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Domingo, 08 de Setiembre del 2024
Saturday, 07 December 2019

El Viaje a Ninguna Parte. Que viene el cambio climático, que viene ¡Uy, qué miedo!

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Rabiosa actualidad obliga y esta semana, sin más remedio, hay que referirse al tema candente (pues que de subida global de temperatura va la cosa) que tiene a Madrid como protagonista del enteretico mundo mundial, por celebrarse aquí (de rebote, eso sí, tras haber renunciado Santiago de Chile) la Cumbre Mundial del Clima.

Pedro Sánchez, el patético presidente en (dis)funciones del patético Gobierno de España, se ha aprestado a aprovechar la oportunidad para lucir esculeador palmito y soltar discursitos inanes de esos que acostumbra y que algunos y alguna le escriben, claro, plagados de tópicos al uso y vaciedades más o menos “aseadillas” para quedar bien. Recurro de nuevo a algunas reflexiones muy bien llevadas y traídas de mi perruno contertulio guasapero, redivivo Cipión de Cieza, que me mensajea de esta guisa y bajo el título de “La apestosa transición ecológica”: “De los cuatro jinetes del Apocalipsis responsables de la contaminación en el mundo, Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia, sólo los europeos nos hemos puesto en serio a la tarea de reducir las emisiones de “ceodós”, en la quijotesca creencia de que con ello vamos a salvar el planeta nosotros solos.

 

Me transmuto en Berganza para decirte desde un principio lo que pienso sobre estos llamamientos grandiosos, grotescamente peliculeros, llenos de grandes, rotundas y aterradoras expresiones como “salvar el planeta” o “destruirlo”, cuando todos sabemos lo huero y fatuo de esas expresiones, no en sí mismas, sino en cuanto a pretensiones de hacerlas realidad. Son el juguetito actual de los políticos, como durante tanto tiempo lo fue en Murcia el Agua para Todos. Y es que, Cipión amigo, los seres humanos no somos tan importantes ni nuestra acción, mala o buena, tan decisiva. Conviene saber y reconocer con humildad que los seres humanos poca cosa modificamos en los ciclos infinitos de las galaxias. El gran poeta Leopardi expresó muy bien su concepción de la pobre entidad y efectividad del poder humano, cuando dejó dicho aquello de: «No sé qué prevalece, si la piedad o la risa», ante la atribución de determinadas consecuencias a las acciones humanas.

 

Y sigue diciéndome Cipión, con su humilde y perruna sabiduría guasapera: para empezar, no está tan claro cuál es el grado de influencia que tiene la mano del ser humano en este asunto, pues no hemos metido convenientemente en el saco a las termitas, rumiantes, volcanes, manchas solares, cambios cíclicos del polo magnético terrestre y otros fenómenos astronómicos que dan lugar, cada cierto tiempo, a glaciaciones y otros desórdenes naturales que contribuyen también lo suyo al cambio climático. De hecho, sabemos de la ocurrencia de muchos de ellos en el pasado, mucho antes incluso de que el ser humano ni siquiera existiera. Y, además, nuestro esfuerzo (el europeo), de llevarse a pleno efecto, solamente contribuiría a reducir en un 25% el total de las emisiones, sin que sepamos de antemano que semejante esfuerzo fuera a servir de algo. Pero es que, a diferencia de rusos, americanos, hindúes y chinos (que siguen instalando centrales térmicas a cascoporro y este asunto se la trae floja), nosotros nos hemos dado tanta prisa en acelerar la transición energética que la estamos haciendo más apestosa de lo que sería deseable. Sólo los ricos, los de verdad (no aquellos que algunos dirigentes “comunistoides” tienen por tales cuando incluyen en esa categoría a los currantes de la clase media), los acomodados funcionarios que legislan, algunos empresarios, los artistas, los escasos personajes de cierta prosapia que todavía existen y los que se dedican a la política, pueden permitirse el lujo de comprarse hoy día un caro coche “0-0 emisiones”. Eso, además, contando con que existan suficientes y adecuados puntos de carga, y que tenga autonomía como para aventurarse a viajar hasta Madrid y no quedarse tirado en el camino tras el intento. La precipitada y temeraria decisión política de acabar en un breve plazo de tiempo con el motor de combustión, está provocando el efecto contrario al deseado. Alguien que tenga un coche de gasolina fabricado en el año 2.000 está sentenciado. A partir del año que viene, ya no podrá circular por las calles del interior de las ciudades, y cuando se tenga que desprender de semejante chatarra le van a dar por él una mierda pinchada en un palo. Y así seguirá avanzando la norma, hasta absorber al resto de coches de combustión y hacerlos desaparecer todos en apenas dos décadas. Para todos estos usuarios, invertir hoy en el mantenimiento adecuado de su coche es tirar el dinero, por lo que están descuidándolos y provocando una mayor contaminación (no hay más que ver y oler las bocanadas de humo que salen de los tubos de escape de esos motores tras años sin cambiarles el aceite). Por otro lado, el que busca desesperadamente un coche para sobrevivir en el día a día muchas veces se decanta por uno de segunda mano o kilómetro cero, más barato, pero también igual de contaminante. El resultado, en lo que concierne a cambio climático, un vehículo generador de mayor contaminación en nuestras ciudades. Debo confesarle, amigo Berganza, que si un servidor tuviera la suerte de una Greta Thunberg, que no parece preocupada por la necesidad de estudiar para ganarse la vida porque goza de despreocupados patrocinadores y mecenas que la invitan a viajar de un lado a otro del mundo, probablemente también me apuntaría a defender con entusiasmo esta buena causa; es más, hasta me atrevería a beber del agua del grifo de mi pueblo en una botella de vidrio como las de antaño, como está dando ejemplo estos días la joven nórdica de marras en la Cumbre Mundial del Clima de Madrid, organizada, por cierto, por Mr. Fraudez para tapar el sonrojante caso de los ERE de su partido; ahora, eso sí, lo haría siempre y cuando tuviera la certeza de que el ser humano ha inventado un nuevo y ecológico modo de fundir los envases de cristal reciclado, sin emitir el tan temido dióxido de carbono durante la combustión del gas natural o el diésel que hace funcionar esos hornos de fundición, gas que, como se sabe, es el máximo causante del cambio climático de los cojones.

 

Plenamente de acuerdo, querido Cipión. Además, lo de la Gretita es que es ya para llorar con rabioso e indignado desconsuelo, o para reír sin parar con risa loca e incontenible ante tanta -y tan generalizada-memez, sin olvidarse del seguro interés mercantilista de unos cuantos, que ya hacen nuevos negocios con este rollo, y el cacareo aburrido, insustancial y vacuo de bastantes tontos útiles que le dan predicamento y credibilidad a los renovados “Novísimos” y a una calentura apocalíptica que les resuelve la vida para siempre a los listos de turno como la jovencita sueca y su familia, mientras los demás tenemos que hacer inverosímiles equilibrios en el alambre -sin ser Renato- para pagar la hipoteca, y llegar vivos a fin de mes. Buen fin de semana, amigo Cipión.

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