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Viernes, 19 de Abril del 2024
Monday, 21 January 2019

El Viaje (final) a Ninguna Parte. La vigencia del mito: sobre dioses, héroes, hombres y creencias

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Al principio (o por lo menos hace casi tanto tiempo como el que falta para el fin, unos 2.000 millones años más o menos según los últimos estudios y sondeos astrales), Dios era el Sol, y los hombres no existían.

Después, unos dicen que por aburrimiento, otros que insuflando aliento y calor al barro frío, y otros que por imperdonable lapsus o divino despiste, vamos, en plan chapuza, Dios inventó al hombre. El hombre se sintió desde un primer momento solo, desvalido, e incluso bastante aburrido, por lo que, según cuentan algunos mitos, Dios inventó a la mujer para que el hombre se entretuviera con ella, como si de un divertido juguete se tratara. De ahí la atávica consideración, o desconsideración más bien (o más mal) de la mujer, tratada tantas veces - aún en la actualidad- como “una cosa”, como un objeto, y desposeída hasta no hace mucho incluso de alma, porque, claro está, Dios sólo dirigió su divino y cálido soplido sobre el molde en barro de un varón.

 

Después, parece ser que las cosas no anduvieron demasiado bien entre el Creador y sus criaturas, aunque estas últimas mantuvieron siempre hacia Aquél la lógica y reverencial actitud de respeto y temor debidos a quien tenía el inmenso y absoluto poder de hacer y deshacer sin darse explicaciones más que a sí mismo (si le daba la divina gana, por supuesto).

 

Pero en las relaciones entre Dios, o la idea de Dios, y los Hombres (lo pongo con mayúsculas para incluir a las Mujeres), ha habido muchas variaciones a lo largo de esta historia para no dormir de la pobre, desvalida y miserable Humanidad. Entre los griegos, los hombres podían llegar a ser dioses (ahora sólo machos alfa), y después, para los cristianos, Dios se hizo hombre encarnándose en Jesucristo. La idea no obstante de que los hombres podían ser como dioses (antes de que llegara Pedro Sánchez Castejón que se lo cree), junto a actitudes más racionalistas y menos trascendentales, determinó un aumento del interés del hombre por el propio hombre, una visión antropocéntrica y vitalista de la existencia. Y fíjense que seguimos hablando del hombre, porque la mujer contaba más bien poco. Andando el tiempo, sin embargo, los hombres vivieron el sueño de la ciencia en apariencia ilimitada, para descubrir pronto - no sin dolor y angustia- que lo que la ciencia les revelaba no siempre era tranquilizador, no siempre lo explicaba todo y, desde luego, dejaba pocos márgenes para aquella ilusión de ser como dioses, y, como los dioses, ser de la especie de los inmortales. El hombre, que conocía mejor el mundo, y en parte también a sí mismo a través de la ciencia, se quedó sin los dioses, se quedó sin dios, y se quedó sin el propio hombre, perdido y solitario en uno de los millones de planetas del Universo, abocado y enfrentado a la Nada. Pero sus preguntas, sus angustias y sus dudas seguían existiendo. Eso sí, sin respuestas…si Dios existía, estaba sordo, mudo y ciego…

 

Sin embargo, el afán de encontrar explicaciones y la necesidad de albergar alguna esperanza, generó y genera toda clase de mitos, leyendas y pseudo-religiones alternativas: Supermán y los extraterrestres buenos, dimensiones paralelas, psicofonías y otras “sobrenaturalidades”. El nuevo “dios” que viene del cielo , del espacio, de un pueblo más avanzado y poderoso, que, sin nuestras debilidades e insuficiencias, bondadoso y justo, puede remediar todo aquello que no está en nuestra mano remediar. Pero Supermán no existe y su ficcional realidad es sólo un consuelo irreal y pasajero, un mero “entretenimiento”, y en nuestro tiempo - de extraordinarios avances científicos y tecnológicos- pero con las limitaciones y miserias humanas de siempre- y con la servidumbre segura de la muerte, los ojos de mucha gente, la gente ignorante y sencilla y la gente culta y complicada, se vuelven de nuevo a la esperanza de la religión, incluso para los agnósticos y descreídos asidero agonístico ante las inciertas expectativas de posible, insegura, probable, dudosa (según las perspectivas y los estados de ánimo emocionales) trascendencia, misteriosa explicación, pero explicación al cabo, del drama oscuro e injusto de la vida y de la muerte. Y esa es la esencia de la religión, al margen de rentabilizaciones de la misma para otros cometidos y finalidades. La religión implica la esperanza de vida más allá de la muerte, la posibilidad de que fuerzas poderosas y desconocidas se nos vuelvan propicias para conjurar la infausta fortuna o el destino adverso. Y esa es la religión, aunque para muchos la religión no sólo sea eso. Esperanza fundada para unos, “clavo ardiendo” al que aferrarse para otros, mito y literatura para soñar en bastantes.

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