Me consta que costó bastante bautizar con su nombre cualquier realidad ciezana, fuera calle, avenida, rincón o Paseo y es que el cura Salas, con ser persona respetada y querida, no suscitaba precisamente unanimidades. El Paseo de Don Antonio Salas llega desde la plaza de San Juan Bosco hasta el nuevo Palacio de Justicia, sede de los Juzgados del Partido Judicial. El Paseo es muy frecuentado por familias ciezanas completas porque está lleno de juegos y alicientes para niños y mayores. Dignificó esta entrada de Cieza, aunque creo que lo seguimos pagando aún todos los ciezanos y ciezanas a través de los recibos del agua bimensuales. Yo no veo el concepto en los recibos, no sé dónde aparece, pero me aseguran que es así, y que así seguirá siendo hasta que les dé la gana. Cosas del recaudador. Hasta que venga el zorro justiciero, porque mira que ni dar de beber al sediento como no sea que pagues… La cosa tiene bemoles. Sí, señores, AGUA PARA TODOS…GRATIS, como sucede en muchos países del mundo más civilizados que éste.
Pero esto no quiere ir hoy de críticas –que por otra parte entiendo justificadísimas- a las diferentes herramientas y triquiñuelas de recaudación de la administración local, sino de recuerdo a un hombre inteligente, geniudo y de fuerte carácter, eso sí, sabio y sensible, al que este pueblo decidió adoptar como hijo en el año 2006, antes de que se lo trague definitivamente el olvido o quede reducido a unas letras doradas en el suelo de un paseo que nunca acaba de pagarse. Que la inauguración del monumento, con todas sus proclamas, letras y parafernalia, suele abrir el largo tiempo del olvido. Es la condena de la piedra. Esculpimos el nombre de la persona y nos olvidamos de la persona, como cuando escribimos algo de lo que tenemos que acordarnos y automáticamente nos olvidamos de ello, hasta de dónde lo habíamos apuntado.
Y es que hay personas en la vida de un pueblo que acompañan a su propia historia, que la jalonan, que la ennoblecen. Don Antonio Salas Gálvez fue una de ellas, una persona que en Cieza nunca necesitó presentación. Lo conocía todo el mundo. A lo largo de más de cincuenta años supo granjearse el afecto, el cariño y el respeto de las muchas gentes de este pueblo que tuvieron la oportunidad de tratar con él. Desde su barrio de San Juan Bosco, pero trascendiéndolo, y desde sus clases como profesor de religión en el instituto “Diego Tortosa”, pero trascendiéndolas, la figura y hasta la leyenda de Don Antonio creció entre los ciezanos como ciezano de elección. Don Antonio fue un hombre que encontró su sitio en Cieza, y tanto lo encontró que hasta hacía juego con su nombre, porque se vino a ese paraje ciezano, antaño secarral y oliveras, conocido como “los salesianos” o “los alesianos”, que en Cieza no se llamaban así porque los tales vinieran de Sales, sino porque eran “el territorio de Salas”.
Don Antonio Salas murió en 2012, total antesdeayer, y fue –y debería seguir siendo- parte viva y memorable de la historia de Cieza, del barrio de San Juan Bosco, del instituto “Diego Tortosa” y de una tradición tan arraigada entre los ciezanos como es la de la Semana Santa y su Prendimiento, hasta el punto de que es bien conocida y forma parte del acervo legendario popular, la anécdota del escolar al que, tras preguntarle en un examen, sobre quién prendió a Jesús, respondió sin dudar: “don Antonio Salas”.
Don Antonio fue siempre además un cura entrañable de pueblo, que vivía su vida mezclado con sus vecinos. Un cura que, siempre moderadamente, eso sí, compartía mesa y mantel, caña, aperitivos y tertulia con sus amigos más próximos de aquí mismo, un verdadero clérigo del siglo que supo, a lo largo de los años, adecuar el mensaje de siempre al lenguaje y los modos cambiantes de los tiempos, ya que su labor como cura siempre estuvo impregnada del didactismo y proximidad que, como positiva y encomiable deformación profesoral, se derivaba de su trabajo como profesor.
Un cura sabio, por culto, y sabio porque conocía la vida y los recovecos sinuosos y las entreveradas y equívocas encrucijadas del corazón humano; sabio porque, lleno él mismo de humanidad, nada humano le era ajeno; sabio porque, lleno de humanismo, sin renunciar a su verdad, supo relativizar la verdad para no ser su esclavo ni esclavizar a otros con ella. Sabio porque sabía que el movimiento se demuestra andando, y andando y trajinando entre los corazones, supo dejar en un barrio y unas gentes, y en un pueblo entero, la impronta indeleble de su cordialidad, su atinada pedagogía de hombre grande, brillante, profundo y lúcido en la controversia o en el debate de altura, que sin embargo se hacía sencillo a los sencillos.
Antonio Salas –como hombre sabio que era- se conocía a sí mismo, y sabía que en cada hombre están todos los hombres, que desde la propia insuficiencia y debilidad se comprenden las de los demás, que desde las propias dudas y angustias se entienden las ajenas, que desde el propio amor, respeto y valoración de uno mismo, se ama, respeta y valora a los otros. ¡Cuántas cosas se dijeron y cuántas más podrían haberse dicho de un hombre vitalista, recto, cabal y divertido, ciezano por decisión libre y propia y no por imperativo o azares de nacimiento!
Está muy bien su paseo, pero no lo está si sólo sirve para sepultarlo a él en el olvido. También puede estar bien que el pueblo pague el Paseo, pero no a través de los recibos de un bien básico para la vida, como es el Agua, que debería ser GRATIS TOTAL.