Si obviamos el calor excesivo y pegajoso de este septiembre de infernales calores rezagados, si obviamos también el salvaje y descomunal nivel de precios de la hostelería toledana que bordeaba en muchos casos el descarado atraco de guante blanco (4.50 euros una jarra de medio litro de cerveza o 6.40 euros un minúsculo postre de -riquísimo –eso sí- dulce de mazapán de Toledo, que compartimos como buenos amigos) y si asumimos como consustanciales con la realidad histórico-geográfica de la imperial ciudad las durísimas e interminables cuestas enguijarradas del casco antiguo que destrozaron nuestros pies y estragaron nuestros riñones, bíceps y tríceps …si obviamos todo eso, digo, los dos días, 3 y 4 de Septiembre, que 7 integrantes del grupo de Literatura de la Sierpe y el Laúd, vivieron en Toledo, pueden resumirse en lo que dice el título “poética gozada en buena compañía”. Y en tal sentido la excursión de apenas 48 horas por tierras toledanas, no defraudó, aunque no tenemos previsto volver el año que viene...por lo menos yo.

De la mano de un ciezano residente en Toledo, Federico de Arce Ramos, enamorado primero de su mujer, Fuensanta, cántabra de murciano nombre, entosigados –ambos dos- por el veneno de la escritura, hidrópico –él- de la birra, hasta el punto de autodenominarse “Fedelitros” y escudriñador del íntimo y esencial misterio de la vida “aguas arriba de su madre” , y – no necesariamente la menor de sus virtudes- antiguo alumno mío, participamos en actividades como “poesía a la hora del vermut”, donde un vibrante y enérgico vate francés nos dejó caer sus versos con peñascal brío, fuerza y hasta rabia y una rapsoda rumana puso la ilustración musical con inspirados y sentidos gorgoritos, junto a la intervención siempre brillante y ajustada del rutilante guía entre los guías, el sabio fumador Manuel Palencia, que después nos acompañaría en rutas literarias con paradas en la que fuera casa de Garcilaso de la Vega, o en aquella otra en la que se escribió el Libro de Buen Amor, o por el curioso y angostosísimo hasta lo agobiante callejón de las putas, o la encrucijada de calles, próxima a la catedral, sin la que no habría existido el “Quijote”, o la ruta desmadrada y loca que en su día hicieron por aquellas callejuelas Buñuel, Dalí y otros grandes del surrealismo español que, buscando a través del alcohol la cuarta dimensión, incluso llegaron a fundar una irreverente e irónica “orden toledana”. Recalando siempre en la plaza de la maravillosa catedral de Toledo, joya del gótico, maravilla entre las maravillas de una ciudad mágica que al cabo de las 48 apretadas horas dejó mis pies bien malamente martirizados, como en tortura hecha a conciencia y cocida a fuego lento. Diera la impresión de que toda la literatura española se hubiera gestado y amasado aquí, y hasta un personaje de ficción como el Lazarillo de Tormes, tuvo aquí su fingida casa. En fin, quedó claro que para quienes amamos la literatura o estamos inficionados por su letal veneno, Toledo es una ciudad como para no perdérsela.

Hemos comido y hemos bebido, a veces pagando –y no es metáfora- altísimo precio por ello, si se considera lo realmente comido y lo realmente bebido. Fue el caso del Bar-restaurante “La Abadía”, un pretencioso local suburbano de luz violácea con interminables pasadizos a manera de catacumbas romanas o termas de Caracalla. Finalmente comimos y bebimos y tuvimos también feliz oportunidad de que el grupo de teatro Elfo nos obsequiara, en un rincón sombreado junto a la iglesia de Santa María la Antigua, mientras no llegaba el sol implacable del mediodía, o mientras las campanas, con su estruendoso y horrísono tañido, no pisoteaban las palabras, con una extraordinaria representación dramática de la mejor poesía del 27 donde revivieron los García Lorca, León Felipe, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y algunos más. La palabra poética se impuso al aparatoso llamado del Ángelus y la fiesta de la poesía (que fue posible con un presupuesto de apenas 15.000 euros, explotó con un concierto de varias horas de “Los impresentables” a orillas del Tajo donde volvió a brillar la palabra poética, musicalizada (música sobre música) en este caso. Todo fue posible gracias, en gran medida, al empeño de un grupo de profesores del IES “Sefarad” de Toledo y al trabajo, la dedicación y la entrega entusiastas de un buen número de alumnos y alumnas suyos, voluntarios todos ellos, en cuyos ojos nuevos brillaba la ilusión que no puede proporcionar el dinero.

El grupo de literatura ciezano de “La Sierpe y el Laúd” estuvo allí y participó en una de las rutas literarias. Ángel Almela, Aurora Lozano Montoya, Marta Almela Lucas, Pascuala Sánchez Bermejo, Ana Lucas, Merche Izquierdo y Bartolomé Marcos, miembros del grupo, estuvieron allí y dejaron voz y testimonio de inquietudes poéticas “chitas”.

Ocurrió en medio del calor asfixiante de este septiembre climatológicamente desbarajustado y loco de las postrimerías (lo miremos como lo miremos, a esto no le puede quedar demasiado recorrido y el game over debe estar a punto de producirse). El mundo huele a podrido que apesta y los bosques que se queman sólo son la avanzadilla del fuego purificador que viene…