Sin embargo, hay diferencias. Y las hay porque nuestro vecino de al lado nos está dando desde hace años lecciones que no tenemos la decencia, o la inteligencia, de aprender. ¿Por ejemplo?
Pues por ejemplo, la salida de la crisis económica. Sus cifras son impresionantes, y aunque la favorable situación internacional haya influido en ello Portugal ha tomado en el camino una vía diametralmente opuesta a la española: intentar por todos los medios distribuir los sacrificios que ha impuesto la crisis, logrando en buena medida que la enorme sangría social que se ha producido en España y que ha afectado únicamente a las clases media y baja no se produjese en el país luso.
Más ejemplos: no olvidemos que en Portugal fueron el pueblo y el ejército quienes se quitaron de encima al dictador Marcelo Caetano y al Nuevo Estado, que no era otra cosa que una dictadura conservadora. En España, por el contrario, la democracia llegó por inercia, cuando un franquismo agotado y sin cabeza dejó paso a una nueva forma política. Quizá sea por ello que la democracia ha estado siempre más asentada en Portugal, donde la contienda política respeta más las reglas del juego y es mucho menos virulenta.
Pero el ejemplo más reciente y que debería hacer enrojecer de vergüenza a muchos políticos españoles es el que ha dado no solo a su país, sino a Europa y al mundo entero la oposición portuguesa. En Portugal gobierna como en España el PS (Partido Socialista) con el apoyo puntual de otras fuerzas de izquierda. El principal partido de la oposición es el PSD (Partido Social Demócrata), que a pesar de su nombre es un partido de centro derecha. Pues bien, Rui Rio, máximo dirigente de esta formación política y líder de la oposición lusa, pronunció exactamente estas palabras con respecto a la crisis provocada por la pandemia de Covid-19 en un reciente pleno del parlamento portugués, dirigiéndose al presidente del gobierno del país, Antonio Costa: “Señor primer ministro, cuente con nuestra colaboración. Todo lo que podamos, ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porque su suerte es nuestra suerte”. No ha sido esta su única actuación destacable en las últimas semanas, sino que también ha acudido en ayuda del gobierno de su país calificando de repugnante la actitud de Holanda respecto a ayudar a sus socios del sur a remontar cuando sea posible la crisis provocada por la pandemia. Y también ha declarado hace pocos días que “los bancos deben mucho a todos los portugueses. La banca no puede ganar dinero con la crisis. Si la banca presenta en 2020 y 2021 lucros abultados, esos lucros serán una vergüenza”.
Ahora, veamos lo que pasa en España. En España la oposición no ha mostrado ni un ápice de colaboración con el gobierno. Por el contrario, está intentando aprovechar la pandemia para desgastar al gobierno de la nación, cuyas actuaciones pueden ser más o menos acertadas, pero son muy similares a las que se han tomado en el resto de nuestros países socios y aliados. Incluso bastante más eficientes que las instauradas en algunos de ellos, léase Reino Unido o Estados Unidos, países ambos con gobiernos de referencia para la oposición española. Esta, encarnada en nuestro país por el Partido Popular, Vox y parte de los independentistas catalanes (curiosamente, todos ellos a una), en ningún momento ha dejado de criticar las actuaciones del gobierno español, haciéndolo además con palabras gruesas y amenazas. Y tampoco en ningún momento han realizado propuesta alguna, o como máximo han exigido que se haga lo contrario de lo que está haciendo el gobierno. Podemos ver cuál sería el resultado de estas propuestas en lo que está ocurriendo ahora mismo en Gran Bretaña y Estados Unidos.
Y es que me temo que aunque el gobierno de España hubiese tomado medidas contrarias a las que ha instaurado, las críticas de la oposición hubieran sido las mismas. De hecho, y allí donde gobierna, la oposición difícilmente puede dar lecciones de buena gestión y resultados positivos, sino más bien todo lo contrario. Pero claro, los éxitos tienen muchos padres y los fracasos son huérfanos, y en la política española y en especial en algunos partidos no se les caen los anillos por criticar a los demás lo mismo que, y hasta peor, hacen ellos mismos.
Deberían aprender de Portugal nuestros políticos, y en especial algunos, lo que es el patriotismo. Menos banderas, menos himnos, menos retórica incendiaria y frentista, menos patrioterismo en suma y más amor a la patria real, que no es otra que el pueblo que la forma, cada uno de los ciudadanos y ciudadanas españoles, que necesitan casa, cobijo, trabajo, educación y sanidad. Y libertad. Bienestar social en suma, eso es lo que necesitamos los ciudadanos españoles para que de verdad puedan estar orgullosos y orgullosas de su patria, para que nadie se sienta excluido de ella en beneficio de los de siempre, cuya patria es única y exclusivamente la que está a su servicio.
En resumen: de patrioteros andamos sobrados, pero nos faltan patriotas. Menos mal que nos queda Portugal…