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Martes, 16 de Abril del 2024
Saturday, 07 July 2018

El Viaje a Ninguna Parte. El cine ha muerto: el Capitol es su monumento

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

El cine ha muerto. El teatro, también. Hace más tiempo. ¡Vivan el Teatro y el Cine! Ambos –cine y teatro- han accedido ya al muy venerable estatus de cadáveres exquisitos.

El Teatro - Cine Capitol, buque insignia de otra época y otra manera de concebir la cultura, el ocio y las relaciones sociales, en sus mejores tiempos llegó a contar con un aforo total de casi 2.000 butacas, que se solían ocupar completamente, en memorables sesiones numeradas, para estrenos como el de la película “Doctor Zhivago”, de David Lean, con Omar Sharif, Julie Christie y Geraldine Chaplin en algunos de los papeles principales, languideció en los setenta del siglo pasado para prácticamente morir en los ochenta con el advenimiento del vídeo en sus diferentes formatos y de la plaga del aburrimiento “simpsoniano” -demoledor, nihilista, acre y vacío- de la tele y sus satélites, Internet incluido. Aquellas sesiones numeradas de estreno a las seis o siete de la tarde de los domingos en el Capitol, tenían el aroma de los sucesos o acontecimientos sociales de relevancia y relumbrón en los que se daban cita todos los estamentos y clases sociales de la sociedad ciezana, que pagaban religiosamente su entrada. La sala de espera del cine Capitol era un hervidero de humo, verano y vida, porque en el cine se hablaba, se fumaba, se comía, se hacía el amor y se bebía, aparte de vivir a través de todas las películas. Algunos también dormían, sobre todo en verano en las primeras sesiones de la tarde, precisamente en el Capitol, al fresquito de las barras de hielo del rudimentario pero efectivo aire acondicionado. Recuerdo alguno que hasta roncaba…

 

Pero nada pudo hacerse contra la fuerza devastadora de aquel nihilismo avasallador y rampante, a pesar de los esfuerzos realizados por los últimos propietarios de la sala, Aurelio Guirao padre, primero, y después por el último propietario particular, Andrés López, que intentaron inventar hasta lo inimaginable: sesiones dobles encadenadas y hasta sesiones triples, para que la sala volviera a contar con el favor de la gente y que la gente volviera a convertirse en entusiasta público asistente. Nada, empeño inútil porque estábamos ante un cambio de ciclo y hasta de era. Después vendría la adquisición del edificio del Capitol por el Ayuntamiento, siendo el jefe de la cosa pública local un ilusionadísimo (y quizá también algo iluso) Francisco Marín Escribano, a la cabeza de un PSOE local que, por entonces –con una estructura de gran familia- ganaba las elecciones municipales por goleada. Bastante más de cien millones de las antiguas pesetas y dos inmuebles municipales de considerable valor en el barrio de San Juan Bosco, sería el coste de la operación con la que su último propietario, Andrés López, se quitaba de encima un auténtico quebradero de cabeza, en una operación que después se revelaría ruinosa para las arcas públicas por cuanto que la sala, con más de treinta años desde su inauguración, se había quedado obsoleta, no cumplía las mínimas condiciones de seguridad exigidas por la legislación y tras algunos amagos de programación circunstancial, en la que destacó un inolvidable concierto de Carlos Cano, se cerró al público, iniciándose entonces una penosa y larga travesía del desierto, hasta que, gobernando la Educación y la Cultura en la Región de Murcia el variable, simpático, inteligente, buen vividor y mejor bebedor Juan Ramón Medina Precioso, sobrevenido de la izquierda “divine” a la divina derecha, se decidió abordar la rehabilitación integral del Capitol, con un proyecto subvencionado íntegramente por la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia presupuestado en doce millones de euros (que después serían algunos más) que al cabo comportaba la demolición completa del edificio menos la fachada. Y eso es lo que ha quedado: un magnífico cajón, un espléndido cubo escénico, que Sofía, Reina de España, inauguraba en el verano de 2013, cuyos despachos y salas nobles ocupan ahora muchos protestantes de entonces, y que, también desde entonces, ha llevado una decorosa andadura bajo administraciones locales de diferente signo político, pero que yo me he negado siempre a pisar porque conservo en la memoria una huella indeleble del muerto, del Capitol que fue inaugurado en 1955, cuando yo apenas contaba cuatro años, y cuando los españoles soñaban con un mundo prohibido y diferente a través de la gran pantalla cobijados en la sala oscura.

 

En aquel cine, el Capitol (que por cierto fue el último, pero no el único que funcionó en Cieza, porque llegó a haber unos cuantos más: el Borrás, el Galindo, el Gran Vía, el Avenida) vi películas de romanos, del Oeste, de espadachines, dramas históricos, amores tórridos y tostones insoportables. Pero, al apagarse las luces, uno tenía la sensación de estar en el comienzo de una aventura única y maravillosa. Cada película era como la exploración de una tierra ignota y desconocida, y el placer de aquel rato duraba para siempre. Ahora (cuando aún me sigo prohibiendo trasponer su umbral) se ha convertido, para mí, en un hermosísimo y deprimente mausoleo, un monumento funerario dispendioso y de ricos…pero monumento funerario al fin. Una huida hacia adelante, un brindis al sol ante un futuro seguramente bastante sombrío… Hawking sostenía que el tiempo es reversible, pero me temo que nadie podrá resucitar aquel Capitol de 1955. El cine ha muerto para siempre.

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