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Viernes, 17 de Enero del 2025
Friday, 13 March 2020

El Viaje a Ninguna Parte. “Las mujeres son maravillosas”

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

(Un episodio más de los diálogos perrunos entre Cipión y Berganza, en este caso sobre mujeres y feminismos).

Querido Berganza, voy a sondear brevemente un asunto de rabiosa actualidad. Aunque no es mío el título que encabeza esta pequeña reflexión (pertenece a los investigadores estadounidenses Alice Eagley, Antonio Mladinic y Stacey Otto, que en 1994 se lo endosaron a los datos finales de una investigación que realizaron y en la que descubrieron que las mujeres obtenían resultados mejores que los varones), los que me conocen podrían atribuírmela a mí sin ninguna duda. Y es que por fuerza debe ser así, pues tengo en mi familia más cercana a mi madre, a mi hermana, a mi esposa, a tres hijas y a una nieta, y eso sin contar a mis numerosas tías, primas y alguna sobrina que otra. Y aun eso es poco, en número, comparado con las innumerables mujeres que llenan mi vida en otros quehaceres no familiares (profesionales y de platónica amistad, no vayas a enjuiciarme mal). En ninguna de ellas he visto nunca, ni me han manifestado tampoco, que tengan al varón por el causante de todos los males que aquejan a las mujeres, como parece deducirse de las opiniones de algunas “hembristas” (espécimen opuesto al machista y del mismo género dañino) de nuestros días, que no sé bien de qué aura espacio-temporal habrán salido.

 

¿De dónde van a salir, Cipión, amigo? Del rencor, del odio, como mínimo del resquemor, o del acomplejamiento, de la ignorancia e incluso del analfabetismo funcional, cuando no del oportunismo político y la desvergüenza, que les permiten ocupar un cargo político designado digitalmente, o quizá vaginalmente, muy bien retribuido, sin proceso alguno de selección. Ya lo dejó escrito Esther Vilar (tan injustamente denostada) en “El varón domado” (1971) cuando decía aquello de que «La mujer doma al hombre con trucos traidores para hacerle un esclavo sumiso, y luego lo lanza a la vida hostil para que gane dinero. Como contraprestación pone la vagina a su disposición a intervalos regulares». Y sigo con Cipión, vía guasaps:

 

La mujer fue protagonista del mantenimiento a flote de la economía durante el tiempo que duró la Primera Guerra Mundial, y especialmente durante la segunda, por la sencilla razón de que mientras millones de varones se mataban entre sí en los campos de batalla, las hasta entonces amas de casa, además de ocuparse de sus quehaceres domésticos, se vieron empujadas a mantener con su esfuerzo la industria armamentística y la actividad comercial de las ciudades. Cuando acabó la guerra y se quiso volver al Estado inicial de las cosas no se pudo; era ya demasiado tarde para que “los ángeles del hogar”, como las llamaban los varones supervivientes, volvieran a sus antiguas ocupaciones, que no eran otras que parir hijos, criarlos, hacer comidas, poner coladas y limpiar la casa. Un movimiento rebelde de féminas, con todo el peso de la razón de su parte, se puso en marcha: exigía participar en pie de igualdad con los hombres en las actividades laborales. Algunas de aquellas mujeres debieron de tomárselo tan a pecho, que lo hicieron de un modo feroz, mostrando una aversión a lo masculino (quizá porque sólo a los varones, los “señores de la guerra”, podía achacárseles la responsabilidad de los dos grandes conflictos mundiales que habían provocado la muerte de tantos seres queridos) que se convirtió en la antítesis de la misoginia. En esta época reapareció un término, recogido en la enciclopedia neoyorquina “The century dictionary”, y acuñado en 1909, que definía este nuevo estado de cosas: la misandria, el odio hacia los varones, la mala opinión acerca de los varones, considerados como injustos y opresores de las mujeres. Ya en 1947, Paul Nathanson y Katherine Young, afirmaron que la misandria convierte a los varones en los chivos expiatorios de todos los males sociales, y, a las mujeres, en las víctimas.

 

Según Esther Vilar, amigo Cipión, las mujeres explotan a los hombres, ofreciendo sexo a cambio de manutención. En gran medida la tarea reciente, no ya del feminismo sino del “hembrismo”, ha consistido en edulcorar y sublimar el genial trampantojo, porque, como sostenía Umberto Eco, la política se ha convertido en un hecho semiótico cuyo significado remite a sí mismo porque no hay ninguna realidad fuera del lenguaje o, mejor dicho, del relato. En la sociedad de la información, el masaje es el mensaje. Y las feministas han construido un buen relato, lleno de agujeros e incoherencias, sí, pero convincente, perfectamente vendible, desde la óptica de lo políticamente correcto, y -lo peor- lo han convertido en dogma.

 

Al movimiento moderado en favor de los derechos de la mujer se le llamó feminismo, y este fenómeno ha llegado hasta nuestros días espoleado por la inquina política progresista, surgiendo de él el hembrismo, que, en cambio, sí es una actitud individual, porque no se deriva de un sistema cultural o legal de desigualdad, y aquí las “feminazis”, término moderno usado para definir a las misándricas, mezclan churras con merinas y meten en el mismo saco a todos los varones, considerándolos potenciales violadores y maltratadores de mujeres, con eslóganes tan estúpidos como soeces, tan en boga en algunos “políticos de caspa” de nuestros días, como ese tan singular que dice “quiero volver a casa sola y borracha”. Las generalizaciones son siempre peligrosas y de sobra es sabido que hay personas buenas y gente mala, nunca grupos, colectivos o sociedades. Hay hombres violadores que asesinan a mujeres y también mujeres filicidas que hacen lo mismo con sus hijos (…) Pretender la igualdad entre un hombre y una mujer es una utopía porque somos diferentes, porque tenemos cualidades diferentes y habilidades distintas. El escritor inglés William Golding, premio Nobel de Literatura en 1983, decía que “las mujeres están locas si pretenden ser iguales que los hombres, siendo como son y han sido siempre, bastante superiores. Cualquier cosa que des a una mujer ella lo hará mejor…Si le das esperma, te dará un hijo. Si le das una casa, te dará un hogar. Si le das alimentos, te dará una comida. Si le das una sonrisa, te dará el corazón, si le das una idea te devolverá un poema… ¡Las mujeres engrandecen y multiplican cualquier cosa que les des, siempre mejor que los hombres¡”. Las mujeres son, sencillamente, maravillosas. Un abrazo, querido Berganza.

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