Cuenta la mitología japonesa que los Kappas solo tienen miedo a una cosa: Al fuego. A su brillo y a su calor, y a esa danza enigmática de la llama con la noche y el vacío. Por ello, son numerosas las aldeas que, cada año, celebran un castillo de fuegos artificiales para ahuyentar a estos malos espíritus.
Inventados en China hace ya más de 2000 años, las distintas sociedades que habitan o han habitado el mundo otorgan a los fuegos artificiales la posibilidad de alejar lo malo y de atraer las bondades que nos rodean.
Lo que sí es cierto es que, niños y mayores, imbuidos por las fantásticas formaciones lumínicas que anoche inundaron el cielo de Cieza, albergaron dentro de sí un gozo que, reflejado en una tenue sonrisa y unos ojos brillantes, alejaron, como en aquellas aldeas japonesas, los miedos y las malas experiencias.
Sonaron las exclamaciones de sorpresa en el Balcón del Muro, y en la cuesta de la Ermita, y en las laderas de la Atalaya, de padres con sus hijos, de abuelos con sus nietos, por estos castillos de juegos de todos los colores que anuncian el inicio de la feria de Cieza.