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Jueves, 18 de Abril del 2024
Friday, 23 December 2016

El Viaje (Final) a Ninguna Parte. Alba y Ricardo…¡Vámonos a la mierda! (Cosas de abueletes)

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Alba (María) Sánchez Marcos y (Antonio) Ricardo Sánchez Marcos son mis dos únicos nietos hasta la fecha. De vez en cuando paso por su casa en la transversal de la Cuesta del Molino, en la calle Marín Barnuevo, para darme una vueltecilla con ellos por el Paseo Ribereño, hasta la presa o hasta el puente del Argaz, como tantos y tantos cientos de ciezanos y ciezanas.

Paso yo, o bien pasan ellos por mi casa, y acordamos, abuelo y nietos, salir a dar esa vueltecilla. Suele ser en sábados o festivos porque otros días no puede ser, ya que ellos son niños, ¿verdad?, y tienen que ir a la escuela. No así el abuelo, que ya se jubiló y que – mientras quieran seguir pagándole su pensión- está exento de ir a trabajar todos los días a la Escuela, o al Instituto. Bastante lo hizo durante casi 40 años, ganándose bien ganado ese derecho (el de no ir a trabajar), que tanto buitre carroñero quiere o querría discutir ahora, cuando no abolir.

 

Esa incipiente costumbre, no es –o no debe ser- algo particularmente extraño o llamativo en una relación abuelo-nietos, una relación que se ha ido haciendo más estrecha y cómplice entre las dos partes, desde que son posibles las conversaciones, de mayor o menor calado y/o enjundia, entre dos niños, de 7 y 9 años (él y ella, respectivamente), que progresivamente van madurando y sorprendiendo un día sí y al siguiente más, y un adulto algo baqueteado, blando y macoco de 65, que cada día va sorprendiendo más también porque vuelve, a marchas forzadas, pero en realidad sin esfuerzo y como deslizándose por una gratísima, suavísima y cómoda pendiente, a una visión simplificadora e ingenuista de la vida, y a medida que los progresos en la relación y el correlativo avance-retroceso en la edad (la vida es como un muelle o boomerang sorprendente, que se estira, se estira y vuelve sobre sí mismo con inusitada virulencia…) permite que se instauren nuevas costumbres como, por ejemplo, la de sentarse ante el ordenador con este milagro renovado y a veces incordiante de tu carne y de tu sangre, a ver algunas casposas películas impensables hace unos años…”Annie”, “Los Gremlims”, “Peter y el dragón”, los “Goonies”, “Heidi”, o –por aquello de que es española- la pretenciosa “Un monstruo viene a verme”. Cuando no a ver un partido del equipo de nuestros amores, el Real Madrid, que con Zidane ha recuperado un juego que a ratos enamora –o nos enamora a nosotros, que somos incondicionales - y la buena costumbre de los éxitos deportivos, aunque sea a costa de hacer sufrir no poco a sus seguidores, haciéndolos esperar impacientes la aparición de la cabeza de Ramos en el minuto 93. ¡Qué gozada! ¡¡¡MOOOLAAAA!!! ¡¡¡Viva la madre que te parió!!!

 

Resulta curioso, llamativo y sorprendente que el abuelete cebolleta que voy siendo yo, contándoles a ustedes mis sensibleras batallitas en un artículo sí y en otro también, separado en edad por más de medio siglo respecto a mis nietos, sin embargo pueda entenderme perfectamente con ellos, mientras que especímenes humanos coetáneos escenifican cotidianamente la ceremonia de la confusión y ni a tiros ni con fórceps llegan a punto alguno de emocional o intelectual encuentro.

 

Así que en estos días de prenavideño relajo, cuando se anuncian fechas de vacación y polvorones, el abuelo y sus nietos enarbolan su grito de guerra de ¡vámonos a la mierda! y se lanzan entusiásticamente al paseo de Cieza o al Ribereño intentando obligar, incluso a empujones, a los pies del abuelo, a posarse sobre alguna de las numerosas mierdas que hay en el camino, por ver si se cumple aquello de que pisarlas trae suerte, sin que sirva de mucho advertirles de que no puede ni debe inducirse tal acción deliberadamente, sino que para que surta virtualidad el sortilegio debe ser fruto de la casualidad, Cuando el pie del abuelo roza una mierda del camino explota un espontáneo y regocijado ¡uuuyyyyyy!!!, y la consiguiente explosión de carcajadas de los dos niños. Para qué hablarles de cuando se produce la maravilla esperada de que el pie del abuelo se pose sobre una mierda, aplastándola…

 

Después viene la habitual parada en la panadería de “El Caña” para comprar empanadillas y saladitos con los que reponer algo las fuerzas tras la caminata. Vámonos a la mierda es un regocijado grito de guerra sin carga reivindicativa, en el que nos vamos a la mierda nosotros por no mandar allí a los que ya están habitualmente revolcándose y refocilándose en ella. Ellos son dos niños limpios y un abuelo aseado que no apestan, ni siquiera cuando su cara chorrea con el último postre inventado por Ricardo: yogurt natural azucarado, generosa y profusamente chocolateado con Nesquik, con el que cierran invariablemente bastantes de las comidas que hacen en casa del abuelo. Lo he probado, y doy fe de que es un postre delicioso, calóricamente prohibitivo y desaconsejable, eso sí, que está por patentar.

 

Alba y Ricardo son dos niños como cualesquiera otros, aunque –como fácilmente puede comprenderse-son únicos en nuestro corazón, que a fin de cuentas eso sólo es lo que importa. Dice la Biblia que fue un martes y 13 (este mes ha habido uno), cuando Dios castigó a los hombres, por intentar construir la Torre de Babel, con miles de lenguas diferentes para que no se entendieran. Y así sigue ocurriendo hasta la fecha en el mundo, aunque entre mis nietos y yo, que solemos irnos a la mierda de vez en cuando, la comunicación parece fluir sin desbarajuste ni ruidos. Aprendan todos que la vida puede ser así de sencilla…tan sencilla como irse a la mierda con sus nietos.

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