Y llega esa amiga o amigo, ese cuñado o cuñada que todo lo sabe y que no da margen a los demás porque ella o él tienen la razón absoluta y no permiten (o no quieren permitirlo, aunque querer no siempre es poder) que nadie piense de otra manera que no sea la suya, rematando su discurso con el típico “si yo mandara…”
Estas escenitas son cada vez más frecuentes en cualquier reunión en la que los españoles tengamos a bien juntarnos. Y aunque muchos no se sientan españoles o incluso odien a España, se comportan exactamente igual. La cosa es que cada vez somos menos tolerantes y de día en día aumenta nuestro deseo de obligar a los demás a ser como nosotros queremos que sean, y no como en realidad son.
¿Qué ocurre? ¿Nos pasa sólo a los españoles o es algo que sucede a nivel general? Pues si hacemos caso a lo que vemos en los medios de comunicación me temo que no somos los únicos que se están volviendo intolerantes; más bien al contrario, la intolerancia y la falta de empatía se extienden como reguero de pólvora por todas las sociedades. Pero, ¿por qué?
No soy sociólogo, pero me da la impresión de que la empatía, la tolerancia o el respeto a la diferencia están en función del nivel de vida y de felicidad de una sociedad y de cuestiones como la justicia y la igualdad. La negación de todos estos valores es patrimonio de los grupos extremistas, en especial de extrema derecha, aunque la extrema izquierda tiene también lo suyo. Estos grupos, para decirlo llanamente, no se comen un rosco cuando la cosa va bien, cuando hay trabajo y bienestar, cuando hay o más bien parece que hay igualdad y justicia social. Pero cuando esta sociedad nuestra entra en crisis se ve su verdadera cara de desigualdad, de injusticia clamorosa. Cuando el pastel a repartir mengua y además unos pocos se quedan con los trozos más grandes, la cosa cambia. Es entonces cuando la gente se da cuenta de que esta sociedad no sólo es injusta, sino que además les maltrata. Es entonces, en el momento en el que la miseria y la injusticia se extienden, cuando el común de las personas deja de ser tolerante y empieza a buscar a alguien a quien cargarle la culpa de sus desgracias. Y es entonces cuando los extremistas ven su oportunidad y engañan, nos engañan, al pueblo más bien desinformado y con escasa capacidad de análisis, ofreciéndonos eslóganes fáciles y chivos expiatorios a los que culpabilizar de todo.
Y no hay mejor chivo expiatorio que el diferente, el que étnicamente no es igual a ti, el que piensa diferente que tú, el que tiene una orientación sexual distinta a la tuya. ¡Es tan fácil echarles la culpa de todo! Y de ello se aprovechan los extremistas, los cuales las más de las veces están muy interesados no sólo en que no pienses, sino en distraer tu atención de los verdaderos problemas y de sus verdaderos causantes. No es de extrañar que algunos de estos grupos estén magníficamente financiados por quienes más desean esconder su responsabilidad en lo que realmente ocurre.
Pero los extremistas tienen aún más caladeros donde pescar. Uno de ellos es el de los descontentos, los desencantados con el sistema. Los que quieren dar una lección a los que mandan y para ello votan a esos extremistas, aunque ellos mismos no lo sean. Pero al final, al apoyarles, les dan alas y poder e incuban así el huevo de la serpiente.
¿Y que trae el fruto de ese huevo? Siempre lo mismo: tiranía, miseria, destrucción, crueldad, retroceso de la civilización, persecución de las minorías, de los diferentes, de los que simplemente piensan, guerra, intolerancia. Odio al diferente, en suma, que se fomenta y sirve para esconder, como he dicho, los problemas y sus culpables.
Nos engañan, aún más que los políticos tradicionales. Nos mienten sin rubor intentando aprovecharse de nuestro descontento. ¿Cómo combatirles? Siendo tolerantes, reconociendo a los demás los mismos derechos que nosotros nos suponemos, rechazando imponer a los otros nuestros criterios y rechazando a quienes nos quieran imponer los suyos, poniéndonos en el lugar de los demás. Practicando, ni más ni menos, la empatía. Respetando la diversidad de un mundo diverso del que formamos parte desde nuestra propia individualidad.
En resumen, no nos convirtamos en cuñados o amigas sabelotodo que no dan su brazo a torcer y que nos obligarían si pudieran a pensar y decir lo que ellos piensan y dicen. Empatía, respeto a la diversidad y tolerancia: esa es la solución.