He de admitir que, sobrepasado mi momento inicial de incredulidad, sorpresa y hasta cierto estupor, no me extraña demasiado que esto que voy a contar - que en gran parte me limitaré a transcribir-, le haya sucedido a Fernando Galindo Tormo, el veterano profesor de Dibujo ciezano, ya jubilado, y activísimo y nada jubilado andariego del Pirineo, la Serranía de Cuenca, el Carnaval de Venecia, o la Floración y el Paseo Ribereño de Cieza. En realidad, ¿qué quieren que les diga?, es que no sólo no me sorprende, es que esto sólo le podría haber pasado a él. Ver y vivir para creer…O…¿hasta dónde nos vas a seguir sorprendiendo, Fernando?
Todo empezó con una amable carta proveniente del ultramar, de más allá de los confines y antípodas del Universo mundo, de los horizontes perdidos, por donde trotan, incansables, los canguros. De Australia, sí, de Australia. La carta atribuía a las fotografías de Fernando Galindo cierta potencialidad taumatúrgica en una sanación sorprendente de una familia australiana que tuvo lugar en Lourdes.
La carta decía así:
Estimado Fernando:
Mi nombre es Juliana. Espero que tú y toda tu familia estéis bien en medio de esta triste y devastadora pandemia que está afectando al mundo entero.
En primer lugar, quisiera agradecerte las bellísimas fotografías que nos hiciste. Son un tesoro para mi, no tanto por su atractivo e interés visual, cuanto por la historia que hay detrás de ellas. Esta historia la he querido compartir desde hace mucho tiempo contigo. Son una memoria visual que guardaré para el resto de mi vida acerca del milagro extraordinario que Jesús y María hicieron por mí. Te pido disculpas por no haberlo hecho antes. He aquí mi historia.
El 20 de octubre de este año, cumpliré doce años desde mi sanación en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes pues estuve confinada a una silla de ruedas por ocho años y medio. Ese año 2008, se celebraban los 150 años de Jubileo coincidiendo con nuestra peregrinación.
A los 28 años de edad sufrí una incapacidad que finalmente me dejó confinada a una silla de ruedas por ocho años y medio. Los doctores llaman a mi condición “Síndrome de Dolor Regional Complejo,” (Complex Regional Pain Syndrome) y en mi caso, esto estaba relacionado con el nervio ciático. A medida que fueron apareciendo las complicaciones, mi pierna y mi pie derecho se inflamaron mucho y se pusieron de color morado debido a la falta de circulación. Estaba ya muy cerca de tener gangrena y los médicos predecían que lo más probable era que mi pierna tendría que ser amputada.
Mis dedos morados estaban superpuestos y el tobillo estaba torcido. También tenía una llaga abierta en mi espinilla que se mantenía siempre con secreción y no sanaba. Como no podía apoyarme en mi pierna derecha, ponía mucho esfuerzo en mis brazos y muñecas al caminar y esto derivó en el síndrome del túnel carpiano que me causaba gran dolor en mis brazos y muñecas. Incluso tomarme una ducha me producía un dolor insoportable. Al caer el agua, sentía como si clavos atravesaran mi pierna y cualquier cosa que la tocara, aunque fuera levemente, se sentía como un cuchillo raspando mi piel. Cada noche sólo podía dormir dos horas debido al dolor. Ninguno de los cincuenta médicos especialistas pudo ayudarme con aquella situación. Sentía como si mis años de juventud se me fueran y que mi vida se estaba acabando.
Recuerdo que de niña fui creyente practicante, pero poco a poco fui abandonando la fe hasta que la perdí por completo hacia los 19 años. Tuvieron que pasar tres años de sufrimiento antes de que yo volviera a recuperar mi fe. La devoción a la Divina Misericordia tuvo un papel muy importante en esta etapa de mi vida. Recibí una gracia y todos los días pude rezar y pasar una hora santa en Adoración Eucarística los lunes por la tarde, de 4 a 5. Curiosamente, fue alrededor de esta hora un lunes, frente a la Eucaristía en Lourdes, cuando recibí mi sanación.
Así que, descubierto por ti, Fernando, el milagro repetido de la floración en el secarral ciezano, parece que has contribuido después también -a tenor del emocionado testimonio de reconocimiento que nos llega desde tierras australianas- a obrar el milagro auténtico de Dios en carne mortal, aliviando sufrimientos, que para eso son y para eso deberían servir los milagros, que como tal lo han percibido y lo sienten estas buenas personas australianas, que atribuyen a tus fotos taumatúrgicos efectos. El milagro existe si uno está convencido de que existe. Fernando, tú sabes lo que yo siempre he pensado sobre estos asuntos, desde mi consustancial y radical escepticismo. Y es que el de Dios es un gran invento, y- si no existiera, como decía Voltaire, habría que volver a inventarlo. La semana que viene tendremos el desenlace de este intenso y emocionante relato de humanidad, sencillez, felicidad y fe, que nos llega desde las lejanas tierras del confín del mundo.