La Procesión del Silencio, siempre puntual a su cita con las doce campanadas del reloj de la iglesia, convocó a miles de personas que en medio de un contenido silencio aguardaron a que se abriera el portón de la Basílica de Nuestra Señora de la Asunción y apareciera el Santísimo Cristo de la Agonía.
La imagen desfiló bajo la luz de la luna de la Paresceve por las estrechas calles del casco viejo iluminada tan sólo por los cuatro faroles de su Trono (el alumbrado público y el de los domicilios particulares permanece apagado al paso de la Procesión) y por las velas de los cientos de penitentes que lo escoltan, mientras se dejaba oír con suavidad la orquesta de violines que tradicionalmente lo acompaña interpretando la Serenata Nocturna de Mozart o el Adagio de Albinoni, y, en los intervalos, el toque de difuntos de un ronco tambor.
La entrada a la Plaza Mayor por la calle de La Hoz también contó con numerosos vecinos y visitantes que vieron como el Paso caminaba entre los Cofrades, de rodillas, hasta que finalmente el Cristo de la Agonía entra en la Basílica Nuestra Señora de la Asunción.