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Sabado, 20 de Abril del 2024
Saturday, 04 September 2021

El VIAJE (más final aún) a Ninguna Parte. Miradores de Cieza

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Diré primero que son muchos los miradores con los que cuenta Cieza, y que, frente a lo que la palabra significa primariamente, esto es, ámbito, espacio o lugar bien situado para contemplar desde él un paisaje o un acontecimiento, o sea, lugar privilegiado para mirar o desde el que mirar, no todos están ahí para mirar desde ellos, sino que también sirven para ser mirados.

Por ejemplo, en las terrazas de los bares, que, bien considerado el asunto, son también miradores del mundo en derredor, ya que la gente no sólo se sienta a tomar una cerveza y/o un aperitivo, mientras ve pasar la vida y pasear a la gente, sino que esa misma gente, esa realidad tan amorfa, tan indefinida, tan despreciable casi siempre – el infierno son los otros, decía Jean Paul Sartre- pero tan necesaria (¿qué haríamos si no existieran y estuviéramos solos en el mundo?) - también se sienta allí para que los otros los miren a ellos mientras ellos miran pasar a los demás. Es decir que en realidad la mayor parte de las veces son lugares para mirar…y -también- para ser mirados, si bien se mira (este artículo va hoy, evidentemente, de mirar) una manera tan válida como otra cualquiera de pasar la vida. En España, por cierto, los mirones son legión.

 

Desde ese punto de vista, y desde una concepción subjetiva, el primero de mis miradores ciezanos, desde hace un año (ya lo saben ustedes) es la ventana de mi habitación, o más bien, del cuarto en el que vivo (parafraseando el título de una obra de teatro de Graham Greene), desde donde veo y miro cada mañana, con su sempiterno decorado de fondo, la Atalaya y el Castillo, y veo también, cual travieso “Diablo Cojuelo”, aguantando impasible el horror del apelotonamiento inmobiliario, el pueblo que me vio nacer y en el que vivo, Cieza. Salgo a la calle y encamino mis pasos hacia el interior de la ciudad. Miro hacia el collado de la Atalaya y allí está el segundo de mis miradores, el de la explanada del santuario de la Virgen del Buen Suceso, patrona de Cieza, explanada presidida por una gran Cruz de madera, espacio que dejé de frecuentar cuando decidí suprimir el recurso al coche en mis excursiones por los alrededores de la ciudad. Aquel podría calificarlo como “mirador- desahogo” por cuanto la distancia hasta la ciudad permitía el desfogue a pleno pulmón de cualquier rabia contenida y desde allí podíamos, Manolico Dato, que ya no está entre nosotros, Pedro Luis Almela y yo mismo, prorrumpir a grito pelao en improperios e insultos contra ese infierno de los otros, sabedores de que nadie nos imputaría por aquel comportamiento aparentemente irracional y gamberro: “¡cabrones!, “¡desgraciados!”, “¡hijos de puta!”, “¡ladrones!”, “¡sinvergüenzas!”, “¡malnacidos!”, estirando mucho las vocales como hacen las solistas de los grupos musicales que actúan en la Plaza de España en las tórridas noches de esta improvisada y malhadada Feria de 2021 que nos ha montado con “palicos y cañicas” y concedamos que algo de buena voluntad, el Excelentísimo Ayuntamiento.

 

Cercano al Ayuntamiento precisamente se encuentra el Mirador-Balcón por excelencia de Cieza: el del Muro de la antigua fortaleza, mirador que mira al Noroeste, al río Segura en pleno y circunvalado meandro a través de la vega y que a partir de las ocho y media de la tarde en este tiempo de verano, si acompaña como suele ser habitual una ligera brisa que alivia el rigor de las altísimas temperaturas diurnas, con la luz del sol ya en dorado retiro y decadencia, se convierte en un inigualable y amabilísimo locus amoenus urbano que para sí lo quisieran Fray Luis el de León o el otro Fray Luis el de Granada o nuestro pobre y atormentado frailuco Fray Pascual Salmerón de Cieza. Aledaño se encuentra además, en plena plaza de la ermita del santo patrón, otro “mirador culinario”, el bar de los Toreros, con el Sonse a la cabeza, que cada noche de verano, sin necesidad de ruidosos gorgoritos en inglés, se convierte en centro de la sabrosa movida festiva ciudadana.

 

Muchas mañanas cubro las últimas etapas de mi paseo recalando en otro privilegiadísimo mirador ciezano, el de la ermita del Santísimo Cristo del Consuelo, faro luminoso (¡cuidado con los errores mecanográficos al teclear que pueden derivar en monstruosas irrespetuosidades!) y “prenda segura de salvación” (sic) de todos los ciezanos, ciezanas y -faltaría más- ciezanes. La cuesta de subida a la ermita, donde se ubica la mayor parte de las instalaciones del Colegio Privado Concertado “Cristo Crucificado”, que luce actualmente recién pintado y encalado, es suave y, aun siendo cuesta, no cuesta demasiado subirla hasta llegar a las verjas de separación entre la cuesta y la ermita, donde aparecen varios rótulos con diversas prohibiciones, sobre circular en patinete eléctrico o en bicicleta, de cuya inefectividad pude tener constancia al comprobar cómo accedían a la zona con la mayor naturalidad del mundo, varios mozalbetes, unos en bicicleta y alguno en patinete, mientras cuatro o cinco personas, en actitud de devoto recogimiento, rezaban ante las puertas de la ermita.

 

La vista sobre la ciudad y la vega desde este mirador de la ermita del Santo Cristo del Consuelo es extraordinaria: a la izquierda, la gran zona de expansión inmobiliaria de Cieza entre la ermita y la Iglesia de Santa Clara. Al frente, el oasis de la huerta, desde el paraje de la Isla hasta Barratera y las instalaciones de la antigua cooperativa. Y siempre el río, con su recorrido serpenteante y sinuoso, con el que compite la peligrosísima carretera de las ramblas, sin prácticamente arcén y absolutamente desaconsejable para el senderismo. Bien lo sé yo, que un día arriesgué la poca vida que me queda por ella. Sobreviví.

 

Mientras doy una vuelta por los alrededores de la ermita haciendo tiempo para que el tren Alvia, con el que suelo citarme muchas mañanas, llegue a la estación de Cieza, recuerdo una cita de John Lennon que he visto reproducida en las puertas metálicas de un establecimiento fantasma situado en uno de los nuevos edificios construido sobre los solares de la antigua fábrica de manufacturas del esparto: “Dios es un concepto por el que medimos nuestro dolor”. Lennon. Genial.

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