Estamos pagando el combustible a precio de oro. Hoy cuesta más de quince euros que lo que pagábamos por él a principio de año. Y no sólo ya pagábamos más por la gasolina y el gasóleo, también lo hacemos por la luz y, a este ritmo y ante un posible desabastecimiento, lo haremos por productos básicos. A esto se suma la histérica colectiva que ha levantado el revuelo del “gran apagón” que ha conseguido una rotura de stock en hornillos, pilas y linternas. En fin.
Voy a aprovechar la ocasión para hacer un pequeño paréntesis. España no está en riesgo de que haya una parada eléctrica general porque generamos el doble de lo que consumimos, tenemos una gran capacidad de diversificación y por nuestra situación geo-estratégica. La Ministra de Austria, Klaudia Tanner, avisaba a sus ciudadanos de que debían estar preparados para vivir como si estuviesen en un camping, pero nunca dijo que también debíamos hacerlo los españoles. Cerrando este paréntesis, lo que sí voy a dejar acampar a mis anchas por aquí es mi preocupació , que para eso he venido.
Retomando el asunto que vengo a presentar me pregunto si existen aprendizajes transitorios. La falta de materias primas en vísperas de la campaña navideña tiene el sector del comercio en ascuas. Los comerciantes han hecho un llamamiento directo a mi persona pidiendo que no me deje para el último momento las compras navideñas y, me temo que no seré capaz. No soy una experta en la materia, pero quiénes si tienen conocimientos en este ámbito advierten que quizás suban los precios o se produzcan retrasos. Igual hay que esperar un poco más para recibir un coche o el último modelo de iPhone, pero ¿ya nos hemos olvidado de qué era lo que nos preocupaba el año pasado?
He de decir que tengo la sensación de que la Navidad cada año llega un poco antes. Los supermercados ya han sacado un extenso surtido de turrones y polvorones. Los establecimientos de decoración ya tienen a la venta todo tipo de bolas navideñas. Los catálogos de las tiendas de juguetes ya han llegado a mi casa. Mientras, yo aún he probado bocado a ningún turrón, ni sé dónde guardé las guirnaldas, ni tengo en mente qué les voy a escribir a los Majestades de Oriente.
Hace un año, en el grupo del Whatsapp familiar se respiraba tristeza porque por primera vez no íbamos a estar todos juntos. No íbamos a discutir para elegir en qué canal veríamos las campanadas, ni a pelar con prisas las malas uvas, ni a hacer la cuenta atrás para recibir al año nuevo, ni tampoco a brindar con champán (o champín) después. Sí lo hicimos virtualmente, pero no hay pantalla que proporcione el calor de un abrazo. Ahora nos preocupa no tener para las pertinentes cenas los mejores productos sobre la sobrecargada mesa y, ¿qué más da eso mientras no haya ninguna silla vacía?
