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Viernes, 19 de Abril del 2024
Friday, 05 June 2020

El Viaje a Ninguna Parte. La leyenda negra…española, por supuesto (III)

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Todas las infamias tienen detrás un miserable. O algunos miserables…, querido Cipión. “La leyenda negra…española, por supuesto”, no iba a ser una excepción.

Si rebuscamos por los entresijos de la Historia de España, uno de los infames que más pábulo dio a la Leyenda Negra fue el guadalajareño Antonio Pérez del Hierro. Secretario de Cámara y del Consejo de Estado del rey de España, Felipe II, era también su hombre de máxima confianza; era tanta la fe ciega que tenía depositada el monarca en él que se decía que no tomaba decisión alguna sin antes consultarle (…) Dice Barea: "La construcción nacionalista exigía que para ser un buen inglés había que ser anticatólico y antiespañol. El factor «anti» es una de las diferencias principales que existen entre el patriotismo y el nacionalismo. El primero puede existir por sí mismo y el segundo necesita de un enemigo, y si no lo tiene, lo fabrica". Oliver Cromwell, el prestigioso líder político y militar inglés, reconoció ante su Parlamento, en 1654, el temor casi reverencial que infundía España: "En verdad, nuestro verdadero enemigo es el español. Es él. Es un enemigo natural. Lo es hasta la médula, por razón de esa enemistad que hay en él contra todo lo que es Dios". Los britanos elevarían la impiedad religiosa hispana, debidamente sobada en Alemania y Holanda, hasta convertirla en el auténtico Anticristo, lo que les permitiría dar sentido a su nueva Iglesia-Nación protestante: el anglicanismo. (…)

 

Para empezar con buen pie, según Barea, "la asistencia a los servicios religiosos del nuevo culto era obligatoria. La ausencia conllevaba penas que iban desde latigazos a prisión y muerte. También estaba penado muy severamente (cárcel, confiscación de bienes…) no denunciar al vecino que no asistía a los oficios. (...) En 1585 el Parlamento de Londres dio cuarenta días de plazo para que los últimos sacerdotes católicos abandonaran el país (…); calle por calle y casa por casa, los católicos fueron barridos de la faz de Inglaterra". Como se puede ver, todo un ejercicio de tolerancia religiosa y civilizada. Y no se quedó el asunto en una mera expulsión, pues como relata Barea, "en diez años, los que van desde 1559 a 1569, la represión isabelina mandó matar a unos 800 católicos. Continúa Roca Barea relatando el modus operandi de estas muertes en la tolerante Inglaterra: "Las ejecuciones tenían lugar en Tyburn, pueblo cercano a Londres y actualmente ya integrado en el área metropolitana de la capital. Según el procedimiento habitual practicado en Inglaterra, se condenaba a ser «hanged, drawn and quartered», esto es, ahorcado, arrastrado y desmembrado. En el caso de los varones, además, antes de proceder a la ejecución, se les amputaban en vivo los órganos genitales. Estas ejecuciones constituían un espectáculo público y la gente pagaba entrada para verlas". Para la mayoría de los súbditos más allegados a la "virtuosa y tolerante" Isabel I, el rey de España era un perverso defensor del catolicismo, un enemigo de la culta Europa protestante, un auténtico “Demonio del Mediodía". (…) Sin embargo, hubo honrosas excepciones entre sus intelectuales que los manipuladores intentaron tapar a toda costa. (…)

 

Así, para escarnio britano, la mayor de las joyas de las letras inglesas, William Shakespeare, fue transitando durante toda su vida como un buen... católico. Y confirma esta inclinación que tuvo a la fe católica el hecho de que en toda su obra literaria no aparezca ningún atisbo de odio a lo español. Hasta hace bien poco se había ocultado celosamente este hecho, supongo que para no desbaratar el embuste urdido contra el catolicismo impulsado por la hispanofobia estatal. Al parecer, Shakespeare tuvo ocasión de conocer al tal Antonio Pérez en persona, y en algunos de sus escritos lo describe, a él, que no a los españoles, como un ladino sujeto muy dado a los lujos de la Corte inglesa. (…)

 

La situación social en los Países Bajos durante el reinado de Carlos V y de Felipe II fue extremadamente tensa. Lo que nunca se dice es que aquella larga y cruenta contienda, que duró la friolera de 80 años, fue una guerra civil en toda regla. Lo acredita el hecho de que el emperador Carlos ¡había nacido en Gante, válgame Dios!, y por consiguiente no era en modo alguno un extranjero. De hecho, el emperador se retiró a morir a España y nunca supo hablar una papa de castellano, ni siquiera sabía de las costumbres hispanas. (…) Durante el gobierno de Holanda de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba, la represión de los rebeldes fue especialmente dura, como correspondía a la forma de solucionar este tipo de problemas a un Grande de España curtido en mil batallas. Tuvo que detener los tres intentos de invasión acometidos por Guillermo de Orange y sus partidarios desde Alemania; asimismo puso en marcha un Tribunal de los Tumultos que habría de juzgar a los sospechosos de apoyar la rebelión contra Felipe II. No obstante, el rey dubitativo, pensando que sería mejor ablandar la situación, lo reemplazó por Alejandro Farnesio, más laxo, lo que provocó, si cabe, más disturbios porque los rebeldes se crecieron ante esta bajada de pantalones. Para que veas, querido Berganza, cuán viva está incrustada la hispanofobia en la Holanda de nuestros días, su himno nacional, nacido de su independencia de España, acaba con la siguiente estrofa: "Mi alma se atormenta, oh noble pueblo fiel, viendo cómo te afrenta el español cruel". Y en estos nefastos tiempos que corren, ¡qué decir de la insolidaria actitud de Holanda ante la ayuda económica que necesitamos de Europa por culpa de esta puta pandemia! Pero eso no es todo. Cuando los niños no se han portado bien durante el año los padres los amenazan inconscientemente con mandarlos a España por Navidad, como si del infierno se tratara (pobreticos míos, con la rasca que cae por esas fechas en aquellas lejanas latitudes no saben lo que se pierden). Aunque al holandés de a pie de nuestros días le gusta tanto, o más, que a nosotros esta bendita tierra ibérica, y hasta sueña cuando se jubile en quedarse a vivir entre nosotros, hay nombres hispanos que un holandés no le pondría a su criatura ni por todo el oro del mundo. Y es el caso que cuando se hace tarde y los niños se resisten a irse a la cama a dormir sus padres no los amenazan con eso de que "viene el Coco", como haríamos nosotros, sino que les dicen muy seriamente, casi como si invocaran al mismísimo demonio en persona: "A dormir…que viene el duque de Alba". Un abrazo, querido Berganza. Cipión el contraleyendas.

 

A España, como a Cieza, le conviene sin duda el adjetivo de “desdichada”, a tenor de la mala suerte que históricamente ha acompañado nuestro devenir como pueblo, en un caso, o como nación, en otro. Seguiremos atentos a las próximas entregas de este trabajo de auténtica investigación al que te has entregado, Cipión. Se nota de qué lado estás. Se nota que, en este trance, te duele España.

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