No se trata de una afirmación realmente exacta, pero es indudable que la importancia de este sector en la economía y el mundo laboral español es enorme.
Más de dos millones de trabajadores en nuestro país son trabajadores autónomos. Es decir, ellos y ellas son sus propios empresarios, trabajan para sí mismos. Algunos de ellos tienen incluso empleados, aunque sólo supongan una quinta parte del total. Otros emplean a familiares en su actividad como colaboradores. Entre unos y otros emplean a más de un millón de personas en España, que sumadas a los dos millones de autónomos nos da una cifra de empleados en este subsector de más de tres millones: uno de cada seis trabajadores españoles es autónomo o empleado de un autónomo.
Cifras importantes, sin duda. Pero hay algunas más inquietantes, como es el hecho de que el 86,3% de ellos no supera la base mínima de cotización. ¿Qué significa esto? Pues que más de 4 de cada 5 autónomos tienen unos ingresos muy escasos, que permiten pocas o ninguna alegría en sus hogares.
De hecho la figura del autónomo es una de las que más, si no la que más, es maltratada por la legislación. Es cierto que en este sector hay un fraude fiscal notorio, que puede enmascarar mayores ganancias que las que se declaran. Pero no es menos cierto que el autónomo actúa prácticamente como financiador del Estado con sus propios recursos.
La vida del autónomo es dura. Lo primero es montar la empresa, para lo que se necesita un capital que no sólo es difícil de conseguir, sino que además arriesgan de su propio pecunio, ya que si la empresa quiebra quien debe pagar las deudas es el autónomo. Él o ella son sus propios jefes, sí, pero son además los trabajadores técnicos de la empresa, los administrativos, los jefes de ventas, los gerentes, los relaciones públicas, desempeñando todos y cada uno de los papeles que podemos encontrar en cualquier compañía. Y como esto es muy difícil, por no decir imposible, el autónomo debe contratar los servicios de una asesoría para que al menos alguien les lleve las cuestiones fiscales y de contabilidad, todas ellas muy complicadas para el profano. Lo cual hay que pagar. El autónomo trabaja además en sectores donde la competencia es feroz, como es el caso del sector servicios, en el que se incluyen tres cuartas partes de los autónomos. Ello les obliga a reducir los márgenes de beneficio de su actividad, lo que se traduce en más horas de trabajo para conseguir los mismos ingresos. Pero además, al tratarse en la mayor parte de los casos de microempresas, los costes de producción son elevados, ya que las condiciones que obtienen de los distribuidores de los bienes y servicios que utilizan en su trabajo son peores que las que obtienen las compañías de mayor tamaño. A esto se une el hecho de los impagos que sufren muchas, demasiadas veces, y que son muy difíciles de ejecutar, ya que un autónomo tipo no suele tener ni los recursos ni el tiempo disponible para iniciar acciones legales para recuperar dichos impagos.
Pero no acaba ahí la cosa. El autónomo o autónoma hispano debe pagar religiosamente una cuota mensual mínima de 260€ (salvo en el caso de los más recientes, que tienen temporalmente una cuota de 50€). Teniendo en cuenta que las contraprestaciones de dicha cuota como servicios médicos, pensión de jubilación, desempleo, etc., van en función de la cuantía de dicha cuota y que la inmensa mayoría de los autónomos pagan el mínimo, no es difícil imaginar la protección que estos tienen. De hecho, hasta hace muy poco no tenían derecho a subsidio de desempleo, y aunque ahora lo tienen es tan difícil gestionarlo y tan poco lo que se cobra que las más de las veces o se renuncia al subsidio o se cobra tan tarde que ya ha perdido su efecto de cobertura. Por no hablar de las declaraciones trimestrales de IVA e IRPF, que en demasiadas ocasiones hay que pagar por un dinero que aún no se ha cobrado.
Y es que el autónomo o la autónoma se despiertan cada día pensando si tendrán suficiente actividad y carga de trabajo para pagar todos los impuestos y cuotas, comprar y pagar los materiales y servicios que necesitan y, si queda algo, dar de comer a sus familias. Y por la noche se acuestan echando números, a ver si podrán pagar la letra o el pagaré que les vence dentro de una semana o de dos días, o si pueden cambiar la furgoneta o el coche con el que trabajan y que deberían estar ya en el museo prehistórico. Y rezando para no ponerse enfermos, porque el subsidio de enfermedad es tan bajo que no se pueden permitir ese lujo. Al igual que es un lujo soñar con vacaciones, por falta de dinero muchas veces y de tiempo otras, o de los dos.
Y es que la máxima “cuando no se trabaja no se come” se cumple a rajatabla en el caso de los autónomos españoles. De hecho, en los estudios a nivel internacional sobre las condiciones en las que se desenvuelven los autónomos, España sale muy mal parada, situándose en las últimas posiciones del continente, muy por detrás de países teóricamente más pobres que nosotros. Y en nuestro país la conciencia de las dificultades a las que se enfrentan los autónomos es general; hasta los partidos políticos lo saben. Tanto es así que en muchas ocasiones los diferentes partidos han ofrecido en sus programas electorales medidas para mejorar la situación de los trabajadores por cuenta propia, ya que más de seis millones de votantes pertenecen o están asociados a este ámbito laboral. Pero una vez en el poder se olvidan rápidamente de sus promesas e incluso en tiempos de crisis llegan a apretar más aún a los autónomos para garantizarse unos recursos económicos que han dejado de percibir de otros sectores.
Resumiendo: ser autónomo no es tan bonito como lo pintan, disfrazando la realidad mediante la cultura del emprendedor. Es duro, agotador, estresante. Y para más inri, desde las instituciones en vez de facilitar la vida a este gran colectivo se hace exactamente lo contrario, a pesar de ser fundamental para la economía española. Por ello pido a quienes tienen el poder de hacerlo que legislen para dar un margen de seguridad del que ahora carecen a los y las autónom@s, y a estos y estas les aconsejo que comiencen a presionar, a través de sus asociaciones representativas o de su voto, a quienes nos gobiernan y nos gobernarán para paliar la situación de abandono que padecen.