Ya saben que en mis largos paseos matinales, he optado, últimamente, por rutas que he denominado mixtas, urbano-rurales. Esta es la segunda parte (al final serán tres) de la más repetida de esas rutas, cada día, de buena mañana, recién amanecido. Vengan conmigo…
Les dejé la semana pasada a la altura del espacio lúdico-cultural de la Esquina del Convento, que acabará por llamarse con justicia Plaza-Paseo de los Escritores Ciezanos, en singular y acertada propuesta del grupo de literatura local de “La Sierpe y el Laúd” (me adelanto a los acontecimientos…pronostico) y antesala de la calle Sansestabién, como me ha parecido oportuno rebautizar la señorial calle ciezana frente a sus ancilares Ríos (donde vive mi amigo Ignacio Egea en la casa de su vida diseñada por un- otrora amigo- notable artista plástico ciezano) y Hontana, calle del Sotanillo, con su espléndido mirador sobre la huerta, el castillo y la Atalaya. Sí, Sansestabién por su feliz reconversión desde hace unos años en ameno espacio lúdico-cultural y de servicios, con el pórtico de bienvenida del edificio que actualmente ocupa en su planta baja Caixabank, después de que fuera sede del Banco de Murcia creado por emprendedores ciezanos del esparto y de la fruta, y más adelante sede también del Banco de Valencia y otras entidades bancarias. Al poco, a mano derecha, el Cafetín La Sala, y, enfrente mismo, el Café San Sebastián, con su ambicioso y quizá un tanto irónico subtítulo de “Centro Social de Relaciones Humanas”, lugar donde tiempo atrás descubrí que la ginebra podía ser azul, y que, azul, estaba hasta más buena, y es que comemos y bebemos también por los ojos.
Apenas a dos o tres pasos más, a la derecha, la clínica del doctor D. Pedro Rodríguez Pérez, regentada por Pedro Rodríguez Ruiz, el Peri, ilustre, sabio y muy peculiar hematólogo ciezano; antaño, en su juventud setentera, inclasificable “rebelde sin causa” que con los años se nos puso más serio, convencional y formal, que regenta la clínica en comandita con su esposa, Carmen Pérez Serra, rubia, simpática y servicial, a la que frecuentemente saludo cuando sale a pasear con su perro, hermosísimo animal, de porte noble, y de pelaje como la nieve, blanquísimo, en estos tiempos de confinamiento obligado en los que cualquier excusa para salir y respirar unos kilómetros de libertad, se agradece. Que yo sepa el matrimonio tiene dos hijos, Carmen, a la que conozco más, por haber sido brillante alumna mía, y Pedro Luis, de mirada reconcentrada e inteligente (en la mirada se parecen los dos hermanos), al que apenas conozco. La chica, Carmen (tempestades y torbellinos en una cabeza bien amueblada a la que la vida ha ido aportando templanza y sosiego) es notaria en Cieza, vive en la urbanización “Los Conejos” de Molina del Segura y, por capacidad, habría podido ser lo que quisiera. En esta clínica trabajó hasta su temprana muerte, como competente aunque algo excéntrico y anárquico médico, Juan Salmerón Avellaneda, Juanín, amigo de la naturaleza y de toda clase de animales. Solía llevar los bolsillos llenos de bichos. Juanín fue también alumno mío, en la Academia Santo Cristo de la calle Espartero y, después, en el instituto de Bachillerato Mixto de Cieza. También trabaja en la clínica del Peri mi amigo y circunstancial conmilitón Paco Vázquez Villa, cariñosamente, Paco el Psicoloco, una red social en sí mismo, ameno maestro y maestre de la rumorología, en cuya cabeza cabe el universo mundo en circunstanciada, chispeante y teatral versión calderoniana. Enfrente mismo de la clínica, la casa en la que vivió hasta su muerte, el poeta, humanista, cineasta, erudito, filólogo, pintor y poeta ciezano (y compañero y amigo mío en tantas aventuras culturales…), Aurelio Guirao Moreno, señorito elitista, refinado y gandul hasta el fin, genial siempre. Para estos días corrientes estaba previsto el descubrimiento de una placa alusiva en la fachada del edificio, también a propuesta del grupo de literatura de la Sierpe y el Laúd, antes mencionado. Aurelio tiene un sitio seguro reservado en el futuro paseo-plaza de los Escritores Ciezanos. Después de la casa de Aurelio, la histórica Librería de Anibal Ruiz, que no sé si sigue abierta, porque a la hora en que yo paso (apenas son las ocho de la mañana) siempre está cerrada. Casi inmediatamente, el Museo Siyasa, el Prado ciezano, y enfrente mismo, nuestro Reina Sofía, Casa Efe Serrano, que tampoco sé si sigue abierta y funcionando porque a esta hora la calle es un cementerio desolado y he de reconocer que en los últimos años me he desconectado de la actualidad informativa local y empiezo a ser yo mismo una pieza más o menos móvil de museo, un zombi trastabilleante y desnortado.
Hasta hace pocas semanas llegábamos a continuación a las luces siempre encendidas, como de un ansiado refugio en medio de la fría tiniebla, de la hospedería Sansestabién, que permanece cerrada desde hace algunos días, con las luces apagadas, sin aparente señal de vida, presupongo que como consecuencia de la silente y descomunal crisis provocada por la pandemia del coronavirus; después el gastrobar Pintxame, la asociación semanasantera “La Vara del Granao”, el abandonado edificio-almacén de Muebles Granados, la gran casa familiar de los Peñapareja, y las farmacias, la de María de los Llanos Molina Cano, también extraordinaria antigua alumna mía en el COU, heredada de su padre, el conspicuo y chispeante conversador Hipólito Molina, que cierra la calle Sansestabién y abre la calle Buitragos, o la de Joaquín Jordán, ya en plena calle Buitragos, la calle de la sede local del PSOE donde se reunía la gran familia (sic) ciezana socialista (doble sic) de los Ramón Ortiz Molina, Juan José Martínez Díaz, Carmelo López Tornero, Anita la comadrona, Francisco Marín Escribano, Mariana Buitrago Bernal o Pascual Lucas Díaz, a la sazón actual y vigente alcalde. A la altura de la farmacia de Jordán, la sombrerería Eslava, de la que aún permanece el rótulo. Echo una mirada arriba con la esperanza de encontrar el enorme sombrero negro estilo “Tío Gepeto”, que hasta no hace demasiado tiempo aún podía verse allí, colgando sobre el centro de la calle, dándole un aire castizo (o así me lo parece a mí) a lo Miguel Ligero en la zarzuela “La Verbena de la Paloma”. Apenas dos casas más allá, en la misma acera, la -para mí- verdadera “casa del terror”, la de Cristino padre, el dentista, que, con una sola muela que no consiguió sacarme tras reiteradas intentonas, puso pica en Flandes de la futura ruina y siniestro casi total de lo que hasta entonces era una buena dentadura, bien osificada. Enfrente, en la otra acera, el veterano Bar Águila, que -con la que está cayendo- aún aguanta el tipo…Mérito tiene la cosa.
La semana que viene finiquitamos la ruta…o la ruta nos finiquita a nosotros…