Hace ya bastantes semanas escribía yo sobre la relevancia que debe tener, para cualquier gobierno que llega al ejercicio del poder, lo que se llama “escenificar el cambio”, de manera que quede claro que los recién advenidos no son más de lo mismo y que las elecciones sólo habrían servido para el consabido “quítate tú que me ponga yo”. No me han hecho mucho caso: la escena vieja se ha impuesto a los nuevos figurantes.
Aunque en estos tres meses largos he estado bastante más desconectado de la actualidad política local de lo que en mí es habitual y aunque se trata de una etapa que ha coincidido con el relativamente muerto y lánguido tiempo de un histórico verano de calores insólitos y rigurosos, que todavía no se han ido, de algunas cosillas sí me he ido enterando y son las que sirven de fundamentación a la segunda parte del titulo de este artículo...no se nota...
No, no se nota el cambio (y lo escribo con tristeza...y con resignación). Los ciudadanos de Cieza en general (mejor decir los indígenas y residentes en esta ciudad, por no entrar en polémicas de nomenclátor partidista o partidario, que también en eso hay confusión y confusiones) creo que no perciben diferencia alguna –ni en el fondo ni en la forma- entre los anteriores gestores de la cosa pública municipal, y los actuales. Y para ese viaje, pues claro, no necesitábamos alforjas y más de uno puede legítimamente pensar aquello de que “más vale malo conocido que bueno por conocer” (dando por supuesta la bondad política del relevante frente a la del relevado, que no es suponer arbitrario, pero que obras son amores y no buenas argumentaciones, y que al paso que voy, este artículo promete convertirse hoy en epítome refranesco emulador del “Quijote”, perdónenme).
Así que, apreciadísimos hijos míos (y de vuestros honorabilísimos padres y madres por decir con mayor propiedad) que ocupáis estrecho e incómodo escaño en la corporación municipal, permitidme que me ponga circunstancialmente paternalista – sin llegar al empalagamiento y el pringue untuoso y dulzón del nuevo CBG (Código de Buen Gobierno) , manual municipal para practicar la transparencia en la actuación política, que, laboriosa, voluntariosa y concienzudamente – en esfuerzo seguramente digno de mejor causa- ha elaborado la autosedicente (eso ahora con Mas se lleva más) Concejalía de Transparencia (¿cómo puede haber una concejalía de eso?), así que (iba diciendo) apreciadísimos próceres de la patria chica que ejercéis duro e incomprendido trabajo de servidores públicos, aplicaos en que vuestro trabajo y el rendimiento social y la eficacia de ese trabajo sean vuestro principal aval y vuestra primera y última justificación ante los ciudadanos. Ha habido y hay mucha corrupción, pero queda aún más gente honrada, también en política, además de que la corrupción se resuelve apartando de irresponsabilidades a los corruptos, no escribiendo farragosos códigos que siempre exigen claves para su desciframiento e interpretación y que son lo más opuesto, por tanto, a la transparencia. Las actuaciones de los políticos por otro lado tienen que tener cuerpo, presencia, envergadura y volumen. Tienen que verse, notarse y hacer obvia e incontestable su utilidad para los ciudadanos, Además, como poco y como mínimo, tienen que entenderse...y decidme, hijos míos, qué ángeles o demonios, o simplemente qué cojones quiere decir el siguiente párrafo entresacado de lo que pretende ser un código (cifrado, eso sí, desde luego) para la transparencia: (se dará) impulso a la adopción de modelos de gestión pública que alineen recursos a estrategia y garanticen una orientación a los resultados ante la sociedad y a la generación de valor público como máxima garantía de fortalecimiento del sector público, sus instituciones y organizaciones públicas. El código sobra; queridísimos, ocúpense de asuntos de mayor utilidad pública y calado.
Asuntos como el del Paseo Ribereño, sí, que de eso sí se han ocupado, pero solamente para orquestar una vez más la ceremonia de la confusión y para caer en la trampa del regalo envenenado, que eso son los tres millones ochocientos mil euros (3.800.000) o por ahí, que, procedentes de la Unión Europea, iban a llegar al Ayuntamiento para afrontar la obra, que también suponía un desembolso de 800.000 euros de las arcas municipales. No pasa nada si esa millonada no llega. El Paseo Ribereño está bien como está: sólo hay que establecer un plan de mantenimiento cotidiano, limpiarlo de cañaveral y terminarlo hasta el puente del Argaz. Obras de más envergadura, para próximas generaciones o para cuando el pueblo sea rico, o sea, nunca. Por otra parte, aquí puede haber interesantes oportunidades de empleo estable para unos cuantos ciezanos. Medio millón de euros como mucho y se acabó, que no está el pueblo para dispendios excesivos.
Asuntos como el del Capitol, que, hágase lo que se haga, ya no tiene remedio. El monumento al despropósito está ahí. Los millones, gastados. La rentabilidad económica, nula. La rentabilidad socio-cultural, escasa. Devánense los sesos para buscar una salida que no sea pegarse un tiro...o pegárselo a alguien, que tampoco es eso, no se me desmadren ni pierdan la cabeza. Soluciones habrá, se me ocurren algunas, pero yo no voy a apuntarlas aquí, porque hay quien cobra para encontrarlas.
Asuntos como el de la ruina que supone para el erario público el pago de la sentencia por los terrenos de Migaseca, junto a la ermita del Santo Cristo del Consuelo. ¡Joder!, ¿es que nunca van a ganar los pobres? ¿Quién y cómo selecciona al personal jurídico que tiene que defender los asuntos del pueblo desde el Ayuntamiento? Porque serán muy competentes en teoría, pero en la práctica, y a la hora de la verdad, ganan un buen sueldo pero no parece que ganen muchos pleitos.
No se nota, no, y no hay que buscar etéreas justificaciones en ocupaciones como la elaboración de ideales, metafísicos y bienintencionados Códigos de Buen Gobierno que – con todos los respetos- creo que no sirven para nada. Hay que arremangarse y pringarse sin miedo en asuntos laborales y de redención de la gente, como parece que está haciendo ahora nada menos que Alemania con los refugiados, en una sorprendente vuelta de tuerca de la canciller Ángela Merkel que considera ahora que su país podría aceptar hasta 500.000 refugiados por año. Esperemos que las sonrisas esperanzadas de tanto ser humano infeliz y desgraciado no acaben tornándose en lágrimas y que las vías de los inesperados trenes de la esperanza no terminen en los siniestros andenes de un nuevo Auschwitz. Cosas mas raras y putadas aún mayores ha conocido la historia.
Pero, respecto a los de aquí, no se nota, no...no se nota.