Son las diez menos cuarto de la noche, el día está a punto de morir allá por Cagitán; en el viejo arrabal comienzan a encenderse los primeros destellos de las farolas. A lo lejos se ve el alto campanario blanco como la luna. Frente a mí, la tierra querida, Cieza. Apenas nos separan unos kilómetros del centro del casco antiguo, pero pasear por este rincón del Paseo Ribereño te permite parar el tiempo, y, si le echamos un poco de imaginación, retroceder a tiempos pasados donde la huerta era el único sostén vital. Todo nacía en ella, y todo moría en ella. En ella se celebraban los grandes fastos, en ella se contaban los meses del año en función de las tareas agrícolas y en ellas transcurrían las mejores conversaciones durante las calurosas noches del verano ciezano y las agradables mañanas de domingo otoñal. La huerta que señalo es la otra Cieza que, heredera de la Siyasa árabe, brota de vida verano tras verano. En efecto, solo hay que salir a pasear un viernes o sábado por Cieza y percatarse de que la mitad de la población ha emigrado. Unos a la playa y otros al campo, los que más, estoy seguro, pero todos han ido buscando el frescor que en nuestra localidad, generalmente, nos falta en las noches veraniegas.
La huerta, decía, configura rincones inimaginables; remansos de paz que están esperando a que vayas a visitarlos para que seas consciente de la importancia de estos terrenos para el día a día de los ciezanos.
El rincón de Paco no es sino, según Google Maps, una extensión de la Cuesta de las Cabras, quizás el principio, o el final, según por donde lo mires. El rincón de Paco, el Cebollo, es un camino de la huerta que se inicia debajo de la casa del diplomático José Luis Pardos y que termina justo frente a la zona del Embarcadero del Puente de Alambre. Este caminito de huerta, como decía en párrafos anteriores, es un recuerdo a la vida agrícola puesto que en apenas doscientos noventa metros tenemos grandes plantaciones que nos recuerdan lo importante que es el cultivo de las tierras para los ciezanos. Melocotoneros, ciruelos, palmeras, baladres, rosales, limoneros, berenjenas y tomateras, entre otros tipos de cultivo y decoración vegetal, decoran los laterales del camino que te permite ver, de frente, las majestuosas torres de la basílica y la Ermita de San Bartolomé, y hacia la derecha, esa mole de olvido que es la Finca de las Delicias. Conforme vas caminando, de frente verás todas esas pequeñas casitas de huerta que han ido construyéndose cerca del cauce de esa gran herencia árabe que es La Andelma. Todo esto en apenas doscientos noventa metros de distancia. Doscientos noventa metros de paz, tranquilidad, huerta, naturaleza y espectaculares vistas hacía el origen medieval de nuestra tierra.
Por cierto, si van por este camino verán en su finca a Paco, El Cebollo, bien pueden saludarlo o pasar de largo, pero tengan en cuenta que Paco tiene en ese lugar su retiro soñado, un retiro que más de uno, y de dos, querríamos para nosotros. El siempre está ahí, bien acompañado, cuando los últimos rayos de sol penetran por los ventanales de las casas del casco antiguo. Mientras esto se produce ahí esta él, siempre en el rincón de Paco.
Os espero en quince días, mientras sigo observando la vida