Los cafres ignorantes y vandálicos que han embadurnado de pintura el monumento a don Miguel de Cervantes, insigne literato español víctima de un cautiverio atroz en Berbería, o los que han derribado la estatua de fray Junípero Serra, en cuyas misiones de la costa californiana encontraron refugio millares de indígenas perseguidos por los colonos norteamericanos ávidos de hacerse con sus tierras, así como los que han ensuciado la estatua de la reina Isabel la Católica, bajo cuyo impulso España prohibió por ley esclavizar a los nativos americanos en el año 1511, además de recomendar los matrimonios legítimos entre españoles e indígenas con el fin de garantizar plenos derechos sucesorios a los hijos habidos de esas uniones, o los que han dirigido su ira contra Cristóbal Colón, descubridor del continente americano. Ejemplos execrables todos ellos de hispanofobia desatinada y sin sentido. Los autores de esas y otras fechorías semejantes sólo inspiran repugnancia y sólo merecen desprecio. Tal vez no sean completamente responsables de sus actos, en la medida en que el sistema educativo ha fallado estrepitosamente en su obligación de educarlos… pero vamos ya con lo que nos cuentas esta semana en la que es tu quinta entrega de esa parte significada de la historia universal de la infamia que es la leyenda negra española.
"En Inglaterra una persona podía ser torturada o ejecutada —descuartizada, para ser más precisos— por dañar unos jardines públicos, y en Alemania las torturas podían llevar a perder los ojos. En la vecina Francia era admisible desollar viva a la gente. La Inquisición española jamás empleó estos métodos tan frecuentes en los tribunales de toda Europa. Nunca hubo emparedamientos ni se usó el fuego ni se golpeó a nadie en las articulaciones ni se usó la rueda ni la dama de hierro. Tampoco acosaban ni vejaban a las mujeres, que raramente eran torturadas. Estaba prohibido el empleo de la tortura en mujeres embarazadas o criando, y en niños con menos de once años. El protestantismo y el calvinismo sí que ejercieron una verdadera represión durante los primeros siglos de la Modernidad (…) De las 50.000 mujeres asesinadas entre los siglos XV y XVI, sólo en Alemania fueron quemadas 25.000 por brujas; 4.000 en Suiza; 1.500 en Inglaterra; 4.000 en Francia. Aún así, los estudiosos afirman que sus datos son extrapolaciones y que el número total de víctimas es imposible de determinar con precisión; es decir, que es probable que sean muchas más. Aquí se evidencia una vez más que eso de ocultar muertos es una práctica ancestral, y no solo de los políticos de nuestros días (Aquí en España, incluso, ungidos por una suerte de poder sobrenatural, los "expertos" que asesoran al gobierno obraron el milagro de la "resurrección", de un plumazo y de un día para otro, de casi 2.000 almas que estaban ya entre el número total de fallecidos por la pandemia del coronavirus). Sin embargo, en cuanto al número de víctimas del Santo Oficio parece que no hay duda alguna: fueron 27.
La Inquisición Española, Felipe II y el Anticristo fueron para los benévolos y civilizados protestantes un perfecto tres en uno. Como la política de estado de la casa de los Habsburgo era la que señoreaba su emblema: "Bella gerant alii, ¡tu, felix Austria, nube! (Que otros hagan la guerra, ¡tú, feliz Austria, cásate!), ya que se consideraba de suma importancia para conseguir poder terrenal, mientras que otros monarcas, para conseguir los mismos fines, se veían obligados a ir a la guerra, las relaciones matrimoniales entre parientes de diferentes casas reales eran frecuentes. La consecuencia de esta endogamia era que algunos tenían todas las papeletas genéticas para ser más raros que un perro verde. Uno de los casos más notables de esta desventajosa pureza de sangre recayó en el único varón heredero al trono que tuvo el rey español: el príncipe Carlos. El hijo de Felipe II y la portuguesa María Manuela de Avis, los cuales eran primos hermanos, ya había mostrado signos de demencia y de una crueldad insospechadas en su tierna edad. Se dice que hacía sufrir horriblemente a los animales y hasta a las personas que cuidaban de él. Cuando el infante contaba once primaveras, un brote de malaria le afectó más de lo debido y le provocó malformaciones en las extremidades y en la columna vertebral que le impedían moverse con facilidad, trastornos que serían la causa, siete años más tarde, de un grave golpe que sufrió en la cabeza tras una caída accidental escaleras abajo cuando corría tras una sirvienta de palacio para meterle mano (…) En estas circunstancias era verdaderamente una preciada carne de cañón en manos de nuestros enemigos, especialmente cuando el rey lo puso en Flandes en calidad de gobernador. Así que al joven, alentado por algunos rebeldes holandeses, le comieron el tarro y comenzó a abrazar la peligrosa aventura de hacerse con un ejército en Flandes y derrocar a su propio padre. Felipe II, que de tonto no tenía un pelo y era puntualmente informado de todo, fue puesto al corriente de esta delicada situación y decretó retener en Madrid bajo custodia a su maltrecho heredero. Esta medida terminó por secarle definitivamente el cerebro (…)y a los 23 años de edad dejó este mundo. Holandeses, franceses e ingleses se valieron de la muerte del heredero al trono español para hacer campaña en contra del Imperio Español (como no podía ser de otro modo, faltaría más), propagando el bulo de que fue asesinado a manos de su padre. Pronto se engrasó la maquinaria de la Leyenda Negra y se echó mano de uno de sus grandes adalides, Guillermo de Orange. Se despachó a gusto cuando escribió el ensayo «Apología», en el que presentaba la vida del príncipe de forma muy distorsionada y su muerte como la de un mártir que defendió la causa de la independencia holandesa. Siglos después, el músico Giuseppe Verdi, junto al poeta alemán Schiller, embebidos ambos de ese espíritu romántico e ilustrado, entraron también alegremente al trapo de la descalificación hispana. Se valieron ambos de los renglones torcidos del texto de Orange y dieron carta de naturaleza a otro versículo más de la Leyenda Negra, materializando su obra en la conocida ópera «Don Carlo». En ella se inventan una incestuosa relación amorosa entre el príncipe y la esposa de su padre, la bella Isabel de Valois (no me negarás, querido Berganza, que no fue una genial idea para demonizar a todo un rey); y, por si fuera poco, la muerte de ambos se produce a manos del rabioso, católico e intolerante Felipe. Casi ná... Un abrazo querido Berganza. Cipión el Inquisidor.
En esta coyuntura, a los ignorantes que se ceban con la figura del autor del “Quijote” habría que recordarles que lo que Cervantes llevó a América no fueron armas ni herramientas de opresión, sino la mejor novela de toda la historia y una obra literaria sin parangón. Además, Cervantes como persona, y su obra entera, fueron modelos de tolerancia y de comprensión con los débiles y necesitados. Resulta doloroso comprobar que, desde posiciones bárbaras y extremadamente incultas, se atribuyan al primero de nuestros ingenios literarios las maneras de un racista u opresor. Sorprende la escasa condena pública que están teniendo unos hechos reveladores de la grave enfermedad cultural que padecemos. Un mal profundo, corrosivo, que avanza silenciosamente por Occidente destruyendo los pilares sobre los que se asientan nuestra convivencia y nuestras libertades. Una patología cuya mejor cura sería volver a la educación en humanidades, recuperar el valor de los saberes clásicos, de la lectura, del placer de aprender… Justo lo contrario de lo que esta ocurriendo.