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Sabado, 20 de Abril del 2024
Sunday, 06 January 2019

El Viaje (Final) a Ninguna Parte. Cuento de Navidad (II)

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Estoy convencido, como el gran poeta francés Paul Valéry, que nos regaló la frase, de que “la literatura la crea el lector”; además, así, en singular, porque la literatura es también, y quizá sea sólo eso, el lugar de encuentro entre dos almas, la del lector, sí, tú, no te hagas el remolón, y la del autor, yo (con perdón por el pecado de soberbia de presumirle la condición de literatura a estas líneas con las que rompo la armonía y la paz del silencio de la terrorífica página en blanco cada semana).

Pues, para confirmar el aserto de Valéry, con el que comulgo, esta semana mi artículo me lo ha regalado, pensado, desarrollado y escrito desde el “Érase una vez…hasta el final”, un lector de mi “Cuento de Navidad” de la semana pasada…que no sólo me leyó a mí, por cierto. Se lo transcribo a continuación…Me ha servido también para hacerme la pregunta del millón:¿por qué y para qué escribo yo?, y para darme al tiempo la respuesta: pues siquiera para tener lectores como tú. Y es que, insisto, la Literatura la crea el lector…

 

Querido Bartolomé: gusto leer con sumo placer tus diatribas semanales, pero como otro articulista del Mirador publica también junto a ti, de soslayo leo también las de ese otro articulista. Y esta semana, casi sin quererlo, habéis abordado un mismo asunto (el de la Navidad, aclaro yo) desde dos perspectivas bien diferentes. No le falta razón (a mi articulista vecino, dice mi lector-autor de este artículo) cuando afirma que las personas inteligentes escasean. Ya decía Cicerón en una de sus cartas familiares eso de que “Stultorum sunt plena omnia”. Todo está lleno de necios. Pero si esta cita se nos antoja demasiado remota, podemos echar mano de una más reciente: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el Universo, y no estoy seguro de lo segundo”. Bien. Esta es de Albert Einstein, el gran científico alemán. Platón, al que alude en su artículo, sostenía que el voto universal era un mal sistema: da el mismo peso al voto de una persona completamente desinformada que al de una muy preparada, haciendo de esta manera demasiado vulnerable el sistema a los manipuladores. Y es casi natural que este hombre nuevo de hoy, que al parecer cree encarnar el articulista de marras, tan de nuestros días, tan agnóstico, tan cultivado intelectualmente, tan preparado, el modelo ético a seguir por nosotros, los ignorantes, nos tache de sandios para arriba por creer o hacer determinadas cosas en la vida con las que él no comulga. Y qué mejor momento para recordarnos esta triste realidad que durante estos entrañables días de Navidad. Entrañables para nosotros, no para él. Porque, según él…¡habrá en la vida algo más retrógrado que poner un árbol de navidad en casa! Circunstancia esta que probablemente evoque en nuestro hombre nuevo nefastos recuerdos de la cristiandad, de la iglesia y, en definitiva, de la religión, perdición de nuestros tiempos modernos.

 

¡Qué opinión no tendrá nuestro hombre nuevo de las gentes de esa norteña comunidad hispana que adoran un roble, que para ellos simboliza sus libertades tradicionales, no sólo estos días entrañables sino todo el año! Menuda memez, debe pensar. Vamos, y ni que decir tiene también lo que vomitará acerca del Papá Noel americano, o del Santa Claus alemán, o hasta de un personaje, si supiera de su existencia, que se deja caer también por estas fechas por Holanda, país laico y democrático por excelencia como los europeos, con connotaciones similares a los anteriores y que cada año arriba allí desde España, que es donde reside durante gran parte del año, y que no sabe una papa de español, para más inri. Y lo más extraordinario es que se desplaza hasta aquellas remotas tierras partiendo en barco…desde Madrid. Y aquellas gentes lo creen así. Habrase visto majadería más gorda, pensará para sus adentros nuestro hombre…

 

Y como ha mencionado también la tauromaquia y el animalismo, plato fuerte de la progresía, a saber lo estúpidos que debe considerar a todos aquellos peruanos que hacen de los cuy, que son unos ratones que aquí llamamos conejillos de indias, y que tenemos por mascotas, un manjar exquisito en la mesa. Aunque no debería sorprender a nuestro hombre nuevo que un manjar típico de nuestra tierra, el arroz y conejo, presente un ingrediente que da nombre al plato (y no es el arroz) que los centroeuropeos tienen también por mascota.

