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Jueves, 18 de Abril del 2024
Friday, 02 August 2019

El Viaje (Final) a Ninguna Parte. “Recuerdos” (Es lo que va quedando…)(I)

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Recuerdo que en mis primeras clases como profesor de Lengua Castellana y Literatura en el que primero fue el instituto, sin más; después Instituto de Bachillerato Mixto de Cieza y luego, mucho más después, Instituto de Educación Secundaria “Diego Tortosa”…ya me he enredado…

Decía que recuerdo que por aquel entonces solía dedicar una atención destacada e importante en mis clases al análisis del lenguaje publicitario, y a una de sus más sibilinas subclases, el lenguaje político, que siempre nos quiere vender la moto, por escacharrada que esté (léase los actuales líderes políticos, o el imaginario, aburridísimo y cursilón mundo feliz que nos anuncian que sólo puede encontrar paralelismo y parangón en los desacreditados púlpitos), además de, por supuesto, del lenguaje poético-literario, de donde saqué aquello aparentemente tan sorprendente – y tan sugerente- de que la literatura y el arte siempre eran una desviación y que todos los poetas estaban locos más o menos de remate y eran carne de diván de psiquiatra o “sicoloco”, como dice mi abandonado amigo (por esos asoleados caminos del Cajitán) Pedro Luis Almela, para referirse a nuestro “sicoloco” de cabecera, el ínclito Paco Vázquez, al que el otro día vi, ensimismado y solitario como yo mismo, cual redivivo Machado, él y yo, paseando por el Ribereño, ¡hola, Paco!, ¿cómo estás, tú, ti, te, contigo? Así estamos, Paco, con la cabeza un poco a pájaros, como Don Quijote en sus mejores tiempos, querido loco genial.

 

También entreteníamos el tiempo con el análisis del lenguaje administrativo y jurídico, que, entendiendo y siéndole específico y propio un asunto que a todos afectaba y afecta, a veces incluso de manera perentoria y coercitiva, como es la normativa reguladora del mejor desenvolvimiento de las cosas en orden a la deseable armonía, justeza y justicia de las relaciones humanas en sociedad, parecía poner todo su empeño sin embargo en expresarse siempre de manera oscura, ambigua, farragosa y hasta críptica, para que no lo entendiera ni Dios vivo que bajara de los cielos o subiera desde los infiernos (que de todo hizo), perdiendo así su razón de ser y su sentido último, y poniéndose al servicio de todo sinsentido, dislate o disparate (el lenguaje jurídico, que no Dios, aunque todo podría ser), como ciertamente ocurre por su deliberada indeterminación y oscurantismo (del lenguaje jurídico, que no de Dios, aunque tampoco es que su Divina Majestad haya sido histórica o incluso prehistóricamente un prodigio de claridad). También les hablaba a mis nobles y sufridos alumnos y alumnas de entonces del lenguaje periodístico, con sus tres “ces” de obligado cumplimiento, claro, conciso y correcto, y su estructura de la noticia del triángulo invertido ideada por la API (Asociated Press International), con el relato de los muertos y los heridos graves primero, después los leves y finalmente los ilesos y otros detalles y circunstancias del acontecimiento o suceso sobrevenido, respondiendo siempre en su redacción a las preguntas de qué, quién, dónde, cuándo, cómo, por qué y para qué (hoy ya sabemos que para nada…porque periodista y periodisto es todo quisque y los han desposeído de sus más conspicuas señas de identidad). Lenguaje periodístico que ni los periodistas, o periodistos, se plantean en la actualidad (¿qué fue del “Libro de Estilo de El País”?), devorados por el engendro abominable de las redes antisociales que han entronizado la zafiedad, la vulgaridad y el canibalismo salvaje de todos contra todos, sin olvidarnos de todas contra todas. Igualmente hablábamos del lenguaje científico y técnico, caracterizado por la concreción, la precisión, el rigor y –casi siempre- la monosemia, que es disciplina que nada tiene que ver con la simiología, no me vayan a ser malpensados. Quizá (pienso ahora) habría tenido que seguir yo ese camino de las ciencias, por el que inicialmente me había decantado en mis estudios de Bachillerato Superior, aunque… ¿para qué?: para llegar a tocar la muerte con los dedos sin vencerla, para reiterar estéril e interminablemente el sueño de la razón que engendra monstruos abominables, para ver más de cerca y constatar nuestras limitaciones, nuestra incapacidad, nimiedad, nadería e incompetencia; para viajar por el espacio sin haber resuelto aún los enigmas que esconde el despoblado islámico de Medina Siyasa, ahí al lado mismo, tan cerca y tan lejos, sobrevolado por una torre de deconstrucción que no sabemos qué enésima tontería estará perpetrando allí.

 

Todo parecía estar claro antes, hace unos cuarenta años. Además nos sentíamos capaces de alumbrar un mundo mejor y nuestros cánticos ilusionados lo pregonaban. Sí, todo parecía estar claro por entonces, pero todo ha acabado saltando por los aires después. Ahora miro para atrás y no sé muy bien cuándo empezó el principio nefasto de este malhadado fin del juego para llegar a una sociedad y a un mundo, estos de la actualidad, que, yo por lo menos, no entiendo. Nunca se ha hablado tanto de libertad. Y nunca el ser humano ha sido en realidad menos libre. Nunca se ha estimulado tanto la competitividad y paradójicamente nunca tantos mediocres han ascendido a responsabilidades que los sobrepasan, amparados en la masa amorfa, amasando resentimientos y discordias (léase Pedro Sánchez-Pablo Iglesias). Pero, ¿cómo pueden farsantes así seguir predicando en el hemiciclo con más cara y más caras que un saco de perras en lugar de desterrarlos al desierto? Albert Camus, ya dejó dicho en 1957 aquello de que “cada generación se cree, sin duda, llamada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo hará. Mas su tarea es tal vez más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”. Y aquellos que proclaman el asalto de los cielos están probablemente abriendo las puertas del infierno. Ya pasó algunas veces en el siglo pasado. En este, más aburrida, más confusa, más banal, la historia se repite…

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