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Sabado, 20 de Abril del 2024
Saturday, 02 April 2016

País de viejos

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Tino Mulas Tino Mulas

CLR/Tino Mulas.

Al finalizar el año 2014 el 18,1% de la población española tenía más de 64 años. Este dato estadístico puede parecer a muchos una simple curiosidad. Pero si se analiza mínimamente es, casi con seguridad, el mayor motivo de preocupación para el futuro del país.

En España nacen pocos niños. Muy pocos, en realidad. Desde 2009 las tasas de natalidad han ido decreciendo en nuestro país hasta llegar a un preocupante 9,11%. Esto significa que por cada mil habitantes del país nacen cada año 9,11 niños, o dicho de manera que se entienda: cada mujer que vive en España tiene de media a lo largo de su vida fértil 1,27 hijos, y es madre cada vez a una edad más tardía. Para que el lector se haga una idea: para mantener simplemente la población sin un envejecimiento excesivo cada mujer debe tener una media de 2,1 hijos. Si en España la cifra es menor que la mitad de lo necesario, las consecuencias son fáciles de adivinar. Y si tenemos en cuenta que del total de niños nacidos más de un 18% lo son de madres extranjeras, siendo posible que en algún momento del futuro muchos de ellos regresen a sus países de origen, el problema puede ser mucho más grave. Y si, para rematar la faena, muchos de los que hoy en día son jóvenes deben emigrar ante la falta de perspectivas en nuestro país, las consecuencias de todo ello serán trágicas a medio y largo plazo.

 

¿Por qué nacen tan pocos niños en España? ¿Por qué es España uno de los países del mundo con menor natalidad? Las explicaciones son variadas, pero hay una que se antepone a las demás: la dificultad de conciliar la vida familiar con la laboral y la mala situación socioeconómica de la mayor parte de la población española. De hecho, no es que las familias no quieran tener más hijos; es que no pueden tenerlos. Mientras que en otros países de nuestro entorno que han sufrido este problema los estados y las sociedades incentivan la maternidad y apoyan a las familias con hijos, en España las administraciones hacen todo lo contrario; o sea, nada. Conciliar en nuestro país vida familiar y laboral no es que sea un objetivo complicado, sino un auténtico milagro. Las empresas en general castigan a las madres, las leyes no desarrollan una actuación decidida en su favor, la red asistencial pública es casi inexistente, las ayudas, cuando las hay, ridículas. Y lo peor es que en la actual situación económica marcada por el desempleo, la precariedad y los sueldos casi de miseria, los salarios de ambos cónyuges son indispensables para el mantenimiento de las familias, por lo que es imposible renunciar a uno de ellos para cuidar de los hijos. El problema se palía en parte por la solidaridad familiar, por el apoyo de los abuelos, pero sólo en parte. Si a ello le sumamos que, hoy en día, en el tradicional dicho de que los hijos vienen con un pan debajo del brazo el pan se ha transformado en un montón de facturas, puede imaginarse el lector las dificultades para tener hijos con las que se enfrentan los matrimonios jóvenes españoles. Y en consecuencia, los porcentajes de población joven (de 1 a 14 años) y adulta (de 15 a 64) no paran de bajar.

 

Veamos ahora la segunda parte de la ecuación: la de la población anciana. Ya hemos visto que en la actualidad supone el 18,1% del total. Pero es una cifra en constante crecimiento, dada la disminución de la proporción de jóvenes y adultos y el incesante incremento de ancianos. Este incremento se debe a varias causas. La primera acabamos de verla: la disminución de población joven y adulta. La segunda, el espectacular aumento de la esperanza de vida, es decir, de la media de edad a la que fallecen los españoles. Vivimos más y mejor, unos 82,82 años de media, siendo la vida más larga para las mujeres (85,6 años) que para los hombres (79,97). De hecho nuestra esperanza de vida es de las más altas del mundo.

 

Pero claro, eso hace que las cifras de ancianos sean cada día mayores. Unas cifras que aumentan todavía más conforme van llegando a la edad de jubilación los hombres y mujeres que nacieron durante el “baby boom” español, las generaciones nacidas en los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, al tiempo que disminuye el número de jóvenes y adultos. Pero claro, al aumentar la proporción de ancianos también aumenta, por pura lógica, la mortalidad. Y ello llevó en 2015 a que muriesen más españoles de los que nacieron; es decir, a que se produjese un descenso vegetativo de la población, el cual se vio agravado con la salida de España de muchos inmigrantes que han perdido sus empleos y de muchos jóvenes españoles en busca de oportunidades fuera de nuestras fronteras. De seguir así las cosas, para 2029 España habrá perdido un millón de habitantes, y 5,8 millones en 2064.

 

Consecuencias: desastre poblacional que se extendería a todos los ámbitos de la vida de nuestro país. En primer lugar, es cada vez más difícil garantizar las pensiones de nuestros mayores. Actualmente apenas hay dos trabajadores en activo por cada pensionista, y el futuro en este sentido no es nada halagüeño. En segundo lugar, será necesario desarrollar todo un sistema de asistencia a la tercera edad, ya que el actual es muy deficiente y carga casi todo el esfuerzo sobre las familias. Ni que decir tiene que este sistema será caro. En tercer lugar la demanda interna del país, el consumo, se contraerá, ya que la capacidad adquisitiva de nuestros pensionistas es, por desgracia, muy inferior a la de los activos. En cuarto lugar la sociedad española se anquilosará, dado el carácter conservador y la escasa iniciativa de las personas mayores. En quinto lugar, el envejecimiento de la sociedad española dará lugar a fenómenos tan curiosos hoy en día como la escasez de mano de obra y el aumento de los salarios por encima de la productividad. En sexto lugar la disminución de activos, junto con lo escaso de las pensiones de jubilación, provocarán un enorme agujero en la recaudación de recursos de la Hacienda Pública que no podrá ser remediado. En resumen, España se convertirá en un país de viejos, en un país viejo.

 

Otros países se han enfrentado ya a este problema, como es el caso de Suecia, Francia o Alemania. Han comenzado por donde hay que hacerlo: apoyar la natalidad decididamente, con medidas reales cuyo rédito electoral a corto plazo es quizás mínimo, pero que a medio y largo plazo supusieron soluciones reales al problema. También habrá que tomar medidas dolorosas, como retrasar la edad de jubilación ante el aumento de la esperanza de vida. Y no estaría de más mejorar la red asistencial a la tercera edad, dentro de la atención a la dependencia, que genera además un gran beneficio económico y social para todo el país. Si hay más niños, el que haya más ancianos puede ser hasta ventajoso. Si no los hay, tampoco habrá futuro para la que será, con todas las de la ley la “vieja España”.

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