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Jueves, 18 de Abril del 2024
Friday, 11 September 2020

El Viaje (Final) a Ninguna Parte. Llegar a viejo (y II)

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

El problema, Cipión, es que ahora somos muchos, demasiados quizá, los que vamos llegando a viejos, porque tú conoces bien cuál era, por término medio, la duración de la vida humana en la Roma de Virgilio o Nerón… de treinta a treinta y cinco años. Y ahora, en España, está en el entorno de los ochenta.

Además, hay menos guerras que antes y más de siete mil millones de humanos son un pesado lastre para la cansada bolica errante-rodante de la Tierra. No obstante, cabríamos todos y cabríamos bien, y desahogadamente, si no fuera porque el problema, de resolución eternamente pendiente, sigue siendo el de la desigual distribución de la riqueza. Según Thomas Robert Malthus (1766-1834), padre de la demografía moderna con su conocido ensayo sobre la población, ésta - la población- aumenta en progresión geométrica, mientras que la producción agrícola de alimentos aumenta en progresión aritmética, lo que dicho más claramente significa que la población crece bastante más deprisa que la capacidad de dar alimento a las nuevas generaciones, y eso nos abocaría a una “catástrofe malthusiana” si no fuera porque Thomas Robert Malthus, hace casi doscientos años, no fue capaz de prever la capacidad de la industria agroalimentaria y de la industria química para incrementar la producción, aun a costa de envenenarnos a todos (lentamente, eso sí…lo cual, en tiempos de coronavirus, no deja de ser un consuelo).

 

¡Ay amigo Berganza! ¿Y qué hacer con la gran legión de viejos? Fíjate que no sería hasta bien entrado el siglo XIX cuando a los que no podían ya con su alma para trabajar se les comenzaría a recompensar económicamente en su retiro. Se conocen casos de pensionistas allá por 1844. Así, al que llegaba a viejo, si tenía la suerte de alcanzar este estadio de la vida, le quedaba la recompensa de la jubilación, palabra derivada de la latina "jubilare", que significa "lanzar gritos de júbilo", expresión que para la mayoría de nuestros aspirantes a eméritos suena ahora a puro sarcasmo, estando como estamos en manos de los impresentables gobernantes de este país.

 

En la década de los 70 del siglo XX, el sanguinario comunista Mao Zedong avivó en China a los estudiantes contra los viejos durante su peculiar holocausto, pomposamente llamado Revolución Cultural por los chalados que siguen esta perniciosa corriente tóxica. Los escuadrones infantiles de guardias entraban en los salones de té y sacaban a patadas a los ancianos.

 

Pero es en la actualidad, en esta Edad de posmodernidad y posverdad (y de posgilipollez y de burricie, te añado yo, Cipión), en una sociedad cada vez más tecnificada e informatizada, en la que los registros históricos se almacenan en discos duros y las previsiones económicas o del clima se hacen mediante algoritmos, en la que no se precisa del concurso de los ancianos, donde ha prevalecido la vertiente luterana de la vejez, que consiste en pasar olímpicamente de los viejos y quitárselos de en medio, bien bajo capa inventando un bicho que tiene especial predilección por su salud, o bien de manera oficial mediante una democrática Ley de Eutanasia, plenamente implementada ya en países tan progresistas como Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Por eso, no resulta extraño que la sociedad de nuestros días reverencie la juventud y tenga a los viejos por una carga (sin que los jóvenes se paren a pensar que cada uno de ellos lleva un viejo dentro).

 

Pero, aunque la vejez merma nuestras facultades, los genes egoístas que manejan a su antojo nuestro organismo trabajan día y noche para intentar perpetuarse en otros cuerpos mientras sigamos con vida. Y la prueba palpable de que ciertas querencias naturales no merman un ápice con la edad (más bien se acentúan) se pone de manifiesto en la célebre anécdota que se cuenta de Fernando Lázaro Carreter, filólogo español y director de la Real Academia Española, cuando a sus casi 80 primaveras, próximo ya a su óbito y aun así gozando de plenas facultades mentales y sensoriales, al descender torpemente del taxi que lo trasladaba a su casa, el súbito flashazo en su campo de visión provocado por la imagen de una joven de buen porte que caminaba decidida por la acera, le hizo girarse en redondo y seguirla con la mirada hasta que se perdió de vista; tras elevar los ojos al cielo soltó una melancólica interrogación dirigida al Altísimo: "¿Hasta cuando tengo que sufrir este castigo, Señor?"

 

De todos los que han puesto de relieve la senectud humana, me quedo con un soneto del cantautor español más importante de nuestro tiempo: Juanito, como le conocen en su ámbito familiar, o el Nano sus más íntimos amigos. Serrat compuso esta sentida balada, que a buen seguro refleja el sentimiento de muchos de los que llegan a viejos:

 

"Si se llevasen el miedo y nos dejasen lo bailado para enfrentar el presente; si se llegase entrenado y con ánimos suficientes; y después de darlo todo, en justa correspondencia, todo estuviese pagado y el carné de jubilado abriese todas las puertas... quizá llegar a viejo sería más llevadero, más confortable, más duradero.

 

Si el ayer no se olvidase tan aprisa; si tuviesen más cuidado en dónde pisan; si se viviese entre amigos que, al menos, de vez en cuando pasasen una pelota; si el cansancio y la derrota no supiesen tan amargo; si fuesen poniendo luces en el camino a medida que el corazón se acobarda, y los ángeles de la guarda diesen señales de vida... sería más razonable, más apacible, más transitable.

 

Si la veteranía fuese un grado; si no se llegase huérfano a ese trago; si tuviese más ventajas y menos inconvenientes; si el alma se apasionase, el cuerpo se alborotase y las piernas respondiesen; y del pedazo de cielo reservado para cuando toca entregar el equipo repartiesen anticipos a los más necesitados... sería todo un progreso, un buen remate, un final con beso, en lugar de amontonarlos en la Historia convertidos en fantasmas con memoria.

 

Si no estuviese tan oscuro a la vuelta de la esquina, o simplemente si todos entendiésemos que todos llevamos... un viejo encima". Un abrazo querido Berganza. Cipión, el candidato a viejo.

 

Tenemos, Cipión, una situación calamitosa derivada de una solemnísima y clamorosa desidia, que se traduce en gente que se infecta, mayores que se mueren y una economía que se va por el desagüe. Hay un español medio estupefacto que desde su humilde condición no entiende la soberbia de un presidente que ha llegado allí como por casualidad o designio caprichoso de la adversa y voltaria fortuna; como una maldición. Mala suerte. Afortunadamente, todo pasa. Sólo nos queda reinventarnos, sabiendo que nuestro mundo, cualquier mundo de los seres humanos, se erige sobre un fino hielo quebradizo. Sabemos, con Manrique, que “nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar”…

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