Los días previos al primer día de clase pueden ser eternos. El ambiente que se respira cuando llegas a la universidad es único. Las ganas de conocer cada vericueto de la facultad y a todas las personas que habitan en él inundan el lugar. En ese momento, eres capaz de todo lo que te propongas. Ahora, sin embargo, en esos días en los que no sale bien ni el café, estaría bien volver a la eternidad de esos instantes. En vísperas de finalizar el último año de carrera toca parar. Respirar. Hacer balance. Conviene recordar cuál es la razón que nos llevó hasta allí, por qué elegimos ese camino y cuánta ilusión nos queda de esos primeros días. De pronto, todos seguimos la misma dirección. Han desaparecido las opciones de ciencias, sociales, artes y letras que un día marcas en la matrícula. Es más, ya no hay matrículas, sólo portales de empleo.
Mirar es un acto de elección, detenerse a escuchar, observar e imaginar cuántas historias esconde la persona que tenemos delante de la cola del súper es fascinante, pero lo es aún más que nos dejen contarla. Cualquier pequeña oportunidad que se presenta para poder demostrar lo que sabemos actúa de válvula de escape. Así comenzaba nuestra historia. Una pequeña reflexión entre dos personas que están en el mismo camino dispuestas a compartir sus páginas en blanco.
Una nueva historia supone una nueva página en blanco en la que el incesante cursor de texto no deja de parpadear. Y sí, a ratos puede llegar a actuar en nuestras cabezas como un segundero a modo de “cuenta atrás”. Un segundero que nos hace sentir que todo lo que nos rodea avanza a gran velocidad mientras te sientes en una pausa que, a ratos, parece convertirse en sempiterna por ese abismo que aguarda impaciente nuestra llegada una vez finalizada la época universitaria.
Es en ese momento en el que no sabemos a dónde nos debemos dirigir, ni cuál es la forma adecuada de hacerlo, las oportunidades pasan fugaces a nuestro paso acompañadas de dos grandes dementores que, aparentemente, nos perseguirán de por vida: la experiencia y los idiomas. Dos cualidades imprescindibles en cuanto a lo profesional, pero que en el caso de la experiencia, se está convirtiendo en una habilidad inaccesible por el mero hecho de que sin contrato no hay experiencia que valga ni que puedas probar.
Sin duda alguna, todo esto de la experiencia se ha acabado convirtiendo en un hándicap que a modo de titular, preside los currículums de nueve de cada diez jóvenes en España. Empresas y grandes multinacionales luchan diariamente por conseguir a ‘los mejores en sus equipos’ siempre y cuando tengan años de experiencia a modo de aval para desempeñar el puesto. ¿Qué ocurrirá cuando no puedan utilizar la experiencia como garantía? ¿Cómo conseguiremos los jóvenes algo tan fundamental como la experiencia si no podemos acceder a esos contratos a causa de no tenerla?
El paso del tiempo junto a la escasa oferta de oportunidades generan los dos grandes monstruos que se esconden bajo la cama: falta de motivación e inseguridad de pensar que no somos lo suficientemente buenos para ello. A veces basta con mirarse al espejo para ver a nuestro peor enemigo, pero como en los árboles, las hojas volverán a brotar y será inevitable encontrar en nuestro interior la respuesta a: ‘¿qué quieres ser de mayor?’