Y eso, después de haber jurado y perjurado, por Dios, por Alá, por Manitou y por Belcebú, que yo, “gran jefe chiricagua, moriría con las botas puestas (o sin ellas) allá donde había nacido, y donde siempre había vivido, en Paseo de Cieza, número 41”. Bien, pues ya no, siento defraudarles, ahora vivo en Gran Vía Juan Carlos I, 40, ático B. También de Cieza, naturalmente. Yo sigo siendo chito, hasta el fin, o, por lo menos, de momento, que, visto lo visto, nunca puede decirse de esta agua no beberé.
Y, sí, desde hace 26 años les vengo contando, como alguien con aceradas y quizá algo aviesas o al menos traviesas y burlonas intenciones, directamente me dijo en una ocasión… mi vida en fascículos, que eso es lo que yo les cuento abusando de su paciencia, de la de ustedes y, se lo crean o no, de la de él, de la mía propia, que a fin de cuentas yo no digo esta canción sino a quien conmigo va. Hace unos años les conté con pelos y señales la boda de mi hija menor, Patricia. Dediqué artículos a mi querida chacha Ángeles, verdadero ángel del cielo ella misma, o a mi santa y cojonuda madre, mi “mítomi querida”, que siempre tuvo más genio, inteligencia y hasta cojones que toda la familia junta, o a mi caballeroso, bueno, servicial y honrado suegro, Pepe Izquierdo, que afrontó su dolorosa agonía, cuando le llegó la hora, con entereza y heroísmo sin par, o a mi suegra, Encarna Vázquez, la “guapica” de Géneros de Punto, mi reina maga Encarna, que, generosa ella, nos regaló una papeleta premiada cuando un tercer premio de la lotería de Navidad fue a caer en la parroquia de San Joaquín, creo que sería en el año 2002 o el 2003 y ustedes tuvieron a bien tragarse una vez más entonces mi reflexión ombliguista de que “ir a misa tenía premio”; o a mi padre, Antonio Marcos Balsalobre, mi “ferroviario de dinamita”, muy prematura y tempranamente malogrado para la vida (puta vida…), cuando tanto habría tenido que ofrecer aún. Por no hablarles (otra vez, no. Señor, dame paciencia con este hombre…) de mi “calvario sanitario”, que comenzó en mayo de 2016, con una hemorragia cerebral subaracnoidea que me puso la vida patas arriba y a punto de estirarlas (las patas) definitivamente, a las puertas de la muerte, a la que finalmente pude despistar, le di esquinazo y me concedió una prórroga, para sobrevenirme en el 2017 una estúpida, tontísima y dolorosísima caída que acabó con mi brazo derecho convertido en piltrafa y siniestro total y cuyas consecuencias aún sufro resignada y penosamente; o, poco después, las complicaciones (yo es que lo hago todo difícil) de una sencilla operación de vesícula biliar laparoscópica, que acabó en ocho días de hospital tras dolorosa cesárea que puso mis vísceras al descubierto, y ustedes perdonen la impudicia… en fin, lo dicho: mi vida en fascículos, la vida en fascículos de Bartolomé Marcos.
Mi nuevo domicilio, le pone música y letra a la recién inaugurada “nueva normalidad”, en expresión para mí siempre inquietante, demasiado sospechosamente orwelliana, inventada por el gobierno infame que padecemos sin merecérnoslo, para referirse al supuesto advenimiento de un tiempo nuevo postpandemia, en el que no sé si es más discutible lo de nuevo o lo de normalidad, porque de normal lo que se dice normal yo no le veo nada. Lo normal a estas alturas del calendario anual habría sido que el alcalde, el “jefe de la tribu” (que hacia eso retrocedemos) nos hubiera presentado el calendario de actividades de la Feria de Agosto en honor a nuestro patrón San Bartolomé, ya saben todo eso del pregón de Feria, el traslado procesional de la imagen, la carrera de autos locos, el desfile de carrozas, o el castillo de fuegos artificiales y la traca, pero no que nos saliera con un cerrojazo a la Feria que ríete tú de Santiago y cierra España, sustituida ahora por un apresurado programa de la nueva “cuisine” culturalista, algo así como “VERA NEO”, que por cierto también incluye el peligroso “nuevo” en su denominación. Y fíjense que yo he reiterado por escrito más de una y más de dos veces, por activa y por pasiva, que “a mí no me gusta -prototipo de diversión impuesta por decreto- ninguna feria”. Así que mi primera reacción cuando me enteré de la suspensión de la feria, fue de alegría. ¡ Albricias!, pensé… Por fin una buena noticia… Este año no habrá Feria y Fiestas de Cieza, La pandemia mundial del covid-19 ha provocado algo que no recuerdan ni los más ancianos del municipio. Nos libera de la obligación de tener que divertirnos. Pero, “avant la lettre”, tampoco me gusta, para nada, este nuevo y circunstancial invento, formato serie seria (demasiado) escandinava, cuando a mí me gustaba y me gusta más “La que se avecina”, qué quieren que les diga, pruritos culturales aparte…que no vean la que se avecina (también en mi nueva y flamante primera comunidad de propietarios, donde -aparte otras lindezas constructivas- nos han cobijado al hijo más tonto y generalmente más mimado de la familia, el coche, en sinuosas y catacúmbicas guaridas de comadrejas y hurones, lúgubre cochera-mazmorra y trampa mortal para morros, parachoques y alerones donde los vecinos vamos dejando dolorosos jirones del animalico, acelerando el desguace apresurado del vehículo e incrementando la facturación de chapistas y pintores).
Y el caso es que en mi nueva normalidad hay cosas buenas, bastantes de las cuales les iré contando, si ustedes me lo permiten: me levanto a las seis de la mañana contemplando el impresionante orto del sol por la sierra de Ascoy ensangrentada de prometedora luz de calor y vida, y el rebrillo postrero del Lucero del Alba, o séase, Venus, plantado sobre la Atalaya, y me acuesto, tras el ocaso del sol por tierras del Noroeste murciano, y con el apagado, hacia las 12 de la noche, del ascua-brasa de luz del alumbrado de la torre de la Basílica de la Asunción. Si a mediodía el sol arde en el enlosado de la terraza invertida de que disfrutamos como solárium, por la noche, a partir de las 10, arrecia el vientecillo y baja la temperatura hasta el punto de tener que echar mano de una rebeca a lo Joan Fontaine para mitigar la fresca y soportar mejor el relente. Prefiguración y resumen todo ello, en última instancia, de nuestra tierra, ávida de luz y agua, que se encamina a pasos agigantados hacia el desierto rojo inevitable.
Para terminar, voy a permitirme una sugerencia que nadie me ha pedido, pero que entrego absolutamente gratis…et amore; y es que no creo que la nueva normalidad esté reñida con la corrección expresiva y un uso apropiado del idioma, algo con lo que chocan expresiones como estas empleadas por los redactores del comunicado que informaba de la supresión de la Feria: “ya que desde el equipo de Gobierno cree que estos sectores han sido de los más desprotegidos por el coronavirus” (que seguramente sí que ha protegido a otros sectores, ¿verdad?); o esta otra: “asímismo el regente (sic) matiza que con Vera-Neo se espera “suplir un poco el vacío que deja la feria en honor a San Bartolomé, ya que somos conscientes de la gran importancia para toda la sociedad ciezana”, donde parece incongruente que en un contexto de cuestionamiento de la institución monárquica parezca que se atribuye al alcalde la condición, nada menos, que de “regente”, o sea, el que hace de Rey.