Viene bien aquí traer a colación el viejo cuento de un rey, envidioso de la felicidad que irradiaba de un pobre vasallo suyo, y la argucia que pergeñó al dejarle, de forma anónima, en la puerta de su casa una bolsa con monedas de oro y una nota que decía: "en pago a tu honestidad" (…) Tras contar las piezas de oro una y otra vez, buscando por toda la casa por si se hubiera extraviado alguna, el vasallo no pudo creer que en la bolsa hubiera solo 99 monedas. No era posible. Seguramente serían 100. A partir de este momento se dedicó a buscar desesperadamente la manera de conseguir la moneda de oro que le faltaba para obtener la cifra redonda que lo hiciera plenamente feliz. Había entrado de lleno en el círculo. Esta desazón lo llevó, paradójicamente, a una creciente infelicidad, por el esfuerzo que le suponía llegar a alcanzar esa meta. En realidad tenemos desde hace siglos corrientes filosóficas griegas para no caer en estas trampas, desde la moderada y atractiva filosofía epicúrea, puesta en valor por Lucrecio en su "De rerum natura", hasta la radical corriente cínica, abanderada por el intransigente Diógenes de Sinope, el mismo que le dio plantón a Alejandro Magno cuando le hizo una visita de estado a su tonel-casa llevado por su deseo de saber más acerca de su perruna forma de vida.
Para ilustrar en qué consiste esta historia, querido Berganza, imagina que por esos avatares de la vida te encuentras ampliando tu espacio vital familiar con una segunda residencia, anexa a la tuya, a causa de la defunción de un ser querido que vivía solo en ella, al que asistías en sus necesidades y con el que convivías estrechamente. Cuando, años más tarde, su legítima heredera, que a pesar de sus vínculos familiares con el finado jamás hizo el más leve atisbo de visitarlo, ni cuando menos ver de qué color estaba pintado el salón (solo por eludir su responsabilidad afectiva), decide desalojar a algunos de los okupas de tu numerosa familia, sin venir a cuento porque a todas luces no necesita la vivienda, lo más normal es que tomes una "pesambre" del 15.
Creo que, a pesar de los achaques de la edad, debemos dar gracias a la Providencia de que nuestras piernas todavía respondan al paseo diario por esta suerte de Edén que son los alrededores de nuestro pueblo, práctica que muchos sustituyen cabalgando sobre una moto, la cual puede dar con sus huesos en el suelo, aparte de que debe ser bastante molesto a medio plazo eso de ir cabalgando sobre un ruido.
La misma suerte debes tener por estar bien considerado por muchos compañeros en tu círculo profesional, sin olvidar a tus propios enemigos, que siempre los tiene uno aunque no quiera, y que incluso debes de estarles agradecido por recordarte que eres motivo de obsesión en sus vidas, y, como dice el dicho, "más vale que te envidien a que te tengan lástima". Agradecidos también debemos estar a las nuevas tecnologías y al coro mediático de políticos y animadores que llenan de basura la tele, porque con darle al botón del OFF del mando a distancia tienes la seguridad de que no te pierdes nada importante y te da la ocasión de hacer algo tan raro en estos tiempos como meditar, pensar sobre el mundo que te rodea y descubrir que ni es tan malo ni está tan mal como lo pintan.
Hay, pues, que pararse a pensar en el elevado peaje que supone para tu estabilidad emocional entrar en el perverso "círculo del 99", en la búsqueda obsesiva e infeliz de esas supuestas metas de nuestros días, como la de ese ansiado ascenso intentando conseguirlo como sea, como un trepa vendiendo si hiciera falta tu alma al diablo y que puede, por el implacable Principio de Peter, llevarte a alcanzar ese estado de perfecta incompetencia que tú sabes que siempre te acechó; o de ese perenne sobresueldo a base de horas extras en que vives atrapado, que en vez de ser algo ocasional para gastarlo en un viaje de placer lo has convertido en parte esencial del hipotecado casoplón en el que te has metido, quizá para emular a tus admirados ideólogos, los marqueses autosedicentes pobres de Galapagar; o del artilugio de última moda, llámese móvil, moto o cualquier pollinada campestre con la que te hayan comido el tarro los publicistas de la tele; o de la incertidumbre que te supone el vaivén de la acción bursátil en la que pujas a diario en la bolsa, donde siempre ganan los ricos y con la que se aprovechan de incautos como tú que suelen picar el anzuelo; o, como en el cuento del infeliz vasallo de la infructuosa búsqueda de la moneda que redondee esa cifra mágica de coleccionista en que has convertido tu existencia.
Y vuelvo a suscribir textualmente tu último párrafo porque en estos tiempos de incertidumbre: “de lo que se trata, en definitiva, es de vivir lo mejor posible esta incierta vida, a la que, en un abrir y cerrar de ojos, en un parpadeo, puede ponerle fin cualquier desalmado que se cruce en tu camino, o cualquier contingencia inesperada o imprevisible… y de apreciar, valorar y disfrutar diariamente lo mucho de valioso que tienen esas pequeñas cosas de las que aún te permites disfrutar. Cipión se despide con un abrazo, al que yo, desde aquí, correspondo: otro para ti, Cipión. Feliz Año.