 

Pero, claro, esto no debe ocurrir en los estados totalitarios alimentados por el comunismo, cuyo ejemplo más notable es Rusia, estado idílico de referencia para todo progresista que se precie.

 

Un momento…¿o quizá sí? Resulta que cuando los alemanes estaban llamando con sus cañones a las puertas de Moscú, durante la Operación Barbarroja, en 1941, y todos los rusos se disponían a huir por patas a Siberia, para detener la desbandada, Stalin, el sádico asesino de masas y dirigente por aquel entonces, en un discurso memorable a la población, encomendó a sus gentes a la fe propugnada por la iglesia ortodoxa (cuyos curas fueron anteriormente asesinados por orden suya a millares durante el golpe de estado bolchevique) para renovarles la esperanza que habían perdido y así vencer a los invasores, invitándoles a dejar su vida por la tierra que habían hecho grande sus antepasados (es decir, los de la monarquía Romanov, que tanto odiaban los revolucionarios y a la que asesinaron impunemente, adultos y niños incluidos). Según los parámetros usados por nuestro hombre nuevo, encomendarse el dictador a tales recursos sería también un grado mayúsculo de estulticia. Pero debieron surtir efecto estas jaculatorias, pues hizo su aparición el frío invierno de una Blanca Navidad y, aprovechando tan luminosa oportunidad, fueron a por ellos y los alemanes la palmaron.

 

Y si lo medimos con sus curiosos parámetros modernos, a buen seguro que incluiría a Cicerón también en ese amplio colectivo formado por aquellos a los que nos considera imbéciles. Porque no me negarás, querido Bartolomé, que es del género tonto que un sabio tan destacado de la antigüedad creyera a pies juntillas en dioses romanos a los que atribuía la paternidad de las desgracias y sinsabores que asolan al género humano.

 

Y hasta el mismo Einstein debió cometer también la estupidez de creer que había una constante cosmológica que explicaba el curioso comportamiento del Universo en expansión. Y un despropósito no menos gordo debió parecerle cuando se opuso frontalmente a las predicciones de una nueva teoría iniciada precisamente por él, la mecánica cuántica, cuando dijo aquello de que “Dios no juega a los dados”. ¡Será posible…un científico de su talla justificando las cosas terrenales valiéndose de un ser divino! No cabe mayor sandez, ¿verdad?

 

En estos frenéticos tiempos que vivimos los adultos, donde no estamos con nuestros hijos lo que debiéramos, no es fácil dotarles de una infancia normal, y mucho menos feliz. Y a esa felicidad que debemos procurarles contribuye la ilusión, la mentira bienintencionada y las tradiciones, para hacer de ellos personas equilibradas en su madurez. Una profesora estadounidense, mujer nueva de nuestros días, dijo a sus alumnos de tierna edad que Papá Noel no existía, que el cuento del Ratoncito Pérez era mentira y otras cosas por el estilo. Los niños llegaron a casa llorando desconsolados y a ella la despidieron del centro ¡qué necedad, pensará nuestro hombre nuevo, despedir a una profesora por decir las cosas por su nombre!

 

Pero es que resulta que la mayoría de los seres humanos, los imbéciles, somos así…Vivimos muchas veces de la ilusión, de la esperanza, de las costumbres, de todo aquello que, de una u otra manera, nos hace felices, siempre que seamos capaces de respetar el espacio de libertad que ocupan los demás, una asignatura pendiente esta última que algunos tienen con la sociedad y que no reconocerán jamás.

 

Así que voy a poner las bolitas, a encender los farolillos y a colocar el pesebre, que, por fin, es Navidad.

 

Un abrazo.

 

Gracias, amigo lector. Gracias, lector amigo. Con el paso de los años, con el sosiego que produce contemplar los acontecimientos sin compromiso, llegas a la conclusión de que puede que no haya ningún otro aniversario o fiesta, en las sociedades occidentales, tan compartido como la Navidad. Nosotros, a nuestro modo y manera, la hemos compartido…

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