La falacia, como virus maligno y altamente contagioso que es, no conoce fronteras. La Leyenda Negra Española que urdieron orangistas, luteranos, anglicanos, hugonotes y calvinistas durante el siglo XVI con tanto esmero contra nosotros usando como molde el desatinado texto de Bartolomé de las Casas (…) atravesó con furia el inmenso charco Atlántico e impregnó con sus tópicos la conciencia de aquellas gentes de ultramar, al tiempo que miraban para otro lado cuando las colonias inglesas exterminaban sin piedad a los indios nativos en su salvaje expansión hacia el Oeste americano bajo la fiebre del oro y su capitalismo desbocado (…) "La razón de que no hayamos hecho justicia a los exploradores españoles es sencillamente que hemos sido mal informados. Su historia no tiene paralelo… Amamos la valentía, y la exploración de las Américas por los españoles fue la más grande, la más larga, la más maravillosa serie de valientes proezas que registra la historia. (...) Es un hecho que los vikingos hicieron algunas expediciones a América del Norte mucho antes que Colón. Llegaron, e incluso acamparon en el Nuevo Mundo, antes del año 1000. Pero solo acamparon. El honor de dar América al mundo pertenece a España". Estas son algunas de las palabras extraídas del libro "Los exploradores españoles del siglo XVI: vindicación de la acción colonizadora española en América", obra escrita en inglés por Charles F. Lummis, periodista, historiador, fotógrafo, poeta, hispanista, bibliotecario y activista estadounidense defensor de los derechos de los amerindios, que rinde un cierto honor a lo que hicieron allí nuestros antepasados. Elvira Roca Barea afirma con claridad: "Trescientos años de Administración ultramarina sin que hubiera en ellos grandes tropiezos deben de significar algo, porque no hubo ni conflictos importantes ni grandes convulsiones sociales. La convivencia de las razas distintas fue en general bastante pacífica y hubo prosperidad".
Casi ciento ochenta años antes de que Thomas Jefferson, en 1776, se pusiera solemnemente la medalla de la proclamación de los derechos humanos durante la famosa Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, Francisco Suárez de Toledo Vázquez de Utiel y González de la Torre, un jesuita y jurista español, escribía, en 1597, en sus "Disputaciones metafísicas", lo siguiente: "Todos los hombres nacen libres por naturaleza, de forma que ninguno tiene poder político sobre el otro". El Imperio no descuidó tampoco la atención sanitaria, de tal manera que montó hospitales para atender tanto a los españoles como a los nativos, algo inédito en su tiempo, regidos por licenciados en medicina. La importancia de este asunto reafirma la opinión general de que España cuenta con una sanidad única en el mundo (…) Entre 1500 y 1550 se levantan en las Indias unos veinticinco hospitales grandes, al estilo de San Nicolás de Bari, y un número mucho mayor de hospitales pequeños con menos camas". La enseñanza en América no difería de la que se impartía en España. Roca Barea les pone incluso cifras a estos logros: "Se fundaron en América más de veinte centros de educación superior. Hasta la independencia salieron de ellos aproximadamente 150.000 licenciados de todos los colores, castas y mezclas". Y por último, qué decir de los yanquis, los actuales propietarios de los otrora territorios hispanos, ese nuevo imperio al que sí le vendría bien decir aquello de que ha venido y nadie sabe cómo ha sido, un país sin historia ni tradiciones propias que se ha aprovechado reiteradamente de la generosidad española y nos ha dado pal pelo cuando le ha interesado, sin miramientos. La hispanofobia, como el necio, no descansa, y a estas alturas de la película de la vida se puede abalanzar sobre ti un miserable polizonte de pacotilla uniformado (que igual es descendiente de españoles) y detenerte por hablar allí en español. Como si no hubiesen tenido suficiente influencia hispana a lo largo de los siglos con ciudades fundadas por españoles como San Diego, San Francisco, California, San Agustín (en Florida, la ciudad más antigua del país), San José, El Paso, Memphis, Nueva Orleans, etcétera; y con festividades por doquier, teniendo a la más importante que aquellos veneran, el Día de Acción de Gracias, por obra y gracia hispana, aunque aquí también tejieron el cuento 56 años después de que fueron los pilgrims ingleses. Y qué decir de la inestimable ayuda económica y militar que España brindó a los yanquis cuando se independizaron de la Pérfida Albión (país este al que habría que otorgarle un cum laude a la deshonestidad y la pillería, robando a destajo, incluso a las gentes de su propio imperio y, en lo que toca a nosotros, el mangoneo descarado de Gibraltar). Un abrazo querido Berganza. Cipión el indiano.
Pues mira, Cipión amigo, sin ánimo de hacerle la competencia a tu diligente ánimo indagatorio sobre esa injusta condena para España que supone la leyenda negra…española, por supuesto, te diré que más allá de los famosos Bartolomé de las Casas o Guillermo de Orange, en el siglo XX hubo un líder (más nefasto aún) que ayudó a apuntalar estas mentiras con sus absurdas opiniones: nada más y nada menos que Adolf Hitler, quien, además de incidir en que los españoles éramos unos «vagos» que adorábamos a una «reina ramera» como era Isabel la Católica, cayó en los tópicos que -todavía hoy- existen sobre la Inquisición. Decía que «en Madrid, el olor nauseabundo de la hoguera de los herejes se mezcló durante más de dos siglos con el aire que se respiraba». El «Führer» también tuvo palabras contra Hernán Cortés, al que acusó de cometer «atrocidades» que, no obstante, «serían la imagen de la moderación» si se comparasen con las de los aztecas, o con las suyas propias en los campos de exterminio de Auschwitz o Mauthausen-Gusen.