñosamente, era prima hermana mía, de las siete que he conocido (ella, Amparín, Lolita, Susi, 2 Angelitas y 1 Josefica). Ella es la primera que se me va. Hija de una hermana de mi padre, mi chacha Dolores, que si por melancólico y adolorido gesto y expresión fuera, debió nacer también, como el poeta dejara dicho del toro, para el luto y el dolor. Una atormentada madona siciliana, “Silvana Mangano” de marcadas ojeras y expresión reconcentrada y triste (así la recuerdo…), aunque con algo de retranca y un hablar un poco arrastrado y trabajoso, como ligeramente asmático y cansado. Eso, mi chacha Dolores, porque Amparín me da la sensación de que se parecía más, físicamente, a su padre, modesto y siempre jovial encargado de una fábrica de espartería, de permanente y humeante puro en ristre, y de quien, seguramente, Amparín heredó la perpetua sonrisa socarrona y algo burlesca, atemperada en ella por la natural bondad, contención, modestia y timidez de los Marcos. Ella, mi chacha Dolores, madre de Amparín, con la que ahora estará departiendo, y quizá hasta discutiendo de manera enérgica y vibrante en el desvencijado y ruinoso gallinero celestial de los santos y santas más pobres, ¡rogad por nosotros! Eso sí, habrá pegado la hebra con su madre, después de haber platicado un “ratejo” en su funeral con mi señor hermano, Antonio Marcos, que nos hizo escucharla a través de él, y que me confirmó y nos confirmó a todos los asistentes que habría hecho un curica sin igual con el emotivo e inspirado coloquio que entabló con Amparín en las postrimerías del oficio religioso de despedida de una mujer que sigue viva en el recuerdo, chita echá p´alante como él mismo la perfiló en una semblanza cariñosa y llena de sentimiento y emociones, una madre coraje sin igual que siempre se desvivió por sacar a flote a su familia, en medio tantas veces de dificultades y complicaciones, sin cuento, sin leyenda y sin historia, sin epopeya ni retóricas, que los llevaron a multiplicar y diversificar su desempeño laboral, recurriendo incluso a la emigración en Cataluña, en Barcelona, concretamente, donde regentaron un bar, ella y su marido, Paco, el de los chistes sin fin, al que yo siempre percibí como un segundo Arévalo, dado el para mí evidente parecido físico con el conocido humorista. Después, ya en Cieza, de vuelta de la aventura catalana, llegaron también a montar una hamburguesería en el “rascacielos” tapavistas de Erica del Hospicio-Esquina del Convento.

 

Mi chacha Dolores, madre de Amparín, llevaba marcada en el rostro, y en el nombre, la impronta fatal de la resignación de los pobres ante el sino de la adversa fortuna que se cebó en mi padre, uno de los primeros de la familia, como mis pacientes lectores saben, en irse y dejarnos huérfanos para siempre jamás. Amparín, mujer de risa explosiva y contagiosa, tenía la generosidad y la bondad que eran, son y serán, marca de fábrica de la familia Marcos. Se apagó su sonrisa, cambió el paisaje de la ciezana calle del Barco, en un pisito de la cual había recalado finalmente la familia tras la aventura catalana.

 

A Amparín no se la ha llevado noviembre, con su triste y mortuorio aroma, pero poco faltó. Estaba que se iba pero que no acababa de irse. Porque no quería, no… Se aferraba a la vida porque sabía que había vidas que aún la necesitaban más a ella que ella a su propia vida. Se la ha llevado finalmente un diciembre apenas iniciado, el hielo de las primeras heladas que han congelado su corazón generoso derritiéndose sobre él y endureciéndolo. Ya lo dejó escrito para la posteridad en verso inmejorable el poeta ciezano, amigo y compañero mío Aurelio Guirao: “cada muerte no es/ sino un copo de nieve/ que se derrite sobre el corazón”.

 

Ha partido Amparín como una flor de invierno tempranero, la flor de pascua jovial, risueña y rubia, aunque de vistosa piel morena, que ella siempre quiso ser…Descansa en paz. Nos queda tu recuerdo…Vives aún. Te he visto en sueños y, en sueños, me lo has dicho. Sí, me has dicho que estás viva. Y me has preguntado por tu Ana María, tu Sandra y tu Noemí. Y, claro, por tu nieto. Me has insistido también en que se lo dijera a mi hermanico, a tu querido primo hermano Marcos, para mí siempre sólo hermano “Antoñico”…

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