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Sabado, 20 de Abril del 2024
Saturday, 09 September 2017

Confrontación total en Cataluña

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Tino Mulas Tino Mulas

CLR/Tino Mulas.

Lo primero, soy castellano parlante, y suelo utilizar mi idioma como todo el mundo hace para nombrar pueblos y regiones; no crea el lector/a que soy anticatalán ni mucho menos.

Lo segundo: la cosa está muy fea. No creas, querido lector/a, que lo que estamos viviendo es algo nuevo. No. Ya ha ocurrido antes, y en varias ocasiones. Sólo que en ésta nos toca a nosotros vivirlo. Y solucionarlo. Si podemos.

 

Seguro que ahora muchos dirán que no es momento de buscar culpables, sino de solucionar el asunto. Pero discrepo. Sí hay culpables, y en ambos bandos. Y no es que quiera mostrarme, como se dice ahora, equidistante. Es que para solucionar algo hay que conocer sus orígenes.

 

Por un lado está el nacionalismo extremo catalán. Cataluña es una nación, no cabe duda. Y negarlo es negar lo evidente. Pero Cataluña, aunque lo nieguen los independentistas, se ha beneficiado más de su pertenencia a España que ninguna otra comunidad o nacionalidad del país, a excepción tal vez del País Vasco. Para que la industria catalana despegara y no tuviera competencia (lo que originó el desarrollo económico y social catalán) se impuso una política proteccionista cuyos peores efectos recayeron sobre el pueblo español en general, que tuvo que comprar los productos industriales catalanes (y vascos, así como los cereales de las grandes regiones productoras nacionales) por narices y a un precio mucho más elevado que los de la competencia internacional. Sin exageraciones, se ahondó en la miseria de las clases populares para que la gran burguesía catalana (y vasca, y la burguesía agrícola española en general) no tuviera que molestarse en competir con los productos extranjeros. Claro está, la industria catalana necesitaba de mano de obra, mucho mejor pagada por cierto que la mano de obra agrícola del resto de España. Gracias a ello los niveles de bienestar de la población de Cataluña, fueron superiores a los del resto de España. Incluso, Cataluña se vio favorecida por las políticas del franquismo, que ahondaron aún más las diferencias entre regiones ricas y pobres. Hoy en día, más de la mitad de los productos catalanes se venden en España, y deben saberlo, señores independentistas catalanes: se venden en España gracias a que son españoles. Si no, puedo asegurarles que esas ventas caerían en picado.

 

Pues bien, éstos y otros hechos son insignificantes para los independentistas catalanes, que claman a diestro y siniestro que se les está poco menos que aplicando un genocidio, que su lengua y su cultura corren peligro de muerte y que España les roba. Sabido es, o debería serlo, que cualquier nacionalismo (e insisto en decir cualquiera, incluido el nuestro) se basa en el victimismo, en decir que se les ataca, que se les pretende sepultar como pueblo. Creo que la situación en Cataluña es en la actualidad la contraria: se prohíbe la escolarización en castellano, el uso del castellano en la actividad diaria se ve estrangulado por ley y cualquier símbolo que recuerde a España o bien se retira por orden gubernativa o se permite su eliminación por parte de las bandas más extremistas de independentistas antiespañoles.

 

Pero no solo del odio a España vive el independentismo. También lo hace de sus promesas de un futuro luminoso para todos aquéllos que les apoyen. Vienen a decir que en una Cataluña independiente sus ciudadanos poco menos que nadarán en la abundancia. Están convencidos de que pasarían a formar parte automáticamente como estado soberano de la Unión Europea, aunque ésta les haya dicho a los independentistas tantas veces que no que ya estamos aburridos de oírlo. Afirman taxativamente que los flamantes ciudadanos de la nueva Cataluña independiente podrán tener la doble nacionalidad catalano-española, sin preguntar a la propia España que opina al respecto. Saben a ciencia cierta que España seguiría comprando sus productos. No tienen duda alguna de que el Estado Español pagaría las pensiones de los jubilados catalanes. En resumen, pintan una situación a cuyo lado el bienestar de países como Suecia queda a la altura de un barrio de chabolas de Calcuta.

 

Y lo peor de todo: el independentismo, que se arropa en la bandera de la democracia, se aleja cada día más de la misma en su camino hacia la independencia para dibujar un panorama excluyente con los que no comulgan con su credo, en el que el respeto a las leyes (incluidas las propias) y a la más mínima lógica democrática desaparece a pasos agigantados y en el que se desprecia todo aquello que no sea lo suyo, condenando incluso a una mayoría de ciudadanos catalanes a convertirse en extranjeros dentro de su propia tierra.

 

¿Y del otro lado? Pues del otro lado podemos hablar de la irresponsabilidad y de la escasísima (por no decir nula) capacidad de reacción del gobierno del país. Antes de ser partido de gobierno, el Partido Popular, en la oposición y en medio de una campaña contra el entonces gobierno socialista en la que se utilizaba cualquier arma para debilitarle, se convirtió en el abanderado contra el nuevo estatuto de autonomía que tanto el pueblo como el parlamento catalán y el nacional habían votado afirmativamente. El Estatut era apoyado por fuerzas incluso independentistas, dado que ofrecía una solución duradera al encaje de Cataluña en España y evitaba cualquier conflicto en el medio plazo con respecto a la cuestión catalana. Pero el Partido Popular recurrió el Estatut ante el Tribunal Constitucional, compuesto por una mayoría conservadora más que cercana a los postulados de dicho partido y que declaró inconstitucional el nuevo estatuto. A partir de ese momento, y ya en el gobierno, las actuaciones con respecto a Cataluña del Partido popular han sido tan desafortunadas que el propio partido ha perdido buena parte de sus votantes catalanes. Es más, los independentistas catalanes más acérrimos agradecen cada vez que pueden al gobierno español en general y a su presidente Mariano Rajoy en particular sus denodados esfuerzos para convertir a cientos de miles de antiguos autonomistas en independentistas declarados. Y no lo hacen en son de broma. Y mientras tanto, la única respuesta que ha ofrecido el gobierno al problema es la aplicación pura y dura de la ley, sin tener en cuenta en absoluto la identidad indiscutible de Cataluña.

 

Unos y otros y la casa por barrer. El tiempo de la negociación ha pasado, ante la incapacidad de ambos bandos para negociar. La confrontación está asegurada. Se sabe quién va a ganar, aunque sea por puro y simple tamaño o por la incapacidad del independentismo de atraer a sus postulados a un 60% de la población catalana. Pero me temo, en vista de la pésima calidad política de los mandamases de los dos bandos, que el conflicto va a permanecer durante generaciones, y que derivará hacia posiciones más extremistas que, desgraciadamente, ya hemos conocido en otras partes de España.

 

Es una pena, pero no aprendemos nada de la Historia. Y lo peor de todo es que quienes nos gobiernan aprenden aún menos.

 

Será tal vez porque no les interesa.

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