Mis años más felices han transcurrido en la casa de mi abuela. Un pequeño piso construido en la postguerra española en la encantadora Plaza de los Carros. Alrededor de ella se nos abría un mundo de grandes casas, el mundo exterior y dos arterias principales de Cieza, como son la Calle Angostos y la Calle Mesones. En esta última calle recibía mis primeros números de EL ANDA. Semana Santa tras Semana Santa, Vicente, me los regalaba cuando veía las procesiones en la puerta de la Casa de la Lola. Hoy esa casa está siendo derrumbada. Es el último gran legado de un tiempo en el que la tierra era besada, día si día también, por carruajes y transeúntes que venían buscando cobijo en los mesones y herrerías de esta calle de Cieza. Hoy la Casa de la Lola está desapareciendo de la Cieza actual. Pronto se alzarán los andamios de una nueva construcción que enterrará para siempre aquella vieja casona rasgada por el paso del tiempo.
Esa casa, imperial desde el exterior, nos permitía retrotraernos a tiempos de casas señoriales, escudos heráldicos, almacenes en el subsuelo y episodios históricos como la destructiva ‘’Nube del Carmen’’. La Casa de la Lola pasará en apenas unas semanas a la historia. Con ella morirá también una parte de la historia de la Calle Mesones. Las casas señoriales dieron paso, con la llegada de la modernidad, a edificios de pisos y bajos comerciales. El ser humano, y las instituciones, no supieron respetar la historia de unas calles que se vieron sucumbidas ante las nuevas corrientes estilísticas y la necesidad de construir. Cuanto más mejor.
Cuando la Casa de la Lola se hunda en los recuerdos, donde pasará a la historia, solo nos quedará La Casa de la Dora como pilar endeble de aquella calle por las que tantas veces hemos caminado sin pensar en el mañana. La Casa de la Dora será el último andamiaje en nuestros recuerdos de la Calle Mesones como hoy la conocemos. Tiene sentencia de muerte, pero de momento ahí está. Amarilla como el sol que la baña cada día y decorada con unos forjados que bien podrían ser los forjados de una historia de la que nunca debimos desprendernos.
Cuando la Calle Mesones llore a sus casones antiguos, solo nos quedará la Calle Angostos y cuatro o cinco casas señoriales en el Casco Antiguo.
Lola vive enfrente, el recuerdo no le permite alejarse de ella. A sus noventa y cuatro años ve, lo que puede, como se caen los pedazos de su memoria, y la de su madre. Su casa solo sobrevivirá en su memoria y en los que tuvimos la suerte de conocerla.
Os espero en quince días. Mientras sigo observando la vida.